Escribe Katya Adaui
La niña o la mujer del hermoso poemario que es Yuyachkani sabe que lo más importante es conocer su nombre. Decirlo en su lengua desde el alma para el mundo. Alguien que sabe su nombre está en el mundo, existe para sí mismo. Es el primer autoconocimiento. Antes de comprender que la imagen que nos devolvía el espejo éramos nosotros mismos y no otro niño, girábamos a mirar a quien insistía en decir nuestro nombre. Y cuando por fin hemos balbuceado los primeros nombres amados le hemos dicho al otro: ya me existes.
Nacer, nos dice Teresa, es la primera angustia, es el primer paso hacia la nada, pero decir nuestro nombre es acariciar la espina primigenia, es reconocer el propio abismo, la muerte, un lugar sagrado pero sin dios y sin diablo, ese borde de nosotros mismos en el que parecemos estar todo el tiempo.
Al igual que sucede con las ilustraciones de este libro, la niña que se nombra está encontrando el color allí mismo donde parecía haber sido negado.
Yo recuerdo, en mi infancia, mi nombre me confundía. Durante un tiempo me pregunté:
¿Por qué de todos los nombres me llamo como me llamo?
¿Qué significa mi nombre?
¿Por qué lo eligieron de una película y es ruso?
¿Pensaron en cuántas letras debía tener y que sumaran igual que mi apellido?
Quizás tiene que ver con que todo nombre es un invento tanto como una historia de migración. Teresa lo sabe bien. Hoy leí que su propio nombre es de origen incierto: podría ser griego o de cualquier lugar. Así es su poesía. Nace desde un no saber, desde una pregunta que está siempre abierta.
La imagino escribiendo y reescribiendo este poemario con deleite. Ella se ha tomado de la mano para hacerlo. Es un ser solidario con su propia búsqueda. Con ese alambicar palabras, significados, imágenes para decir Yuyachkani, yo también estoy pensando, yo también estoy recordando. Yo no olvido.
Sobre los dibujos de Zenaida Cajahuaringa, el otro lenguaje que complementa este poemario, el primero nos da la espalda. Acompañamos a los personajes a mirar su propio futuro desde un presente en una orilla. Ha elegido la ingravidez, lo que está en tierra pero también puede ser del aire. Por eso este libro tiene un doble movimiento, una doble hoja de ruta migratoria, el viaje de la palabra y el viaje de la ilustración. Ambos coexisten con estas intenciones, iluminar los lugares donde la niña mujer de la historia irá a quedarse asida a otra incerteza. La única certeza, la más digna, decir nuestro propio nombre alrededor de la boca de un mismo pozo.