Llegamos a la puerta del hospital de Ate, la onceava estación. Cada explosión me destempla el alma y la conciencia. Otros hijos, otras esposas están aquí. Unos de pie contra las paredes amarillas, otros sentados en esas veredas arrastradas por la tragedia. Máscaras blancas, máscaras negras. Ojos llorosos, rojos. ¿Por qué a nosotros? Otra explosión ¿Trajiste tu DNI? ¿Por qué a ti, viejito? Si no saliste, si te quedaste en casa.
Las máscaras nos miran, reclaman cenizas, exigen los cuerpos, lloran el frío de las rejas. Tengo hijos, esposa, una familia que proteger. Y me alejo. Perdóname. Te vas, te volteas, te veo, te quedas como en el primer día del colegio. Quiero correr a abrazarte, que salgas, que vayamos al parque a jugar pelota. Resiste papá, y si no, como Juan estaré aquí todos los días sentado junto a tu madre.
Así no nos digan nada de tí, así nos mientan, así no estés en los conteos oficiales, mi máscara indagará por ti; María exigirá tus cenizas, Magdalena envolverá tu cuerpo.
Y al tercer día resucitarás.