Un cuento de Richard Navarrete
Todo iba bien con las nuevas reformas sociopolíticas; nuestra moneda se recuperaba tras años de guerra. La gente podía caminar de manera libre y pensar lo que quisiera. Pero el corazón nunca dice la verdad y se ocultan en él formas misteriosas de horror y espanto.
La tecnología había sido el gran hallazgo, la gente se comunicaba desde cualquier punto de la galaxia, la inteligencia artificial resultó ser el eslabón perdido y, por supuesto, los viajes a otros planetas eran ya una realidad, aunque sólo nuestros científicos salían a curiosear de vez en cuando a estos mundos lejanos. Sin ser vistos, por supuesto.
Comenzó en una noche de mayo. Las dos lunas irradiaban su luz y el aire se sentía húmedo. Todos hacían su vida normal y en un momento la desgracia llegó. Recuerdo caminar con mi amiga Yali. La gente gritaba tras la caída de nuestra moneda; todas las comunidades habían colapsado y el dinero ya no valía nada. Varias personas corrieron hacia los bancos con la intención de sacar lo mucho o poco que tenían ahorrado, pero fue inútil. Ya no existían las finanzas, lo único de valor era la vida misma y quizá algunas posesiones materiales que tuviéramos en casa.
Parecía ilógico y muchos no lográbamos entenderlo; pero la nueva moneda eran los “me gusta” en redes sociales. Sí, ahora el ser popular en las redes sociales era lo que determinaba tu posición económica, tu valor como persona.
Cada mes íbamos al Banco de Red, en donde según sus tablas de popularidad, a partir de los quince años de edad cambiábamos los “me gusta” por víveres para sobrevivir en este planeta marchito.
¡Genial!, decían en las calles. Las personas sonreían y con demasiada imaginación comenzaron a trabajar en sus redes sociales. Nos empeñábamos en subir a la red información atractiva para que la gente nos regalara una cara sonriendo y, por supuesto, se volviera nuestro amigo en esas aplicaciones malditas.
Ya no había trabajo, no había por qué preocuparse, sólo bastaba salir con nuestro dispositivo móvil, postear algo llamativo, subir una frase célebre, quizás una receta de cocina o desnudarse frente a la cámara y ¡vualá!, muchos “me gusta” caían y, por supuesto, el dinero.
Pero algo falló y no fue la tecnología, fue nuestro corazón, lo que traíamos cada uno en nuestra mente retorcida. La civilización volvió a colapsar. Tres años después de vivir de esta manera se acabaron las ideas, ni la inteligencia artificial pudo ayudarnos. La música, la literatura, los desnudos… nada le importaba a la gente, y la moneda ya no era tan fácil de conseguir.
La gente comenzó a robar identidades para obtener ganancias deshonestas, pero no fue suficiente y el ser popular se hizo más complicado; ahí comenzó el tormento.
Un día un hombre filtró un video sobre cómo abrir a un gato por el estómago, dejándole las tripas expuestas mientras el felino chillaba de dolor. Inmediatamente el sujeto comenzó a ser más popular. Entonces la gente se volvió despiadada, comenzaron a subir idioteces: cómo sacarle un ojo a un perro, matar elefantes, quemar y desollar cualquier forma animal. Ni siquiera eso fue suficiente. Un hombre grabó un video mientras violaba y le arrancaba los dientes a su hija. Ella sólo gritaba ¡Hazlo! No tengas miedo, ¡seremos millonarios!
Aquello fue la puerta al infierno mismo, y pido perdón al demonio por hablar así, pues quizá el infierno sea un paraíso en comparación de lo que ahora vivimos. Nos ocultamos de aquellos que matan a personas con tal de obtener “likes”. Al abrir nuestras ventanas el olor a podrido se impregna en nuestras casas, vivimos para cuidarnos y hasta en la televisión existen programas estúpidos sobre las maneras más atroces de matarnos entre nosotros. Los gritos en las calles se expanden con el movimiento del aire. Nuestra mente está centrada en cómo ser más famosos que el vecino. Sé que en algún momento esto acabará, ya que el nuevo reto de este invierno es comernos entre nosotros y ver qué tanto puede aguantar una persona sin riñón o hígado.Algunos dicen que existe un planeta llamado Tierra en donde hay agua, internet y oxígeno para poder mudarnos y comenzar de nuevo. No sé si sea verdad, pero incluso aseguran que el internet es más rápido en esa galaxia y su única luna aún brilla por las noches. Así que, ¡allá vamos!
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Ricardo R. Navarrete (Ciudad de México, 1983). Arquitecto por la Universidad Nacional Autónoma de México. Docente de educación media superior y superior. En 2017 funda la editorial independiente Henequén, siendo editor de diferentes antologías y libros de esa casa editorial. Escritor de cuentos matemáticos con el objetivo de dejar un aprendizaje significativo en sus materias de Cálculo diferencial y Trigonometría como “Buffet de cuentos Matemáticos 1 y 2” exponiendo las ciencias exactas a través del terror y misterio. En 2022 publicó “Chavorrucuos de fresa y chocolate”, y en 2024 “Tiempos” ambos libros una exploración por el devenir del tiempo a través del cuento. Es, además, locutor en el programa “De Letras y otros vicios” en donde fomenta la literatura. Ha incursionado en distintas revistas nacionales e internacionales hablando del aprendizaje como factor esencial en el entendimiento humano. https://beacons.ai/ricardo.rodriguez