Escribe: Alexis Iparraguirre
China Miéville (Norwich, Londres, 1972) es uno de los fenómenos de la ciencia ficción contemporánea. Proveniente de la clase obrera inglesa y de una familia de maestros, él mismo es profesor universitario y militante trotskista, además de autor de más de una decena de novelas y una veintena de cuentos que han permitido exploraciones imprevistas en un género últimamente hegemonizado por el tedio del fantasy y sus lógicas de calabozos y dragones. Miéville, convencido de que se trata de propuestas estéticas conservadoras y hasta reaccionarias, les ha contrapuesto sus fantasías de ciudades barrocas, indescifrables, como metáforas políticas, de una conflictividad irresuelta, a las que, muchas veces, se aproxima con el lente del policial de ciencia ficción, las vuelve en varios puntos atractivas por los encantos de los enigmas descifrables, pero, finalmente, las mantiene en un terreno que se revela imprevisible o, contra todo buen propósito, impenetrable y violento.
Los últimos días de Nueva París es su última novela y continúa la obsesión por el diseño urbanístico aberrante que China Miéville ya ha explotado en libros como La ciudad y la ciudad (2009) y Ciudad Embajada (2011). Como ocurre en ellos, ahora París se ha vuelto una población en cuarentena, con un urbanismo y una vida social alucinantes, producto de un acontecimiento que ha sacado a la realidad de sus goznes: la explosión de la bomba s en el café Les Deux Magots en 1941, durante la ocupación nazi. A partir de ese momento, las invenciones del arte surrealista se han vuelto quimeras vivientes, las “manifestaciones”, que se han ido por las calles fundiendo su irrealidad con el paisaje urbano y enloqueciendo y atacando a cuantos encuentran en su camino. Impotente frente a ellas, Hitler clausuró la ciudad y la redujo a una tierra de nadie en que combatían sus tropas periódicamente reabastecidas, la resistencia de Francia Libre y La main à plume, la resistencia surrealista, la única que, relacionándose con las manifestaciones desde la lógica misma del surrealismo, logró identificarlas, clasificarlas y emplearlas a su favor con cierto éxito.

Los últimos días de Nueva París ocurre nueve años después, cuando Thibaut, combatiente de La main à plume, ha perdido a toda su unidad de combate en un encuentro de magia y metralla contra una manifestación peculiarmente oscura por la misma época en que corren rumores de que el obispo pro nazi de París, un apóstata católico, ha conseguido un pacto con el infierno para liberar diablos aliados del Tercer Reich en la ciudad. En esas circunstancias, Thibaut conoce a Sam, una fotógrafa norteamericana furtiva que atravesó los controles de la cuarentena con el fin de fotografiar la irrealidad andante de la ciudad e ilustrar con ella un libro que piensa escribir y titulará Los últimos días de Nueva París. A ellos se suma, como si fuera un animal a la deriva en sueños, un “cadáver exquisito”, un mosaico humanoide de tamaño desmesurado, donde se fusionan infinidad de imágenes libremente asociadas en el poema-juego favorito de los surrealistas.
Ahí donde Miéville consigue los mejores logros estéticos de Los últimos días de Nueva París son en las descripciones de una ciudad desfigurada hasta el delirio por la intervención del arte surrealista, cuyas mejores pinturas, esculturas, poemas e instalaciones se yuxtaponen a cada vuelta de la esquina y conforman una cartografía móvil, salvaje, entregada a los deseos del inconsciente artístico y a las marañas del azar objetivo de los naipes que rigen los mecanismos surrealistas. Concatenadas en la prosa de Miéville que, a su modo, es un proliferante cadáver exquisito, nada de esas repentinas emboscadas de entidades artísticas vivientes restan animación, sino más bien la añaden a las peripecias de Thibaut y sus eventuales compañeros de ruta. Porque Miéville es de aquellos escritores que amando la exploración estética, e incluso el artificio, jamás mezquina el gozo por la historia y, desde luego, tampoco olvida que ella actualiza antagonismos políticos, económicos, y del arte mismo (como buen surrealista de la época, Thibaut se reclama comunista y sus preocupaciones por el colectivo que perdió en batalla configuran una sutil reflexión sobre el tejido entre lo comunitario, lo individual y el arte). Desde luego, Los últimos días de Nueva París es un libro imperdible.
Los últimos días de Nueva París. China Miéville.
Barcelona: Nova, 2017.