La visita
Jimena Antoniello Ligüera
Te invito a mi casa. A tomar un café, sólo eso. Un café a la tarde para hablar de libros y películas, para que no pienses cosas absurdas, como que pretendo enamorarte, seducirte y atraparte con algún arte antiguo. De todos modos lo nuestro no es ninguna novedad. Me interesa que vengas y eches un vistazo mientras preparo el agua para el café y elijo las tazas cuidadosamente. Vas a pensar que es un poco todo al azar y a botepronto, pero te estuve esperando, durante años. Para que entres y tomes asiento, para que veas cómo soy, quién soy, de dónde vengo. Quería enseñarte mi casa. Cómo está adornada, cuáles son mis gustos, mi estilo, mi nivel económico. Quería hacerte cómplice y que entendieses los entretiempos y mis momentos de creatividad. Voy a tratarte bien, como te digo, voy a servirte con calma y esmero. Preparé una tarta de chocolate porque sé que es de tus postres favoritos. Bueno, ¿y a quién no le gusta el chocolate?
Te decía que me encanta la idea de que hayas decidido venir, me gusta mucho. Me hace feliz saber que te importa dónde vivo y qué colores son los que prefiero. Podés mirar bien todo, pasar a las habitaciones y los baños, sí, dos baños tengo aunque viva sola, es de un trauma de la infancia. Éramos cinco personas en casa y un sólo baño; no fue imposible, pero tuvimos nuestros encontronazos, así que crecí con el rumor constante de mi madre sobre que lo único que le hubiese gustado en esta vida era tener un bañito más. Se pasó la mitad de su adultez planeando la manera de construir uno, sin ducha, sólo con un inodoro y un lavabo. A la entrada, repetía ella, porque allí estaban los caños de acceso del agua. Nunca ocurrió. Pero cuando yo me emancipé, lo primero que pensé es que quería dos baños. A mí me daba un poco igual tener una sola habitación, siempre y cuando hubiese dos baños. Y lo conseguí. Así que como te decía, podés pasar a verlos.
Quisiera que tu visita fuese especial, que te gustase sentirte acogido y entonces, en un futuro no muy lejano, decidieses volver. Volver pronto. Porque si pasa mucho tiempo voy a pensar que te traté mal en algo y ya sabés cómo me pongo con esas cosas. Me empiezo a preocupar y no puedo dormir, y te envío notas y mensajes y llamadas y vos te hacés el que no leíste nada; en realidad te agobias y siempre cortás por lo sano. No es que esté de acuerdo y que no me duela un poquito, pero te entiendo. Lo entiendo todo perfectamente. Es difícil en este siglo compartir algo más que una noche o un par de cervezas. Estamos en la era de lo liviano. Lo light se lleva hasta en las relaciones. Es un querer pero sin condicionarse a nada. Un querer cuando te venga mejor y te dé tiempo. Por eso a veces me cuesta adaptarme. Suerte que te tengo a vos que me ponés los pies en la tierra en un santiamén, dejándome de hablar por unos cuantos días, y nunca me preguntás si estoy bien para no importunarme y no meterte en mis asuntos. Bueno, salvo aquellas veces en que se murieron esos amigos o familiares tuyos, que me llamaste desesperado, buscando cariño, alivio y cama. Yo voy comprendiendo cómo funciona todo esto de a poco. Qué lindo que me tengas paciencia y aguantes mis dos mensajes de texto por semana y, sobre todo, el que pretenda verte cada quincena. A veces, lo admito, soy un poco empalagosa, qué sé yo. Pero bueno, la idea es que volvieses, porque lo pasaste bien y te gustó el cafecito. Porque te reconociste en algunos adornos de mi casa, porque te gustaron los autores de los libros que ojeaste distraído, y hasta varios de los cuadros que tengo expuestos en el salón y el baño. Aunque no vamos a adelantar ninguna conclusión. Sin presiones, no te voy a exigir nada, ni siquiera a pedir un ajuste, porque lo nuestro no da para tanto, estarás de acuerdo conmigo.
Ahora sentate tranquilo, mientras te sirvo el café. Ya sé que lo tomás sin leche y con edulcorante. La tarta va a estar en unos minutos. Busqué un chocolate que fuera más natural, más orgánico, para que no te hiciese daño al estómago. Me enteré que estás un poco delicado de salud, que te mareas después de comer algunas veces, así que te voy a cuidar, ya te dije.
Después del café nos quedamos charlando un rato, no tengo apuro. Incluso, podés recostarte en mi cama si te da sueño, hoy cambié las sábanas. Ya me aprendí que la siesta es importante para vos, porque tenés ese problema para dormir. Yo también lo tengo. Sabés que me parece que es porque pensamos demasiado y no sabemos desconectar, ¿no? Al menos eso dice siempre mi padre y también mi psicoanalista.
