Escribe J. J. Maldonado
Lo mejor de la obra de Javier Cercas se inscribe en el género de la “novela sin ficción”, categoría que comparte con autores como Emmanuel Carrère o Karl Ove Knausgard. Esta forma literaria permite al autor fusionar la narrativa personal con la investigación periodística, creando un relato que es tanto íntimo como informativo, pero también imaginativo y, sobre todo, especulativo. El resultado de toda “novela sin ficción” es una amalgama de recursos discursivos y narrativos que no persiguen una verdad definitiva, sino que construyen un espacio de incertidumbre desde el cual pensar los grandes temas del presente y, a veces, del pasado. En ese terreno movedizo, entre el documento y la invención, entre la experiencia vivida y la fabulación estilizada, Cercas encuentra su territorio natural.
A través de este “género”, lo que al autor español le interesa no es cerrar debates ni dictar sentencias, sino abrir grietas, hacer preguntas incómodas, tensionar lo que damos por hecho. Por eso libros como Soldados de Salamina, El impostor o Anatomía de un instante se leen como una forma de interrogación sostenida, relatos que buscan horadar las superficies de lo real para revelar lo que apenas se logra intuir en el documento histórico.
A esta consigna narrativa pertenece El loco de Dios en el fin del mundo (Literatura Random House 2025), última novela de Cercas, con la que se embarca en un viaje físico y espiritual junto al papa Francisco en los confines de Mongolia, con el propósito de explorar los límites de la fe, la razón y la posibilidad de la trascendencia. La premisa del libro es tan sencilla como profunda: Cercas, ateo declarado y anticlerical convencido, plantea la pregunta de si su madre, ferviente creyente y devota del papa, volverá a encontrarse con su difunto esposo en la otra vida. Esta interrogante, que evoca la resurrección de la carne y la vida eterna, se convierte en el eje central de una narrativa que mixea crónica, ensayo, perfil y “novela”.

El estilo de Cercas, caracterizado por una subjetividad deliberada y una ironía sutil, permea toda la obra. Lejos de pretender la objetividad periodística a raja tabla, el autor abraza su perspectiva personal, consciente de que su mirada está inevitablemente teñida por sus propias creencias y experiencias. Esta aproximación le permite ofrecer un retrato del papa Francisco que es tanto íntimo como revelador, destacando las contradicciones y complejidades de una figura que desafía las categorías tradicionales.
A lo largo de las casi quinientas páginas, da la impresión de que Cercas ha logrado infiltrarse en los pasillos del Vaticano con una cámara oculta en el ojal de la camisa. Gracias a su acceso privilegiado —algo poco común para un escritor ajeno a la jerarquía eclesiástica—, consigue registrar no solo lo que se dice, sino también lo que se calla en el corazón de una de las instituciones más controversiales del planeta. Las voces que recoge —de cardenales, misioneros, colaboradores estrechos del papa y vaticanistas con décadas de observación a cuestas— aportan contexto a los despistados y ayudan a dibujar una cartografía humana y política de la Iglesia en un momento de transformación en pleno siglo XXI.
Cercas no rehúye abordar temas espinosos, como los abusos sexuales dentro de la Iglesia, que él interpreta como manifestaciones de abusos de poder, y critica la insistencia eclesiástica de hermanar clericalismo y constantinismo, es decir, unir la religión con el poder político. A ratos repetitivo, a ratos desorientado, a ratos iluminador, Cercas se permite en este libro una deriva, un maximalismo retórico, que por momentos lastra la intensidad de su búsqueda. La estructura, que apuesta por la digresión como método, corre el riesgo de volverse circular: las mismas preguntas regresan bajo otras formas, las mismas ideas reaparecen con variaciones mínimas, como si el autor estuviera atrapado en un bucle de dudas existenciales que no logra resolver ni abandonar. Como es habitual en Cercas, hay una necesidad excesiva por subrayar lo ya dicho, como si él mismo autor desconfiara de la claridad de sus propios hallazgos. Pero quizá esa es también parte de la honestidad del libro: mostrar que incluso en los territorios más sagrados, el pensamiento avanza a trompicones, sin garantías, sin mapa, sin una redención asegurada.
El loco de Dios en el fin del mundo es una meditación sobre la fe, la muerte y la posibilidad de la trascendencia. Y solo en ese sentido, es también una lectura que invita a reflexionar sobre nosotros mismos y sobre nuestro sentido –si es que existe alguno– en este mundo. Vale la pena acercarse al libro. Vale la pena entrar al Vaticano y a su pequeña galaxia a través de él.