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Daniel Mitma, el novelista policial: una indagación a través de la narrativa y el reportaje

Daniel Mitma construye un universo narrativo que, evitando el alarde, dialoga con una tradición más amplia sin diluir lo propio.

Publicado

1 Jul, 2025

Escribe Paolo de Lima

En 1990, al alcanzar la mayoría de edad, di mis primeros pasos en la prensa escrita en Página Libre, periódico que operaba desde una casona de estilo neocolonial situada en la avenida Javier Prado, en San Isidro. Mi actividad empezó en la sección de Locales, cubriendo notas vecinales, eventos municipales y pequeños sucesos urbanos. Mi tiempo en esta sección fue fugaz, de apenas unos días, pues de inmediato derivé a Policiales, en parte porque ambas compartían el mismo espacio en la sala de redacción. Allí, las jornadas fueron intensas: recorría la ciudad en la camioneta del periódico tras historias de incendios y muertes, inmerso en una tensión constante difícil de asimilar. Compartía esas jornadas con la hija del legendario fotógrafo Carlos “Chino” Domínguez, una redactora experimentada que contrastaba con mi evidente inexperiencia.

Uno de esos días, el director del periódico, Guillermo Thorndike –a quien, en mi temprana incursión en el mundo del periodismo y con un imaginario aún moldeado por los cómics, asociaba con figuras como Perry White, del Daily Planet, o J. Jonah Jameson, del Daily Bugle– lanzó un comentario seco y visceral sobre una nota en la que había olvidado consignar el nombre de la persona que me proporcionó la información. No fue una reprimenda que yo escuchara, sino algo que supe por la editora de la sección, quien me respaldó con firmeza, atribuyéndolo a un desliz propio en alguien que aún estaba en pleno proceso de aprendizaje. Más que un punto de quiebre, ese episodio me ayudó a tomar distancia de Policiales. En el fondo, como joven poeta, anhelaba escribir reportajes en Culturales, donde finalmente me asenté y desde entonces –pasado aquel breve episodio inicial de poco más de un mes en aquellas dos secciones– he centrado toda mi trayectoria periodística.

Esta experiencia personal encuentra su eco al adentrarnos en No lleven huaynos a mi tumba (Dendro Editorial, 2025), la reciente novela de Daniel Mitma (Huancayo, 1993), que se inscribe en el fascinante subgénero de la narrativa de redacciones periodísticas. Su exponente mayor es el capítulo “Eolo”, séptimo de Ulises (1922) de James Joyce, y a él pueden sumarse en nuestros países obras como Operación Masacre (1957) de Rodolfo Walsh, Conversación en La Catedral (1969) de Mario Vargas Llosa, La conciencia del límite último (1990) de Carlos Calderón Fajardo, Los últimos días de La Prensa (1996) de Jaime Bayly, Tinta roja (1996) de Alberto Fuguet, Betibú (2011) de Claudia Piñeiro, Contarlo todo (2013) de Jeremías Gamboa, Las cenizas del Cóndor (2014) de Fernando Butazzoni, No pidas nada (2017) de Reynaldo Sietecase o Cierre de edición (2022) de Juan Carlos Méndez, entre tantas otras. Esta experiencia temprana, vivida entre redacciones y tensiones editoriales, permite reconocer con nitidez las atmósferas que Mitma reconstruye con sentido del detalle. No lleven huaynos a mi tumba se suma así a una tradición literaria que ha hecho del periodismo no solo un escenario, sino una forma de explorar los pliegues éticos, políticos y existenciales de la escritura.

Escritor y periodista peruano Daniel Mitma

Como profesor en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, he tenido el privilegio de conocer a varios narradores desde sus inicios, leyendo sus textos impresos en Word o supervisando sus proyectos, muchos de los cuales han ganado premios nacionales e internacionales y publicado en editoriales transnacionales. En el caso de Daniel Mitma, periodista, licenciado por la Universidad Nacional del Centro del Perú y egresado de la maestría en Escritura Creativa de San Marcos, su trayectoria no es una excepción. Es coautor de Largo aliento: sudores, mitos y héroes del fondismo wanka (2019) y Miércoles 69 (2021), colaborador en medios como El Comercio y La República, y autor de un ensayo sobre el Hombre del Macintosh incluido en Nueve acercamientos a Ulises de James Joyce en el centenario de su publicación (2022), volumen que edité, donde propone una lectura sugerente de esa figura enigmática como encarnación posible del propio Joyce.

