Escribe José Carlos Picón
En “Palabra de casuario” (Alastor editores, 2022), Gabriela Atencio invita al lector a un universo de imágenes salvajes en el que predomina la fauna, los paisajes agrestes y rudos. Esos escenarios que se presentan como rasgos medio oscurecidos por la penumbra, conviven con evocaciones al mundo familiar, pero desde una distancia.
La fractura visual, la fragmentación textual y el silencio en el espacio entre palabras, construcciones en la disposición en la página, también se suman a la trama de sentido que a todas luces y penumbras, brilla en su ambigüedad.
“La palabra tiene calles” dice la poeta a través de atmósferas en que los caballos musitan salmos y los casuarios escriben. Hay una conexión más allá de la convivencia, un patrón de evolución de los ecosistemas representados en el lenguaje de Atencio en este libro. La voz poética podría ser imaginada como la de un o una salvaje en el sentido de primigenio, feroz, instintivo, con potencial talento para la construcción de estructuras poéticas.
Incluso entre las líneas y bordes de la “civilización” hay un individuo cuya libertad no solo estalla en el ámbito de la escritura y la poesía sino también en el de la actuación y movimiento dentro de él. Como en la arena de un circo, en el seno de una selva hostil o en el centro de escenografías borrosamente urbanas, en diseño conjunto con el cuerpo hilvanado de lo orgánico, lo tangible de las entrañas, el cuchillazo del sueño o pesadilla.
La comunicación con aquello que es anterior al cuerpo es una constante que conduce a la voz de los poemas entre difuntos, parajes desconocidos, así como a través de la ansiedad del límite y el devenir del cuerpo, la mente y el alma de sus seres más cercanos. Finalmente, la finitud es delimitada por esa corporalidad que está presente en la mayoría de los textos, pero en un contexto de desgarro semántico, factura onírica y ambigüedad pictórica.

El tiempo es ancho y ajeno
Por otro lado, en “El tiempo es un río sin orillas” de Laura Rosales, también del sello editorial Alastor (2022), encontramos poemas un poco más cristalinos pero no por ello menos complejos. Los textos pueden girar en torno de temas diversos como la familia, la entrega amorosa, la ciudad, el mar, no obstante, están atravesados por el eje pasión-escritura –más claramente puede verse esto en el poema “Fuji”.
Es la apuesta de Rosales por una cálida y libre escritura, mas no desbordada ni desordenada. Ensoñación y búsqueda del lenguaje, vinculados a los ciclos de la vida: “Hunde las manos sin remordimiento/busca la belleza (…) No ignores lo que renace”.
Existe un espacio para la reflexión, para la pregunta, para la contemplación. “¿Hacia dónde vamos/con la humanidad entera asfaltada sobre la carne/sino a la muerte detrás de la otra orilla”. La poeta ensaya, construcciones que, por su brevedad y claridad, invita a una lectura sin desasosiego. “Aquel mundo profundo/es mi leve reino”.
La tercera persona se confunde con la primera y la segunda, ya que son varios elementos e instancias que se pronuncian en los poemas de Rosales. Una combinación entre la breve descripción de imágenes imposibles o improbables con aparentes indicaciones o pasos a seguir, va dando a conocer artes poéticas, evocaciones, metáforas que nacen de lo cotidiano y lo fantástico en simultáneo. Cabe resaltar que, el paisaje natural, el marino sobre todo, contiene a varias de estas escenas, en las que también se deja sentir el palpitar de Lima y la urbe. De una manera sutil, por momentos, como en una suerte de acuarelas de composición metódica y cerebral. Ternura, dolor, desdicha, iluminación, esperanza, pasión son los condimentos con que cocina la materia del verbo para buscarse a sí misma y a su propio decir en poesía.