Escribe Erik Díaz Sandoval
Víctor Hugo (Besanzón, 1802 — París, 1885), prodigio desde su infancia, destacó en sus años escolares como poeta y su primer libro Odas y poesías diversas, escrito a sus veinte años, tuvo éxito rápidamente. Con la aparición de su primera novela en 1823, Han de Islandia, de corte autobiográfico es ya un escritor aclamado. Desde entonces, continuó publicando de manera prolífica obras magníficas, tanto en novela, poesía, teatro, ensayos, discursos políticos, entre otros; y es autor de grandes clásicos de la literatura universal, como Nuestra señora de París (1831) y Los miserables (1862).
Al narrarnos la historia de Juan Valjean, un hombre que a lo largo de su vida conoce en sus extremos más profundos la soledad, la pobreza, la crueldad, la humillación, la desgracia, el presidio, así como la riqueza, la redención, el perdón, el amor incondicional, la lealtad, la solidaridad, así como de multitud de personajes que aparecen en la novela y representan todos los estratos sociales y morales, Los miserables abarca todas las sendas que las personas recorremos entre las honduras del bien y del mal:
“El libro que el lector tiene a la vista es, de un extremo a otro, en su conjunto como en sus detalles, sean cuales fueran las intermitencias, las excepciones o las flaquezas, el camino que va del mal al bien, de lo injusto a lo justo, de lo falso a lo verdadero, de la noche al día, de la descomposición a la vida, de la brutalidad al deber, del infinito al cielo, de la nada a Dios. Punto de partida: la materia; punto de llegada: el alma. La hidra al principio, el ángel al final”[1].

Los Miserables: una exploración de la naturaleza humana
A través de las venturas y desventuras de Juan Valjean y de otros personajes, Los miserables explora a fondo la naturaleza humana, así como su relación con la divinidad, la sociedad y su destino:
“¿Puede la naturaleza humana transformarse por completo? ¿El hombre bueno, creado por Dios, puede ser maleado por el hombre? ¿Puede ser el alma reformada completamente por el destino y volverse mala si el destino es malo? ¿El corazón puede deformarse y adquirir defectos y enfermedades incurables, bajo la presión de una desdicha desproporcionada, como la columna vertebral bajo una bóveda muy baja? ¿No hay, por ventura, en el alma humana, no había en la de Juan Valjean particularmente, un primer rayo de luz, un elemento divino, incorruptible en este mundo e inmortal en el otro, que el bien puede desarrollar, atizar, engrandecer y hacer que irradie esplendoroso y que el mal no pueda jamás extinguir por completo”[2].
Para ello, Los miserables, a través de hondos monólogos interiores, escudriña en los dilemas infinitos de la conciencia humana y nos hace entender que en la resolución compleja, contradictoria y bélica de dichos conflictos se encuentra el destino de los hombres:
“Escribir el poema de la conciencia humana, aunque no sea más que a propósito de un solo hombre, a propósito del más insignificante de los hombres, sería fundir todas las epopeyas en una sola epopeya, grandiosa y definitiva.
La conciencia es el caos de todas las quimeras, de todas las ambiciones, y de las tentaciones todas; el horno de los delirios, el antro de las ideas; es el pandemonium del sofisma, el campo de batalla de las pasiones. Penetrad a ciertas horas a través del lívido semblante de un ser humano que reflexiona, y mirad detrás, mirad en el interior de aquella alma, en el fondo de aquella oscuridad. Hay allí, bajo el silencio exterior, combates de gigantes como los de Homero, luchas de hidras y dragones y nubes de fantasmas como en Milton, y espirales ilusorias como en Dante. Nada tan sombrío como el infinito que lleva todo hombre dentro de sí mismo, y al cual somete con desesperación, y a su pesar, las voluntades de su cerebro y las acciones de su vida”[3].

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Los miserables es también la historia de todos los marginados de la sociedad, de aquellos excluidos y despreciados por las reglas de una sociedad que los margina, de quienes la ceguera del progreso económico oprime y condena no solo a la pobreza económica sino también a la indigencia moral:
“¡Oh marcha implacable de las sociedades humanas! ¡Pérdidas de hombres y de almas en su carrera! ¡Océano en el cual se precipita todo lo que deja caer la ley! ¡Desaparición siniestra de todo socorro! ¡Muerte moral!”[4].
En consecuencia, en Los miserables se nos advierte que en la médula de la exclusión de estos hombres germinan las revoluciones y movimientos sociales de toda índole acontecidos y por acontecer. Así, a través de un análisis de las causas y el devenir de la Revolución francesa y otras revueltas sociales ocurridas en Francia en el siglo XIX, la novela nos previene sobre las consecuencias de priorizar por encima de todo el progreso económico de un grupo de la sociedad vulnerando los derechos fundamentales de otro grupo a, entre otros, la alimentación, salud y educación:
“Aquellos hombres de erizado cabello que en los días genesíacos del caos revolucionario se lanzaban haraposos, feroces, blandiendo la cachiporra, levantada la pica en alto, aullando contra el viejo París trastornado, ¿qué querían? Querían el fin de la opresión, el fin de la tiranía; querían el trabajo para el hombre, la instrucción para el niño, la dulzura social para la mujer; la libertad, la igualdad, la fraternidad; el pan para todos, la idea para todos, la conversión del mundo en Edén: el progreso”[5].
De esta manera, Los miserables nos conmina a reflexionar sobre las posibilidades del porvenir en un mundo donde los extremos se alejan irremediablemente, donde algunos lo tienen y pueden todo y otros están privados de todo:
“¿Llegará el porvenir? Parece que bien puede hacerse semejante pregunta cuando se advierten tantas sombras terribles. Sombras colocadas frente a frente de los egoístas y los miserables. Del lado de los egoístas, las preocupaciones, las tinieblas de una educación rica, el apetito aumentado por la embriaguez, un aturdimiento de prosperidad que asombra, el temor de padecer, que en algunos llega hasta la aversión hacia los que padecen una satisfacción implacable: el “yo” tan hinchado que cierra las puertas del alma. Del lado de los miserables, la ambición, la envidia, el odio que se produce gozar a los demás, las profundas sacudidas de la fiereza humana hacia el hartazgo, corazones llenos de bruma, la tristeza, la fatalidad, la necesidad, la ignorancia impura y sencilla”[6].
Ante este panorama sombrío, Los miserables reivindica la necesidad de que todos puedan acceder a una vida digna, para lo cual no bastan los medios económicos para comer y vestirse, sino que también resultan imprescindibles la instrucción y la educación moral; de esta manera, aboga por la deconstrucción de nuestra forma de vivir y pensar, por la comprensión de la humanidad como una unidad indesligable de la divinidad:
“No comprendemos ni al hombre como punto de partida, ni al progreso como fin; sin estas dos fuerzas, que son los dos motores: creer y amar”[7].
Los miserables es un clásico de la literatura universal, grandioso y extraordinario, en el cual resulta prácticamente imposible no encontrar una materia humana, social, política o filosófica que no sea tratada con precisión, profundidad y belleza. Su lectura es imprescindible para todos los amantes de la literatura y para todos aquellos que aún creen en los ideales y en la posibilidad de un mundo más justo.
[1] Los miserables. Hugo, Víctor. Madrid, Editorial EDAF: 1999, página 1183. Traducción: Prof. J. Zambrano Barragán.
[2] Ibid, 93.
[3] Ibid, 224.
[4] Ibid, 99.
[5] Ibid, 830.
[6] Ibid, 964.
[7] Ibid, 518.