Escribe José Carlos Picón
Un libro bellamente diseñado acoge, sobria e impecablemente, los textos recuperados de Lucía Ocampo, poeta y fotógrafa vinculada a la filial Huancayo del grupo Hora Zero. Fue su hija, la artista Alejandra Mitrani, encargada del rescate —en 2011— del cuaderno manuscrito guardado en custodia por el fallecido Tulio Mora, escritor horazeriano, a quien la poeta huancaína le había confiado aquellos versos para que los revise y mire críticamente, incluso edite y tache con libertad. Aquello sucede en 2001.
De acuerdo con el texto de presentación (Delrieu y Reaño, 2023), 2001 fue la fecha de composición de los poemas que, en advertencia para Tulio de Lucía, se encontraban incompletos, en estado de bocetos y apuntes aún con alguna proyección. No obstante, en el texto introductorio a la edición, José Carlos Yrigoyen apunta como fecha de su elaboración, finales de los noventa.
Las piezas que se recogen bajo el título de “Todo significa sed”, delatan el testimonio de Lucía Ocampo a través de intensas construcciones líricas, signos y señales dolorosas, de agotamiento, ansiedad y miedo, pero también instantes luminosos, a lo largo de un camino que se trunca por la muerte precipitada, fuera de tiempo, en circunstancias poco claras, acaecida en su casa de Magdalena, en el año 2001, cuando aún llevaba 44 años sobre sí.

En la solapa del libro, los editores señalan algunos detalles de su vida, “azotada por su alcoholismo y una creciente desesperación espiritual”, lo que sin duda deja entreverse en sus poemas de esta época. Ansias de vitalidad, sosiego y calma, “Déjenme coger el cielo/así después llore profundamente/por no poder traérmelo”; conviven con luchas contradictorias y confusas, “¡Cómo pelean en mi interior/mis barras bravas y mis pandilleros!”. Su condición, en medio del dolor, de su intranquilidad, va decantándose también, mediante susurros, que devienen en poemas redondos. Parece que a más desasosiego, más exactitud. “Si me lo permites/alzaré mis brazos hacia ti/y llegaré/por esta calle/breve/como la ilusión/de vivir en paz/entre lobos”.
Un esfuerzo por reincorporarse de ciertos golpes del espíritu, de las caídas fantasmales, mediante el recuerdo, la nostalgia, “¿Viste bosques de luz en la luna/mientras acompañado de oscuridad/y piedras,/subías enormes cerros?/(…)/Tenemos que ir un día de estos”. Brotes que van combinándose con auto conmiseración, “Ahora/se ríen de mi/compre lo que compre”. El cansancio, el agotamiento, las pocas ganas de vivir, están latentes en estas composiciones, “Toca a su fin/este bastardo modo de vivir/de sentir sin ser,/de ser sin estar,/de ver sin mirar,/de oír sin escuchar,/de ser/ni siquiera/la mitad/de lo que soy”.
Sin embargo, hay retazos de luz, resplandores fugaces que son el respiro ante tanto desasosiego: “A esta hora/prefiero sentarme,/contemplar el atardecer”. Siempre el miedo, el temor a la luz, a la tranquilidad: “…y el temor,/el temor tan grande/de ver la luz”. Lo que no diezma la esperanza y el anhelo espiritual: “La luz crece en tu interior./No temas./Ese día llegará/y te abrirá los brazos”. En medio, la poeta pide, “Denme una tregua,/un descanso (…)/…espérense que tome aire,/que repose/un poco,/por favor”. Lo que “Todo significa sed” representa hoy para la poesía peruana contemporánea es la presencia de una voz que emerge del olvido, de la sombra, para hacerse de un sitio, el mismo que merecen otros proyectos de poetas y escritores que, resonando en los márgenes, se encuentran en la cantera de la disidencia para convertirse en hitos y nuevas formas o matices de la poética local.