Escribe Carmen Ollé
Santiago Quispe inicia su periplo como escritor con ecos del teatro del absurdo y del teatro pánico, que se basan en el humor y el terror, y cuyo más conocido artista es el cineasta chileno Alejandro Jodorowski.
Lo importante en Amor Locura y Extrañeza no es la historia o la fábula; la trama no se apoya en la lógica de las acciones, cada frase inventa un espacio propio, cada oración encuentra su contraparte. Se trata de un contrapunto continuo en el avance del relato, afirmación y negación, pues la intriga anida en cada frase, los hechos se van ampliando ad infinitum, ya que la novela -quiere y lo consigue- narra tanto el descalabro interior de los personajes como el caos exterior de la ciudad mediante situaciones delirantes.
Es decir, la historia construida con mucha información atomizada avanza hacia lugares inverosímiles, sin tiempo, y cuyos personajes al igual que la afirmación y negación de los hechos contados, se identifican y se diferencian, son iguales y también dobles y opuestos, como Renato y Octavio Quispe. Por su parte, las mujeres aman y olvidan: como Miranda, cuya relación con el blues y el jazz la caracteriza y describe su mundo interior.
En Tratado de cordura, el relato que abre el libro se lee: “Lo nuestro no fue ni amor ni odio a primera vista, fue desconcierto”. Es lo que Miranda piensa sobre Renato. En ese sentido, el libro Amor Locura y extrañeza es como un juego de espejos, porque los personajes se ven a sí mismos, uno se mira en la imagen del otro, uno se percibe grande y magnífico, el otro, inferior.

Sobre la base de los detalles más nimios, lo que en narrativa Vladimir Nabokov denominaba el dominio del detalle se va tendiendo la trama (y digo tendiendo porque todo se presenta como una trampa para atrapar al lector en un mundo donde impera el azar), el azar determina la relación amorosa, incluso donde reinan espectros, monstruos de la noche, el llamado Aballam, monstruo del Norte, hay personajes que viven en un basurero igual que en los relatos de Samuel Beckett; los personajes de Santiago habitan en la avenida Arequipa. Pero cómo saber cuál es la frontera entre locura y cordura en este libro.
En los estilos dialógicos, en los tipos de narrador múltiple, omnisciente, cámara o narrador protagonista encontramos el camino hacia la cordura, aunque invertido, ya que este se convierte en el atajo hacia lo irracional, hacia un universo sin tiempo, sin edad, sin deseos de arraigo en una sociedad que estalla en mítines y cuyos horóscopos no consolidan ni futuro ni pasado, no conducen ni al paraíso ni al infierno, quedan en el limbo del absurdo.
Los focos de atención se orientan en esa misma dirección. Los lectores pueden preguntarse con razón -y lo harán seguramente sobre los esenciales asuntos que aparecen en estos relatos-, cómo se asocia Uvaldo Quispe, el hombre encadenado a un maletín misterioso, a una Demanda Reformista Contestataria que desordena los recuerdos con una mujer bella como Eleanor, tan hermosa como la primavera; o el Caballero de los mares en “4444 & 8888” y una chocoteja.
Santiago Quispe ensaya en el terreno de la antinovela; en tiempo lento y gracias a la música clásica que relaciona con la comida, logra atmósferas llenas de un humor negro y apocalíptico, gracias también al uso de variedad de estilos dialógicos, sobre todo el indirecto libre, donde pasa del narrador en tercera persona al de la primera sin nexos convencionales.
Ficción y realidad se sobreponen tanto como se oponen en “Extraños en la noche” e “Izaskun”. En la primera tanto Miguel como Lily seguirán destinos emprendedores y/o absurdos, Miguel es soñador y romántico, y trabaja para Lily, dueña de una hamburguesería.
El texto que me ha resultado más grato e interesante es “4444 & 8888”, no solo por el título tan sugerente sino por el lirismo y porque al haber sido escrito en primera persona, Juan Quispe resulta un individuo que inspira mucha empatía. Con este libro el autor consolida la saga de los Quispe, un proyecto largamente ambicionado y urdido con mucha inteligencia y pericia literaria.