Psycho
-No sean cobardes –exclamó Lucía sujetando el trozo de vidrio.
Los dos rostros que la observaban se afilaron bajo la tenue luz que ingresaba, moribunda, por un resquicio del techo. Todo el interior del recinto parecía sellado por una oscuridad azul que casi les mordía los ojos. El piso encharcado brillaba al impacto de los pinchos de luz y una pestilencia animal invadía el cuarto, ahogándolos. El frío era tan cruel como para agrietar a las piedras, pero ellos se mantenían ardientes, sudorosos, acezantes por la amenaza de muerte que los envolvía.
-No puedo hacerlo –dijo Jon moviendo la cabeza–. No puedo hacerlo.
-Yo tampoco –balbuceó Romina echándose a llorar–. Tengo miedo.
Una mesa metálica con cuerdas, una silla manchada de sangre, cadenas, trapos y una repisa con bidones de cristal, decoraban aquel cuarto. Lucía había obtenido el puñal destrozando una de las cubas contra el piso. Desde hacía un cuarto de hora trataba de persuadir a sus compañeros de que la mejor opción para librarse de una muerte lenta y horripilante era la de cercenarse el cuello mutuamente con aquel pedazo de vidrio. Sería una muerte rápida y casi indolora. Solo se debía actuar con presteza; sin dudar, sin pensar.
-Es la única manera –dijo–. Solo la muerte puede librarnos de la muerte.
-Estás desvariando –exclamó Jon.
-No, solo estoy diciendo verdades. ¿Quieres morir traspasado por una pica? ¿Quieres que te corten el brazo con una sierra? ¿Quieres que quiten los dientes o perforen los ojos?
-¡Dios mío! –gritó Romina.
-¡Pero no podemos cortarnos el cuello! Debe haber otra salida.
-¿Cuál? –preguntó Lucía escupiendo a un costado–. ¿Cuál? ¿Crees que esos tipos tendrán piedad? ¿Piensas que sucederá un milagro?
-¡No!
-¿Entonces?
-No sé…
El tiempo avanzaba y no se decidían. No era fácil. Los tres estaban con el cuerpo dolorido, manchados de mierda, lodo y sangre. Sus ojos sobresalían engolletados de mugre y sueño. Tenían los brazos constelados de verdugones rojos por los golpes de las ramas cuando intentaron huir por el bosque.
-Tarde o temprano vendrán por nosotros. A mí me violarán. A ella también. Nos van a violar y después nos van cortar en pedacitos. Tal vez a ti también te violen. Pero si no lo hacen, te harán sufrir de la peor manera. Esos tipos están locos, son unos psicópatas.
-¡Oh, cállate! –gritó Romina.
-Ustedes no quieren reconocerlo –dijo Lucía–. Prefieren esperar a que eso pase, que todo ocurra por azar. Pues yo no. No puedo.
-Pero asesinarnos…
Un ruido del exterior les hizo dar un respingo. Lucía escondió el vidrio y se puso a temblar encogiéndose como una pequeña larva. Romina y Jon se escabulleron hacia los rincones. Alguien abrió la rendija de la puerta produciendo un crujido que les raspó los tímpanos. Un ojo tan blanco y nubloso como el huevo de una araña apareció por aquel espacio y los observó, burlón, desde el otro lado. Luego, al cabo de un rato, cerró la cancela y se fue arrastrando una cadena por un insospechado corredor.
Los presos se volvieron a reunir.
-Ya no puedo más –dijo Lucía sacando el vidrio.
-Yo tampoco –dijo Romina sollozando.
-¡Mierda! –gruñó Jon.
-¿Entonces? –preguntó Lucía con desesperación–. ¿Lo hacemos? ¿Lo hacemos, Jon?
-¡Dios! ¡Dios!
-Sí –contestó Jon balbuceando–. Pero al final alguien tendrá que cortarse solo y…
-Yo no puedo –dijo Romina–. Jon, yo no puedo hacerlo.
-Yo tampoco –dijo Jon, avergonzado.
-Lo haré yo –exclamó Lucía–. Yo me cortaré al final.
Después de observarse por unos segundos, paladeando su terror, Jon dijo:
-Vamos, hazlo rápido.
Lucía ajustó la daga y, de rodillas, avanzó hacia el sitio de Jon. Este había cerrado los ojos y levantaba el cuello entregando la gran vena de la vida. A un costado, Romina miraba la escena horrorizada. Lucía se detuvo un segundo y dudó. Su mano parecía no querer proceder.
-¡Date prisa! –gritó Jon.
Apretando los ojos, Lucía cercenó el cuello de su amigo. Un rugido sordo se escuchó en el lugar y Jon se llevó las manos al cuello, con gran desesperación, tratando de volver a juntar su herida. Un gozo insólito e inconsciente embargó a Lucía en aquel instante. Ella no lo procesó intelectualmente pero lo sintió, lo adivinó. Sus manos no temblaron de miedo ni de nervios, temblaron de placer, de emoción, de satisfacción. Cuando llegó al lado de Romina, esta se escapó hacia un rincón y trató de poner resistencia.
-¡No, por favor! –exclamó cagándose de miedo–. ¡No me hagas daño!
Lucía se abalanzó sobre ella, ciega y feroz, y tras forcejear un rato, le logró clavar la daga, una vez, dos veces, tres veces, en la garganta. Cuando la soltó, vio que a través de la falda de Romina descendía un líquido ambarino con pequeñas partículas de mierda.
Ahora había llegado su turno. Apretando con violencia el vidrio, lastimándose la palma de la mano, intentó cortarse el cuello. Pero no pudo. Con los ojos cerrados, luchaba por hacer correr el filo del puñal por la cumbre de su fina garganta. Sin embargo, no podía. La desesperación reptaba por su espinazo y ella no lograba suicidarse. Parecía como si un elemento invisible le impidiera hacerse daño. Algunas virutas de luz reflejaron los cuerpos sin vida de sus compañeros. Ambos tenían impresos en el rostro el tatuaje del horror. Lucía se angustió más y, acopiando todas sus fuerzas, solo se hizo un pequeño rasguño. ¿Qué me pasa?, pensó llena de terror. ¿Por qué no puedo hacerlo?
De repente, los goznes de la puerta empezaron a chirriar. Dos hombres con calzoncillos de hule y máscaras de gas aparecieron cargando unas extrañas herramientas. Ver a los muertos no los turbó, más bien, los excitó. Lucía se quedó paralizada y sintió que un líquido caliente descendía de entre sus piernas. El primer enmascarado avanzó hacia ella apretando un serrucho, el segundo se sacó la verga y, haciendo extraños sonidos, se empezó a tocar observando la masacre.
Joe Iljimae (1990) nació en Lima, Perú. Graduado en la escuela de periodismo de la Universidad Peruana Unión (UPeU), ha trabajado como periodista en diversos medios de comunicación. Reportero en Radio San Borja, redactor de actualidad al portal web Peru.com, del grupo El Comercio, en 2010 formó parte de las filas de Radio Programas del Perú. Creó el espacio cultural Cronopios y Famas donde realiza entrevistas a diversos personajes vinculados al mundo de las letras. En 2014 quedó como finalista del concurso de cuentos Copé de PetroPerú, en 2015 ganó el concurso Narrador Joven “Marco Antonio Corcuera” y obtuvo el tercer lugar en el Concurso de Cuentos de las 1000 Palabras de la Revista Caretas. Ha publicado su primer libro de relatos “Los Buguis” ( 2015, Paracaídas Editores).