Escribe José Carlos Picón
Después de tiempo no me sometía a la experiencia de degustar o manipular un artefacto literario auténtico, de pulsaciones honestas, con cierta desprolijidad underground, pero con zonas compactas de ofensiva emocional y sentido. Es lo que más o menos, “Parábola de la canción popular” de Ray Paz Quesquén (Chepén, Trujillo, 1993), produjo el tiempo de su lectura.
Lorenzo Palacios, papá Chacalón, transita tanto por el espíritu del libro como por las sugerencias del lenguaje, apegadas a la lógica, y el sentido adaptable, producto de saltos de evocación, asonadas de temas desprendidos en canciones que dialogan con un yo poético fracturado, aturdido, errático. Vale este párrafo para comentar la dimensión que la música encarna en el discurso de Paz Quesquén.
Del mismo modo, resulta satisfactorio la incorporación de los reflujos de la oralidad urbana, característica concreta y específica en cada uno de los segmentos donde se utiliza. De esta manera, el híbrido toma su posición y asume su forma más retórica y compleja: la poesía urbana que absorbe la experiencia de la calle como espacio de diversas formas de identidad, de lucha, de procesos históricos, intelectualización de la sangre, e intercambios entre tribus urbanas aromadas por la música y las ceremonias sociales; la calle abierta y descarnada, donde se mata por un celular mientras a un kilómetro ensaya un elenco de Huaylarsh.
La cumbia, el rock, la salsa sugieren espacios en estas composiciones por ratos continuos en su identidad. La fractura semántica de ciertos versos revela el espíritu disidente, la plasticidad de algunas concatenaciones de imágenes es ambigua y a la vez visible. Un nuevo lenguaje reblandece en el inicio para surgir entre el bagazo como una sólida forma de operar en la palabra. En estas páginas se rescata el desparpajo de la cumbia chacalonera, de sus cultores y seguidores, del fútbol barrabrava, de la baja vida, del malogre, de los libros, la poesía. También la zona en que un yo poético de claridad discutible, pero de impulsos cimbreantes, encabeza reflexiones, testimonia un amor, recuerda lo sulfatado de su memoria. La apuesta de Paz Quesquén por este retorno al espacio de su imaginario pespuntea en línea, recuerdos, situaciones, incluso elementos utilizados en conciertos y rituales subculturales, representados identificándose con el poema, vistiéndose de él, transformándose en él.