Publicado por Dendro Editorial –una casa independiente que en los últimos años ha impulsado a jóvenes narradores talentosos como Stuart Flores, Bryan Paredes y Manuel Terrones–, el libro de Mitma se distingue por una mirada atenta al espacio local y a los vínculos entre prensa, poder y violencia, aunque no está exento de ciertos tics formales ni de un lirismo que desborda ocasionalmente. El escenario elegido, una ciudad de provincia como Tarma, condensa tensiones históricas y culturales con un enfoque que remite a los microcosmos narrativos de César Aira, en particular al modo en que construye una literatura a partir de la pequeña ciudad argentina de Coronel Pringles. Mitma persigue un objetivo similar: capturar lo universal desde lo mínimo. La apuesta es ambiciosa, y si bien no todos los elementos logran consolidarse plenamente, el propósito es genuino y abre una línea de exploración que merece atención.

No lleven huaynos a mi tumba, novela breve de 114 páginas dividida en ocho capítulos, entrelaza crónica, reportaje y reflexión literaria en una narrativa densa y provocadora. La obra sigue a un periodista de oficio modesto, consciente de que “ni a escribidor llego” (en un guiño al Vargas Llosa de La tía Julia), quien relata la historia de un reportaje previo que desató la furia popular y un juicio por difamación. Este reportaje se centra en Sonqo, cantante andina apodada “la Jennifer López de los Andes”, una figura compleja que murió a los 52 años tras brillar entre las décadas de los sesenta y ochenta. Sonqo es descrita como “genio, puta y borracha”, un retrato crudo que desafía la idealización de los ídolos populares y confronta la hipocresía de una sociedad conservadora y centrada en lo católico. Mientras reconstruye esta vida “maldita” –marcada por excesos y rumores inquietantes, como historias de mujeres mayores con pollera y sombrero ofreciendo servicios sexuales o una niña violada por un perro–, el narrador reflexiona sobre el costo emocional y moral de escribir, al tiempo que recuerda su relación amorosa con Dana, a quien llama “Mao” por sus convicciones de izquierda.

El libro, que puede clasificarse como crónica novelada, adopta un tono detectivesco al desenterrar secretos, con menciones constantes a Artl, Beckett, Borges, Flaubert, Márai, Schiller, Styron, Valéry, Vila-Matas o Wilde. Estas referencias dotan al texto de una dimensión metaliteraria, convirtiéndolo en un ensayo sobre el acto de escribir. La fuerza de la prosa radica en su equilibrio entre lo pulsional y lo reflexivo, exponiendo las tensiones entre la verdad y la ficción, la memoria y el olvido, en un contexto andino-citadino donde la tradición y el prejuicio colisionan con una modernidad marcada por sus contradicciones culturales. Mitma aborda temas escabrosos, desafiando las “hordas de conservadores” y reflexionando sobre el peso biográfico llevado a la literatura.

No lleven huaynos a mi tumba traza, con crudeza y lirismo entreverados, un retrato descarnado de la idolatría, la integridad del oficio narrativo y los intersticios de la creación literaria. Mitma no plantea una fábula de redención ni un alegato social, sino un descenso persistente a zonas de conflicto donde lo ético, lo político y lo íntimo se mezclan con la autoconciencia del lenguaje. “Celebrar que no retrocedí, que finalmente persistí en mi trabajo, porque escribir es eso, un persistir desde el hoyo, ante lo que no se halla, limpiarse la mugre y hacer palabras con esa grasa”, reflexiona el narrador al finalizar su relato con una franqueza que reconoce en la suciedad una materia posible, un resto transformable. Esa idea condensa el gesto que articula su escritura: no embellecer la experiencia, sino desgajarla. Desde una ciudad de provincias atravesada por el rumor y la violencia, y manteniendo siempre la tensión con la resonancia literaria, Daniel Mitma construye un universo narrativo que, evitando el alarde, dialoga con una tradición más amplia sin diluir lo propio.

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Paolo De Lima
Paolo de Lima es doctor en Literatura por la Universidad de Ottawa (Canadá), editor de los volúmenes Lo real es horrenda fábula (2019) y Golpe, furia, Perú. Poesía y nación (2021). Es autor de los estudios La Última Cena: 25 años después. Materiales para la historia de la poesía peruana (2012) y Poesía y guerra interna en el Perú (1980-1992) (New York, 2003). Ha publicado también el dossier Perú: los poemas del hambre (Puebla, 2018). Es, a su vez, autor de los poemarios Cansancio (1995 y 1998), Mundo arcano (2002), Silenciosa algarabía (2009), reunidos en Al vaivén fluctuante del verso (2012), Soliloquios (2022) y Ottawa (2022).
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