Un cuento de Luis Bravo
Acerco la patrulla lo suficiente para ver a los peritos de criminalística realizar su trabajo y descendemos. Un cadáver yace destrozado en un callejón oscuro, las intermitentes luces iluminan, cada cierto tiempo, la escena del crimen. Eva se acerca a mi costado, ve el reguero de sangre y se gira de inmediato. Le ordeno que espere cerca del auto, aún no quiero lidiar con los errores de un novato. Cruzo el cerco holográfico perimétrico y se acercan los Custodios de la ley, ellos me informan todo sobre lo ocurrido: fue encontrado hace dos horas por una Synth que recolectaba reciclaje, no hay huellas ni pasos, sólo los de la víctima. Saco un cigarrillo y lo enciendo, los custodios me ven, un poco extrañados. Me giro hacia el cadáver, dejando conjeturar a unos seres de silicio el por qué los gehenos tenemos adicción por lo que nos destruye. Camino unos pasos y me agacho: es la primera vez que observo tal masacre, pero lo que más me sorprende es que la víctima haya sido una bestia tan poderosa. Analizo las partes despedazadas por toda la escena, en efecto, el occiso era una cruza, un Symbios, entre Feralis y Daemon, ambos reconocidos por su gran fuerza.
—Vaya, abuelo, tu paraíso está que pinta color hormiga —digo, levantándome y mirando al oscuro cielo.
Regreso a la patrulla y, mientras manejo, lo recuerdo; de pequeño solía contarme historias acerca de una terrible pandemia ocurrida hace 150 años que fue solucionada, simplemente, con encerrarse en sus casas a jugar en la computadora o ver series. Luego, cuando todo se había olvidado, una dantesca guerra mundial por la supremacía los sume en el caos. ¿La salida?, huir del planeta saturado de radiación, ya que ahora era un yermo inhabitable. Los pocos que se quedaron, como mi tatarabuelo, vieron a las naves regresar, quizá para ayudar a los que no tuvieron la oportunidad de salir de aquel infierno. Pero, quienes bajaron de las naves eran seres alienígenas y, lo irónico del asunto, todos habían huido también de sus planetas agonizantes. Mi abuelo solía adjudicar esto a la creencia cristiana de que la tierra era el Edén, el único lugar donde toda la creación, después del fin de los tiempos, debía reunirse. Lo que sí, nuestro planeta ya no se llama Tierra, ya que los demás seres nos nombraban: Gehenos.
Aquella extraña “colonización”; ya que no hubo conflicto bélico, porque de eso habían huido todos; necesitaba algo que no podíamos darles: más territorio. Por suerte, o por lógica, al reunirse diversas razas en un sólo planeta, nuestros imposibles, eran posibles para otros. Los Cetralis, entidades divinas robóticas, podían terraformar, pero ellos no necesitaban tierra para vivir, necesitaban radiación, algo que abundaba y nadie requería. Y así, Gehena creció casi cinco veces su tamaño normal y, con respecto a la atracción planetaria y la colisión contra nuestros planetas vecinos, no tuvimos que preocuparnos, para eso estaban los Noir, quienes conocían la arquitectura del universo y cómo moldearlo. Nuestro sistema solar también es muy distinto a lo que contaba mi abuelo, ahora se llama Sistema Nexus y podemos viajar a distintas partes sin problema.
Increíble, pero de alguna manera, se consiguió vivir en paz. Los sobrevivientes del fin de los tiempos, “los elegidos”, ahora habitaban el sacrosanto Edén. Sólo que, como mi abuelo solía repetir, hasta el más divino de todos los ángeles lleva un demonio dentro…
A la mañana siguiente entro a la delegación, Xil’tah levanta su oscuro brazo desde su oficina, llamándome.
—¡Calor de mierda! —digo, entrando y sentándome de golpe en la silla.
Miro hacia el techo y las paredes, tampoco es que ayude que todo sea de acero. Agradezco que los Synth hayan reconstruido las ciudades en un pestañear, pero ¿por qué carajo tuvieron que ser de metal como ellos? ¿Acaso su IA no lo vio necesario? ¡Putamare! Veo al jefe, indolente, es un Noir, perfecto para el puesto. Nadie se metería con un ser cósmico que puede manejar el tejido del universo. Incorruptible también, ¿cómo sobornarías a una entidad oscura que posee un agujero negro por cabeza?
—Eva me ha dicho que van a patrullar La Victoria, ¿no? —dice, sin apartar sus brillantes pupilas de los papeles—. ¿Tiene que ver con el crimen de ayer?
