Escribe José Carlos Picón
Me llegan y accedo a varias publicaciones que quisiera comentar una a una, entonces, resolví por esta vez, hacer un texto corrido y con tintura de crónica, sobre varios libros a la vez. En esta ocasión pasan revista tres conjuntos de poemas, dos de editorial Alastor, una de Personaje Secundario. Posteriormente, cuentos en una colección de la misteriosa y sencilla editorial Invisible.
María del Carmen Yrigoyen: Surrealismo a la medida
La escritora y periodista María del Carmen Yrigoyen acaba de publicar un objeto extraño. Un libro de composiciones breves, que inflaman lo visual, rescata la columna vertebral de los bestiarios y respira de lo imposible, lo absurdo o lo súbito.
“Carne cruda” (Alastor, 2024) suena a una dimensión incompleta, algo que aún está en estadio de maduración, lo incompleto, a sangre, a apertura emotiva, psíquica. Esto podría tener un 90% de real. Pero es necesario, además, de un fino sentido estético, desapego a la certeza, amplitud lógica o creativa gimnasia imaginativa para leer los poemas de Yrigoyen. La dulzura, la ternura, la suavidad, una melodía sensitiva y sensual no son pasajeros del vehículo diseñado por la poeta. Casi nunca, en todo caso.
María del Carmen señaló que el surrealismo es su fuente de imaginarios, pero también de metodologías. Declaraciones que sorprenden, pasando revista de las actuales tendencias de la poética de aquello nacidos en los 90, para realizar un ejercicio comparativo. Si la escritura automática está en dosis controladas, el cadáver exquisito, el collage, entre otras fórmulas surrealistas, operan como refuerzos dentro de un esquema que tiene otra naturaleza de afluentes.
La escritura en este caso es económica, hay un uso de la palabra, no digamos preciso, tal vez contenido, arraigado por la lectura de tradiciones japonesas, una brevedad cómoda, que entra en sintonía con los complejos oníricos y subconscientes que, sin embargo, Yrigoyen parece tener mapeados.
En “Desgarro”, “Un alce ha nacido / de la llaga del sol”. O, por ejemplo, el texto de “Efecto”: “Libélulas blancas / peinan el césped / para que puedas tragarme / y duermo tus labios / con saliva espesa / y vuelo desde el vientre / como solo vuelan las linternas”. Lo insólito engancha con aquella sensualidad no del todo melódica como mencionaba antes, sino una bizarra, gestual, bullente. En tanto, el bestiario y la luz que cobija en sus elementos, en este caso, la libélula, está reordenándose para el diseño de una pieza de complejidad onírica, inconsciente.
Los tópicos en este libro están trenzados y se bifurcan, están presentes el dolor, la reconstrucción del ser, la curiosidad, lo sensorial, la intensidad emotiva, el deseo de simbolizar, y una sensualidad sugerida con sutiles agravantes visuales, pero legible y anhelante: “tu nariz empapada / me estremece los muslos” (Licántropo). El vértigo causa fascinación, y ello lleva a una sintonía lúdica. Hay ansiedad. “Cuántas veces he caído en esas zanjas / frente a mi réplica / sin saber si entregarme a las serpientes” (Invasora).
La ausencia de límites entre la memoria, el recuerdo, el presente o el futuro juega un gran partido, “siempre vi al sol / morir en el océano”. O “me mezo alejándome del vidrio / sin mirar adelante”. El libro de María del Carmen es una muestra de cierta prolijidad perceptual y experimental al momento de echar adelante aquella máquina insumisa que es la poesía, en el proceso de ingerir y utilizar los insumos técnicos, plásticos y espirituales.
Paloma Yerovi: La vida en Punta Negra
Un espacio íntimo interno. Otro, más bien, externo, pero igual de íntimo. Poetas como Heraud, Delgado, por citar solo dos del canon, abordan el tema del hogar, la familia, el polígono cerrado, suerte de laboratorio e incubadora. Detalles, emociones, recuerdo, imágenes, personas. La familia. Paloma Yerovi apuesta por este camino, seguramente involuntario, cuando escribe los poemas de “Punta Negra” (Personaje Secundario, 2024).
