EL MALLKUTAURO
Escribe: Antonio Zeta Rivas
«Hoy tengo miedo, no a la muerte misma
sino a la manera de encontrarla».
J. M. A.
A la pregunta hecha por el Mallkutauro, Arguedas respondió secamente: «Cómete hasta sus tripas». Y la bestia desplegó sus alas para salir rumbo a Andahuaylas. Para saldar cuentas con todos aquellos que hicieron miserable la vida del autor.
Desde mucho antes de llegar a Puquio, Arguedas temía a los cóndores. Nunca olvidaría la madrugada en que despertó aterrorizado ante la visión de uno dentro del cuarto donde dormía. Tendría seis años. Era su hermanastro mayor quien sostenía en el aire al animal, para más tarde atar de brazos al niño y obligarlo a correr por el campo huyendo del ave. Era un cóndor herido de muerte, que había caído en el establo durante la noche. Pero herido o no, seguía representando un peligro para el aterrado niño. Mucho más en aquella oscuridad pobremente combatida por la luz de un farol.
Arguedas también había desarrollado un temor hacia los toros. Y es que de chico fue testigo de cómo un ejemplar del establo se volvió loco contra uno de los indios de su casa y lo atacó brutalmente hasta dejarlo inconsciente. Sin embargo, al verse en Puquio frente a la escena del toro con el cóndor atado al lomo, llegó a sentir pena por el astado. Sin poder escapar a las picaduras del carroñero, le recordó a sí mismo bajo el sometimiento del hermanastro.
Fue ahí, presenciando el salvaje acto festivo, cuando la mente del autor inició un viaje del que no retornaría jamás. Horas más tarde, en su rentada habitación, Arguedas se aisló del mundo entero para concebir la venganza de ambos animales, símbolos de su propia vida. Porque si bien el cóndor era un ave natural de los Andes, era quien infringía dolor a un animal, en este caso, indefenso. Por otra parte, el toro, traído a América desde hacía tres siglos, representaba al blanco en tierras indias, pero que al no tener prerrogativas era tratado como un andino más.
De este modo, la neurosis del autor fue ganando terreno hasta dar nacimiento a un ser horrible, una bestia mitad toro mitad cóndor: el Malkutauro. Así le llamó, una voz que unía el quechua y el español, una mezcla de dos lenguas como era la suya. La descripción detallada hecha por Arguedas le causaba terror incluso a él mismo. Había creado a un ser majestuoso como diabólico, una aberración. Satisfecho, cayó rendido.
Mientras dormía soñaba que en lo más profundo del cerro Campanayoc surgía el nacimiento de una criatura que escapaba al conocimiento de cualquier mortal, excepto al de él. El cerro abría una herida en su costado para dar a luz al Mallkutauro. La criatura recién venida al mundo abrió los ojos para dirigirse a lo más alto del Campanayoc en medio de la negrura de la noche. Allí, extendió sus amplias alas y lanzó un bramido estremecedor.
El creador, padre de la criatura, despertó bañado en sudor. Solo había sido un sueño, una pesadilla. Sin embargo, el miedo era real, palpable con el sudor y la aceleración en el palpitar. Arguedas se apea de la cama para ir en busca de un vaso con agua. De pronto siente un intenso dolor en la cabeza, algo dentro de su mente interrumpe su pensamiento. Está de pie con los ojos en blanco. En su mano, el temblor hace que el agua del vaso se sacuda hasta dejarlo casi vacío. Entonces pudo ver con sus propios ojos cómo veían otros ojos.
Desde las alturas contempló la belleza que ofrecía el ande a lo largo del trayecto que terminaba en la casa donde él se encontraba en ese momento. Al volver en sí, reconoció el cuarto donde aún permanecía y el toque en la puerta. Respondió al tercer llamado, sin conseguir respuesta. Lleno de terror, pues no esperaba visitas, abrió la puerta ante un cuarto golpe. Por entre la oscuridad pudo ver a la criatura que acaba de soñar, la misma que ahora estaba parada frente a él y que debido a su inmensidad no podía ingresar por el marco de la puerta. Arguedas se creyó en presencia del demonio, quien venía a juzgarlo por su falta. Todavía temblando, le espetó: «¿Qué quieres aquí, demonio? Si vienes a quitarme la vida, hazlo rápido».
-¿Tú me preguntas qué es lo que quiero? Si eres tú quien me ha dado vida. Es por ti que he nacido de las entrañas del Campanayoc para cumplir tu voluntad -dijo la bestia.
Habría podido morirse ahí mismo por la escena que estaba viviendo, pero Arguedas conservó la calma. Después de todo era posible. Él lo estaba viendo y oyendo. Era real. El Mallkutauro cumpliría cuanto le ordenase. Lleno de vergüenza, por atentar contra sus principios, pidió al monstruo que acabase con la vida de la mujer con la que su padre contrajo segundas nupcias y con la de su hermanastro, por todos los abusos cometidos contra él cuando aún era niño.
-Cómete hasta sus tripas -dijo Arguedas antes de que la bestia emprendiera el vuelo.
A su regreso, el Mallkutauro traía en un costal las cabezas de las víctimas, el mismo que no fue necesario abrir, puesto que Arguedas había sido testigo directo de la matanza. La crueldad de la bestia le había causado pánico. En efecto, su creación acabó con la vida de quienes él solicitó, pero también con la de varios inocentes que se pusieron en su camino.
Luego de ver cumplida su palabra, el creador dio libertad a la bestia, y permiso para alimentarse solo de carne animal. Sin embargo, no podía olvidar el sabor de la carne humana. Entonces la neurosis del autor fue incrementándose con cada una de las muertes. Sintió el dolor de la humanidad en carne propia. Entonces entró en una crisis de la que ya no pudo salir.
El 28 de noviembre de 1969 José María Arguedas intentó acabar con la vida del Mallkutauro, pero no fue hasta el 2 de diciembre, cinco días después, en que padre e hijo cerraron los ojos para siempre.
Antonio Zeta Rivas (Piura, 1986). Licenciado en Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Piura. Ha publicado los libros de relatos Tarbush y Lo que las sombras ocultan, así como el libro coautoral Desafío de la brevedad: Antología de la microficción en Piura. Ha obtenido el Primer Puesto en el Concurso Nacional “Historias Mínimas 2017”, organizado por Diario El Comercio y la Fundación BBVA; finalista de la II Bienal de Cuento Killa 2018. Este 2019 resultó semifinalista en el Sexto Premio Internacional de Novela Infantil Altazor con la obra “Colpawálac”. Trabajos de su autoría aparecen en distintas antologías y revistas a nivel nacional e internacional. Actualmente es Presidente del Círculo Literario “Tertulia Cero” y miembro del Consejo Municipal del Libro y la Lectura – Piura.