—Así es jefe, el cadáver fue encontrado en los callejones de Mendocita, voy a buscar información, El Porvenir era mi barrio, conozco gente ahí.
—Bien, tengan cuidado, Eva te notificará los informes de autopsia y de la RENIEC.
Salgo, Eva se acerca a mí y ambos nos dirigimos hacia la patrulla. Aún se encuentra algo alterada, bueno, a decir verdad, a mí también me sorprendió la saña con la que se cometió el crimen. Mientras manejo me lee los resultados, los análisis no arrojan material genético de ninguna de las doce razas, el asesino tomó muchas precauciones. ¿Motivo posible de asesinato? Por su prontuariado, era raro que viviera tanto: robo agravado, violación y asesinato eran recurrentes. ¿Un ajuste de cuentas? Demasiado meticuloso.
Llego al cruce entre Parinacochas y México, estaciono el auto y bajamos. Mientras caminamos, exhalo un poco de aire e inflo los pulmones, me invade un recuerdo: me veo al costado de mi abuelo, mirando un partido de futbol que ocupaba toda la autopista. Recuerdo que se llamaba El Mundialito, “el verdadero futbol macho”, agregaba. Ahora es El Universalito, es que al barrio no le importa tu raza, si ríes, sangras y lloras con ellos, perteneces a su gente.
—Así que sonreías —escucho a Eva decirme—. Pensé que eras un cliché andante.
Cruzamos por donde unos niños juegan futbol en la vereda. Alcanzo a ver unos Doppelgespent, seres gemelos, aunque de colores y personalidad opuesta, perfectos defensas laterales si se dedican al deporte. Uno de los peloteros, se tropieza con mi compañera, pero luego sigue jugando. Vuelvo a sonreír, esta vez por otro motivo.
—No te apresures, aún hay mucho que tienes que aprender, de mí y de todos.
Un rato después, llegamos hacia la esquina donde, como siempre, todos los sábados se reúne el Negro Pineda con sus compares, a jugar a los dados mientras toman cerveza y escuchan salsa antiquísima. Lo veo carcajear mientras menta la madre a medio mundo. Apenas gira y ve acercarme, se apresura a terminar su vaso de cerveza y levantarse.
—¡Uy, chucha! ¡Sobrino! ¡A los tiempos! —dice mientras me abraza con fuerza, luego se pausa sorprendido y le besa la mano a Eva—. ¡Dichosos los ojos que te ven, mi niña! Si ves al sol furioso, es porque tiene envidia de tu andar brioso. ¿Qué les trae por aquí?
—Aquí pues, nero, pa’ que me cuentes lo que se dice por ahí.
Un niño se acerca corriendo a Pineda y le habla al oído, su rostro tan amigable se endurece de inmediato, le contesta que llame a Billy; mientras el muchachito se aleja presuroso, se disculpa con nosotros. Minutos después, una sombra se materializa a su costado, al principio era una masa nebulosa llena de cristales y luego toma una forma más “gehena”. Obviamente se trataba de un Theristí̱s, un ser etéreo al que el tiempo y la materia son cosas nimias.
—Tráete al Matías, ¡pero para ayer! —le dice, ofuscado.
—Ya lo vi, dame un toque —responde, volviendo a fundirse con el ambiente.
Unos segundos después un jovencito es arrojado a los pies de Pineda, quien lo levanta de la oreja, mentándole media generación. El niño, al borde de las lágrimas, le reclama qué le pasa, el viejo responde que le pregunte a la señorita. Ella reacciona extrañada y le digo que rebusque en sus bolsillos. Sorprendida, recién se entera que le robaron. Pineda le devuelve a Eva la cartera con su placa y le pide, una y mil veces, que lo disculpe, que el muchacho es un carajito que nada sabe de modales. Luego le da un palmetazo en la cabeza y le dice que para la próxima se fije bien a quien roba.
Reímos de lo ocurrido y nos invita unas cervezas heladas mientras paseamos por la cuadra. Logro ver un Flügel, volando con sus inmaculadas alas al costado de un complejo habitacional, terminando de grafitear a dos zambos vestidos con la blanquiazul.
—Mira varón, por mí, a ese huevón le daban vuelta hace mucho. Pero conoces El Porvenir, somos barrio, y la regla es no meterse con tu gente, el único gilazo que anda por ahí preguntando sobre su muerte eres tú —frunce el ceño y escupe al costado—. Escucha, Salazar. Lo único que sé, sobrino, es que estamos mejor sin esa mierda. Mira, se lo tumbaron y aquí no pasa na’ porque es una vergüenza hasta pa’ su santa madre. Preferiblemente rájate el lomo por gente buena que por ese pavazo.
