Escribe José Carlos Picón
“Un sol líquido” (Vallejo & Co, 2022) de Diego Alonso Sánchez es un espejo giratorio de piezas sencillas que remueven aquello que no vemos, pero nos cuestiona y, es más, redunda en los espacios de la ética, la profundidad de la contemplación y la belleza.
En la primera etapa del libro, Sánchez parece haber decidido teclear la naturaleza de la memoria, en sus diversas texturas. Una memoria íntima en “Wislawa Szymborska”, una memoria emocional (“Nada deja de existir”), una colectiva (“Reportaje (1997)”), memoria histórica (“Recuerdo de Pompeya”, “Flores de Hiroshima”), para culminar con una suerte de arte poética (“Reflejo”) que refiere lo especular, el reconocimiento y la inmersión en las sensibilidades que remarca el devenir del pensamiento, el silencio, la reflexión y la energía para crear.
Posteriormente, en la etapa “Asuntos humanos”, reúne tres poemas que representan la intimidad de la familia, de la pareja, de algún espacio que haya congregado ambas dimensiones, y algunas otras. “Luego vine yo a posarme / en tus rodillas, / tembloroso como un suspiro” (“Silenciosamente”, p. 29). O “…y descubría la hermosa fosforescencia / de su cuerpo” (“Memoria de la mirada”, p. 30). Tal vez lo mencionado al inicio de este párrafo esté mejor ilustrado en “Playa Arica”: “Así, derrotada por un sol líquido, / duermes / y nada te vulnera”.
Hasta aquí la forma en que se plantea la escritura de Sánchez, de alguna manera podría estar relacionada a la forma en que concibe la poesía, o al menos la forma en que la concibe en sus libros anteriores, contemplación, silencio, iluminación, sutilezas. No obstante, en “El destino de los olvidados”, incluye poemas que alcanzan un compromiso dentro de un camino de anhelos colectivos y luchas reivindicativas, la conexión, empatía y solidaridad hacia los vulnerables, los trabajadores, desempleados, el pueblo. “Diría que en una mina / también se ama (…) La dignidad del obrero / bajo las botas del soldado (…) una Domitila Barrios Chungara / que consuela tu espalda” (“Si me permiten hablar”, p. 36). “En su barraca, todas las penas / son del vacío y del hambre”, manifiesta en “Me pregunto”. Finalmente, en la última estancia “Mi bastión ya no hace sombra”, presenta un sentido y preciso homenaje a la poesía china y japonesa. Aquí vuelve a esa profundidad en la que vacío no es sinónimo de despojado ni de insignificancia. Brevedad, contemplación desde la escuela tradicional lírica, silencio, metafísica, pensamiento y respiración, filosofía inmanente. El diseño de la belleza, con la música de la creación meditativa y de la palabra.