Escribe Haydee Salcedo Fonseca*
No todo lo que apreciamos tiene que ser agradable o desagradable por igual. Es importante empezar de esta manera la reseña de El cine malo es mejor (2018), del escritor, cineasta y psicólogo clínico, Javier Ponce Gambirazio, una novela que a tan solo un mes de publicada ya ha provocado revuelo en lectores y en algunos medios. Una “novela-disparate” que problematiza temas que se observan en nuestra sociedad mediante personajes simbólicos: la gorda, el extranjero, el gay, el negro y el enano, narrada desde un personaje que observa la proyección de una película independiente de Almudena Sombrero.
La película cuenta las peripecias de un psicólogo poco convencional, Julio Auris, que busca ayudar a sus pacientes de una forma particular, usando métodos cuestionables ante una sociedad que discrimina a sus pacientes. Una venganza contra aquellos sujetos que los “hicieron menos”, que los despreciaban o se aprovechaban de ellos para enaltecerse a sí mismos. El psicólogo secuestra a las cinco personas que causaron más daño a cada uno de sus pacientes y comienza su “terapia” para ayudarlos a suplir sus traumas. Esta “terapia” es ilustrada mediante los diálogos de los personajes que funcionan para imaginar la escena de la película que el narrador está observando.
La “terapia” muestra la tortura de los sujetos: al que hizo daño al gay se le cercena el miembro viril, se le implanta senos y trasero con aceite de avión. A la que discriminó al negro se la pinta –con una maquinilla– de color negro, se muestra la sangre y el horror en el cuerpo de la mujer. La tercera persona es la hermana de la gorda, a quien se le infla con aceite de avión para que sienta el desprecio que sufrió su hermana a causa de su obesidad. Al que despreció al extranjero se le tortura y se le corta la lengua produciendo gemidos incomprensibles y dejándolo desangrarse. Por último, a quien se aprovechó del dinero del enano, una prostituta, se le cercenaron los brazos y las piernas para quedar del mismo tamaño que el afectado. No obstante, ocurre un suceso siniestro y esperpéntico: el enano asesina al psicólogo con una motosierra partiéndolo en dos. Y la película termina cuando Javier, el gay, saca el pene cercenado de la primera víctima y se lo coloca en la boca al psicólogo.
La novela de Ponce, logra mostrar la podredumbre de los personajes; no obstante, muestra reflexiones de ellos mismos que enriquecen la prosa y le otorgan personalidad a cada uno de ellos. Su estructura focalizada en la proyección de la película se muestra recargada por el uso de los diálogos que llegan algunas veces a ser tediosos para el lector. Diálogos que pueden ser el declive si no se insertase la voz del narrador o algún recuerdo de los pacientes del psicólogo. Dejando de lado la gran cantidad de diálogos, la novela se configura como una evasión del “cine bueno” ya que apuesta por mostrarnos un submundo caótico y desquiciado donde su propia lógica se muestra desarticulada ante el fatal destino del psicólogo. Pero desde esta presentación se aprecia el “cine malo”: el esperpento que alimentan el horror y el desatino mediante la narración de dos cortometrajes jalados de los pelos, que desmitifican el cuento de “La caperucita roja” y que muestra la barbarie humana, el desequilibrio mental y la homosexualidad normalizada dentro de la narración.
De esta forma, El cine malo es mejor (2018), invita al lector a probar una dosis de estrafalaria prosa para quienes están dispuestos a eliminar de su mente los tabúes sociales y para quienes se atreven a probar el “cine malo” que dejará resonancias en la consciencia del lector de una atmosfera sádica y carnavalesca.
Haydee Salcedo Fonseca es estudiante de Literatura en la UNMSM, lectora e Investigadora sobre poesía peruana y narrativa.