Qué bueno que te haya gustado mi casa, y el café, y la tarta. Yo estoy bien, sin mucha novedad que pueda serte interesante. Si te parece puedo inventar alguna cosa, o exagerar lo cotidiano para que te rías o para entretenerte. Me conocés, puedo hablar durante horas y horas, y si se trata de verte sonreír, mucho más. Me encanta tu carcajada fuerte, varonil, tajante. Como todo lo que hacés y decís. Porque nunca te vas por las ramas ni te enredas en historias fáciles. Es lo que vos decís y cómo lo decís, lo que hace que el resto hagamos caso. Yo misma soy ejemplo de ello. A veces me cuesta entender la magia con la que podés manejarme sin demasiado esfuerzo. Tengo que admitir que nunca le hubiese aguantado a nadie ciertas costumbres virulentas tuyas. Yo tengo un carácter fuerte, soy respondona, peleadora, extremadamente elegante y bastante profunda en mis planteos. Me gusta analizar, desarrollar, debatir opciones. Vos conmigo hacés que todo eso desaparezca y no me das opción. Siempre se hace lo que vos planteás, total, yo estoy para complacerte, ya te dije. Además a mí me sirve que me guíen un poco. Estoy cansada de tener que ser siempre la que lleva la voz cantante. A mí me encanta hacerte sentir bien, demostrarte que valés, que sos especial. A veces me enojo un poco cuando estoy sola, por cosas que me comentás sobre mi apariencia o mi forma de reaccionar, pero es porque me siento insegura últimamente. En una de esas tiene que ver con la forma en que me querés, que es nueva para mí. Realmente sos valeroso, porque mi madre siempre dice que soy demasiado estricta con todo, incluso con las relaciones. No me voy a hacer ilusiones con otra cosa, somos amigos, respeto que seas un alma libre. Y te entiendo. Siempre comprendo todo. Prefiero tenerte como amigo. De imaginarte que podrías ir por ahí haciendo amigas como yo, con las que compartís cafés y charlas, me pongo nerviosa. Igual, nunca nadie te cocinaría las tartas de chocolate como las que hago yo. Receta familiar.
Te cambió la cara de repente. Podría ser que te mareaste un poco a causa del azúcar, te dije que comieras despacio y un solo trozo de tarta. Es mucho chocolate. Es mi culpa por querer que te sintieras a gusto. La gente va a decir que te quise envenenar o algo. Mejor acercate a la ventana para tomar aire, te va a venir bien. Está lindo el día de otoño. Y del último piso se ve toda la ciudad. A mí me encanta. Respirá hondo varias veces, llenando los pulmones y bajando el oxígeno hasta el estómago. Si cerrás los ojos, hace más efecto, te relaja. Dame la taza de café, ya no la necesitás, ya no comas nada. Igual tené cuidado, no te asomes demasiado a la ventana, puede ser peligroso por tu altura. Mirá si te da un pico de azúcar por el mareo y terminás perdiendo el equilibrio; te caerías desde el séptimo piso y como estás indispuesto parecería un accidente. No te preocupes, la gente no me va a echar la culpa, todos saben qué carácter tenés, y a mí me han escuchado llorar. Yo siempre te daba la razón y sonreía amablemente cada vez que me lo pedías. No es que te eche culpa de nada, pero si lo pensás mejor no te portaste conmigo todo lo bien que me prometiste. Se te escaparon gritos más de una vez, y te hiciste el desinteresado infinidad de ocasiones. Eso por no mencionar alguna mala palabra dirigida directamente contra mi intelecto o mi forma de pensar. Ya sé que a veces me paso un poco y que levanto el tono de voz, o digo un improperio, pero siempre es en defensa propia, y con todo el cariño del mundo. Igual que el que vos me tenés a mí, aunque no lo digas tan a menudo. Entonces, cómo te iba diciendo, qué lindo que te haya gustado mi casa. Me encantó que vinieras a visitarme, ya iba siendo hora. Pero te dije que no comieras tanto chocolate y que tuvieses cuidado con la ventana abierta. ¿Mirá si te empujaba yo por casualidad cuando iba a acariciarte la nuca? Puede que por fin haya encontrado la forma de decirte todo lo que pienso de vos. Ahora te agobiaste y perdiste el equilibrio cayéndote desde mi ventana. Mirá que te lo dije, pero vos nunca escuchás. No te preocupes. Diré que fue un accidente. Me van a creer a mí porque tu palabra ya no cuenta.
Jimena Antoniello Ligüera (Uruguay, 1978) estudió Letras en la Universidad de la República y cursó un doctorado en Cristianismo Antiguo en la Universidad Complutense de Madrid. Cuenta también con una maestría en guion de cine (Escuela de Imagen y Sonido CES de Madrid) y una especialización en cinematografía (New York Film Academy). Es autora del poemario Entropía del alma (2012) y del libro de cuentos Todo lo que debe morir (2019), también ha participado en la antología 22 mujeres (2012). Parte de su obra ha sido incluida en revistas de creación como Otro cielo, Specimens, Aaduna. A Literary Journal y Forth Magazine. Actualmente radica en la ciudad de Los Ángeles, donde se desempeña como guionista de cine y televisión.
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