Escribe Francisco Joaquin Marro.
Muchos se preguntarán, ante las piezas de arte contemporáneo y conceptual (mal llamado “arte moderno”), el por qué de su desprecio a la forma y cómo productos baladíes como los de Jeff Koons o arte necrofílico como el del archiconocido Damien Hirst han copado las instituciones tradicionales, los museos nacionales, las galerías y, sobre todo, el mercado de compra, venta y subastas internacionales, alcanzando cifras escandalosas.
Pues bien, lo que nos propone Carlos Granés con su ensayo es un recorrido histórico a través del arte del siglo XX, para comprenderlo a cabalidad: desde el futurismo fascista de Marinetti, los arrebatos dadaístas de Tristan Tzara, el legendario “urinario” de Duchamp, las composiciones insonoras de John Cage y otros tantos ejemplos más que no surgieron, como podría pensarse, de arrebatos de locura sin sentido aunque apuntaran directamente- influenciados por Freud y algunas corrientes filosóficas postestructuralistas y situacionistas- a darle espacio y lugar a la experiencia humana en su cabalidad; aún a las experiencias más inasibles, “irracionales” e intrincadas, donde el mundo entero, el espacio, el sonido y los objetos vulgares “hablaran” al ser humano de su condición de ente descubridor constantemente sometido al proceso de creación.
Así, el arte dejaba de ser el objeto para convertirse en espacio y significado, y el artista, en el pensador por antonomasia. Debilitar las estructuras del viejo sistema del arte, el arte como “objeto bonito y suntuoso”, el academicismo y la fetichización de la “técnica” y el “talento”; debates que fueron superados en el siglo XX pero cuyas consecuencias hoy nos han dejado en un limbo donde no sabemos cómo enfrentarnos al “arte” y donde algunas voces, como la de la crítica Avelina Lésper, claman por un retorno al antiguo sistema de jerarquización. El repaso que logra Granés a través de su ensayo lo abarca casi todo: política, filosofía, sociedad de consumo, música, rock y pop, por supuesto que desde la mirada del arte conceptual. Quizá, como apunta el libro, el situacionismo de Debord o el movimiento contracultural beat que impulsaron Ginsberg y Kerouac y las revoluciones estudiantiles socialistas en el París de los años sesenta (con el logo “la imaginación al poder”) puedan explicar más profundamente la moda punk de The Sex Pistols o cualquier otra cosa que hoy pueda parecernos inocua aunque en su contexto original se percibiera desafiante y revolucionaria.
Tal como apunta Granés al referirse al colectivo artístico Fluxus y su manifiesto (esto podría, hasta cierto punto, generalizar la propuesta del arte contemporáneo): Purgar, Promover y Fusionar. Debía PURGAR el mundo de la “enfermedad burguesa, de la “cultura intelectual, profesional y comercializada”, del arte muerto, la imitación, el arte artificial, el arte abstracto, el arte ilusionista, el arte en serie.”; en definitiva, “purgar al mundo del europeísmo.” Distinto camino el de Andy Warhol, o como ahora Jeff Koons, posmodernistas, que desarrollaron otra vía a través de la fetichización de los productos industriales; el libro también nos muestra esas otras variantes de la intelectualidad artística en su búsqueda de la novedad.
De esta manera “El puño invisible” nos ofrece todo un abanico de experiencias artísticas más un buen puñado de herramientas conceptuales para acercarnos mejor a la experiencia del arte actual, el que, no obstante su continua condena del ejercicio del poder institucional, pareciera no sobrevivir fuera de precisamente ese circuito institucional, que él mismo ha desarrollado y fortalecido a través de nexos entre académicos, instituciones públicas y galerías, convirtiéndose en muchos casos en un oxímoron, una fuente de retórica metarreferencial aparentemente inagotable.
El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales. Carlos Granés. Editorial Taurus, Santillana Ediciones Generales, S.A. 2011. 492 páginas.