El enigma que plantea la poeta es uno cuyo accionar revela, nuevamente, la naturaleza de la poesía, de quién o desde dónde enuncia quien habla, si es que hay alguien que hable. Y en este caso sí. ¿Nos encontramos ante una compaginación de textos autobiográficos, o es que lo alegórico y las imágenes, conceptos o sentidos que emanan del poema permiten ambigüedad en la dilucidación del yo poético?
“Era del acantilado y su orilla”, propone en el poema inaugural, “Madrugada” que es a la vez, la primera parte del libro. “(…) hasta que llegó / el final de la tarde / y tuve que volver a casa”.
Aquel sentido del íntimo espacio material y espiritual, llamado “Casa” es la segunda parte, y está compuesto, efectivamente, de piezas cuyos títulos, son la enumeración de ideas visuales de lo que existe en toda casa: entrada, cocina, mantel, comedor, lavandería, cuarto de planchado, escritorio, cuarto para la espera, entre otros. Una geografía e inventario de áreas tangibles, en la memoria y en el desarrollo de los paisajes sentimentales.
Cabe señalar, y esto es importante, la maternidad es un tema que atraviesa la placa, de inicio a fin, si no explícita, implícitamente. “Me he mantenido / despierta / los nueve meses / del olvido” (Cuarto para la espera). Esta arte breve llama la atención por su diálogo con Heraud, por ejemplo. Da esa sensación, la poesía de Paloma está nutrida por ciertas fuerzas e imaginarios de parte de la poesía de los 60.
La responsabilidad dentro del hogar, en la casa, está vinculado al presente, a lo material, al cuerpo. “Mi cuerpo / cuelga / de esta tabla / como un helecho” (Cuarto de planchado). El pasado es algo rememorado con emoción y ternura. “Pasas con huellas borradas / páginas de enciclopedias, / visitas mapas, / ilustraciones a color, / el paraíso del papel manteca, / los libros escolares… Quisiera entonces tu libro, / que me ayudaras a entender / esta nueva tarea, / estas nuevas palabras” (Escritorio).
La tercera parte lleva por título “Intemperie” y es, precisamente, una colección de lienzos palpitantes de aquellos lugares que ejercen un poder real simbólico sobre el aprendizaje emocional de la poeta. El malecón, una quebrada por donde resbala una pelota, el mar y las playas de Punta Negra con su gente, su arquitectura siempre en movimiento, sus sonidos, su bella imperfección.
Punta Negra es el emplazamiento donde todos los aprendizajes, generación tras generación, van a desenvolverse, desarrollarse, en una dimensión de añoranza y gratitud. El libro de Paloma Yerovi es el registro de esos aprendizajes, esas caídas, levantadas, experiencias, al lado del mar, del sonido agreste, fresco, violento, arrullador y sabio, del mar. Algo entrañable y memorable.
Victoria Ramírez: vegetales formas de poesía
Cuando el discurso científico o su encarnación en voces que lo trastocan o transforman, conversa con la poesía, obtenemos un libro como “Teoría del Polen” (Alastor, 2024) de la chilena Victoria Ramírez Mansilla. Lo vegetal como campo exploratorio para la construcción textual, así como metáfora de modelos humanos proyectivos desde la naturaleza de las plantas.
Tres estancias componen este libro, Inflorescencia, Polinización y Fecundación. Pueda ser que las composiciones aquí reunidas estén desenvueltas a través de un enfoque evolutivo, en tanto, los insumos del poema están vinculados estrictamente a la botánica, no solo insumos. Tenemos un esquema que responde al poema documental cuando Ramírez ensaya los textos que preceden a los poemas, como información enciclopédica, como eventos científicos con fechas y nombres.
Sería interesante saber si hay una postura de ecoactivismo poético, o un intento de dirigir la atención hacia aquella realidad vegetal que nos acompaña todos los días, no obstante, no deja de ser un misterio.