En el parque de El Porvenir alcanzo a ver un Feralis. Lo reconozco, es El Tigre Bazán, campeón de box. Entrena a varios muchachos para sacarlos de “la vida fácil” como se suele decir por aquí.
—Veo que le están poniendo empeño al deporte —digo, señalándolo.
—¿Necesito recordarte la garra de nuestra gente? —dice, tirándome un palmotazo en la cabeza—. Carajo, que no sepa que te estás ablandando que te saco tu mierda.
—“Garra” y es un Feralis felino —doy una carcajada—. Nunca das puntada sin hilo.
—Hay tanta gente buena que sí merece nuestra ayuda y protección —finaliza Eva.
Veo pasar unos cuantos estibadores Daemon, cargando incontables fardos de tela hacia Gamarra, sus musculados cuerpos cubiertos de escamas y astas son perfectos para el trabajo rudo. Asiento con la cabeza, los gehenos solemos fijarnos en lo negativo, cuando la fuerza y la esperanza de la gente es lo que más nos determina como sociedad, nuestro inquebrantable empuje ante la adversidad y nuestra incansable lucha por construir un futuro mejor.
Ya de noche, nos despedimos de Pineda y de algunos viejos amigos de la zona y embarcamos hacia la delegación. Vamos riéndonos, recordando algunos eventos del día, atravesamos Grau en dirección hacia Barrios Altos, ya habíamos cruzado el jirón Puno cuando una joven Nephilim, un ser con alas de hueso, halo rojizo y ojos por toda su piel, nos detiene al situarse delante de nosotros intempestivamente. Salgo del auto al verla desmayarse, está ensangrentada. El poder para lastimarla de esa manera supera con creces a la mayoría de razas en Gehena. Giro mi muñeca para llamar a través de la pulsera holográfica a una ambulancia, cuando veo a Eva escabullirse por un callejón frente a la iglesia de Nuestra señora de Cocharcas.
Cargo a la Nephilim en brazos y la ingreso en la patrulla, espero por minutos que me parecen años hasta que llega la ambulancia, de ella bajan dos Alpha, unas criaturas elementales pacifistas que pueden curar hasta la herida más grave e, ignorando la gravedad, la elevan con una extensión de sus coloidales materias. Un grito aterrador hace saltar tanto a los Alphas como a mí. Sujeto un rifle gauss reglamentario y salgo como alma que lleva el diablo, las casas se difuminan ante mi carrera, no tengo miedo, tengo rabia. A unos metros veo sangre chorreando de una vereda, salto, caigo, doy un giro y levanto el arma. Las palabras se quedan atrapadas en mi garganta. El reguero de sangre es intenso, pero en medio, un oscuro ser oscila, como una gran bola de seda negra. Al sentirme, el ser repliega sus apéndices grotescos hasta tomar una forma específica… Eva.
—Soy… una Kon, me alimento de la maldad más pura, lo siento, no sabía cómo decirte —dice girando el rostro, evitando mi mirada—. No me mates, soy la única sobreviviente de mi raza, sé mimetizar todo, puedo ayudarte muchísimo, te juro que…
En mi pulsera suena la voz del jefe. Ella me mira suplicante. Recuerdo lo dicho por el Negro Pineda: ella ahora forma parte de nuestro barrio, de nuestra gente.
—Lo siento —respondo, elevando la muñeca—. Perdimos al criminal.
Le sonrío a Eva y regresamos a la patrulla, ella es bondadosa, pero como diría mi abuelo, hasta el más divino de todos los ángeles lleva un demonio dentro. Así que sólo quedaría sacarle provecho a la última de la raza número 13. Enciendo la radio y arranco.
Sonrío al escuchar aquella anticuada melodía, tan acorde con todo lo ocurrido:
La calle es una selva de cemento
Y de fieras salvajes, ¡cómo no!
Ya no hay quien salga loco de contento.
Donde quiera te espera lo peor.
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Luis Bravo. Editor y diagramador en Sakra Media Group SAC, escritor de horror, ciencia ficción y fantasía oscura. Ha publicado la novela El Linaje de Abaddon (2024) en Epic Books. También forma parte en Crononautas, con «La habitación del Ángel» y en Hiztoria del Perú, ambas de Pandemonium Editorial, así como también en la antología Zomos Zombis, de Ediciones Altazor. Ha diagramado para la revista Future Fiction Magazine, para los libros «De un mundo raro», de Solange Rodríguez Pappe, «El fantasma de Stephen King» de Hernán Migoya, «Esclavas» de Sophie Canal, «Amos del fuego, Albedo» de Gabriela Arciniegas y «La maldición Forttia» de Michel Deb.