Especulaciones aparte, “Teoría del polen” también encarna un ejercicio del lenguaje, al dosificar un mecanismo que llega a una meta más trascendente: no solo visibilizar un plano de la naturaleza, una dimensión de ella, si no, plantear una serie de preguntas e hipótesis en el mismo quehacer poético sobre las latencias de lo vegetal en todo discurso poético.
Las plantas son movimiento, actúan por estímulos o por la falta de ellos. Son seres con una conciencia precaria, con una identidad austera, y desde allí, la poeta las coloca en un orden similar a la humanidad del hombre. Insta a esa imagen antropomorfa a ser planta, a vegetar, a reverdecer en clorofila; somete a lo corpóreo y lo consciente del hombre a rendirse ante la divinidad Flora, a su inmemorial reinado e irreductible influencia.
Ahora, las piezas más poéticas, breves y fragmentarias algunas, otras de más densidad, fluidas y hasta narrativas o en aglomeraciones, reverberan trazos de herbolario, o esbozos de paisajes de naturaleza muerta y, también, descripción de procesos que solo la botánica aprehende. Las figuras, la estética, configuran un armazón donde residen y dinamizan, los planos documentales, la imagen expandida del detalle, el giro lingüístico en torno de los fenómenos vegetales, el fluir de los procesos y escenas contiguas. Estos elementos atraviesan una arquitectura verbal al servicio de una poesía palimpsesto, racional, en su momento esquemática, pero que irrumpe plena de activación multidimensional, sensorial e intelectual al mismo tiempo. Sin duda, un buen logro.
Gloria Portugal: cuentos de la ambigüedad real
La escritora trujillana Gloria Portugal nos entrega, en una artesanal edición, por Invisible, el libro de cuentos “A lo mejor soy otro”, que tiene de fantástico, misterio, algo de oscuridad. Su narrar es claro, sin artilugios, salvo por los conceptuales o los cernidos entre las ideas que apuntalan cada uno de los relatos. Personajes enrarecidos, opacados por su propia complejidad o confusión, saltan en estos cuentos, con el estilo directo de la escritura audiovisual o cinematográfica, en etapas previas o paralelas a un guion.
Esta claridad contrasta con la ambigüedad de los roles que transitan los textos, con los escenarios dueños del movimiento de plano a plano, oportunos en la profundidad que gramaticalmente, Portugal, despliega para acciones, situaciones o eventos.
Lo que hace estos cuentos, entre otras cosas, es el génesis de lo asombroso en la cotidianidad. Personas de carne y hueso que van adentrándose a alteridades de tiempo y espacio, a disfuncionalidades psíquicas, degenerativos procesos del intelecto, asoladores climas de soledad y carencia, seres cuasi fantásticos que generan sentimientos humanos y enredos. Universos de color despierto, grisuras temporales, pero contornos decisivos, prolijos.
Y en aquel sistema pasivo el humor es el tono que no siempre impera, pero visita, eso sí, el paladeo final, la conclusión que suelta la mano de los estremecimientos, segundos antes del despegue. Una yesca que enciende faroles y velas, reproduciendo el poder de un faro marino. Vale resaltar el hecho de incorporar lo local y el gentilicio social, como parte de la estructura que recorre el sentido de los relatos. En ese sentido, sentimos los rasgos de una provincia, las cercanías del mar, pequeñas urbes, tugurizadas calles limeñas con sus matrices, flujos, accidentes y Rímac. Escenografías que, sin ser opresivas delatan fisuras en la atmósfera narrativa o aglomeran expresiones del paisaje dramáticas, angustiantes o tal vez, neutras. El libro de Gloria es de factura cristalina, sobria, pero al servicio de situaciones entre esotéricas, fantásticas, ultraterrenas, quiméricas. Un proyecto que va sumando al universo que dista en naturaleza y flujo del realismo que, sin desmerecerlo, ha ocupado gran parte de la narrativa peruana.