Considerada “la Chéjov canadiense”, Alice Munro falleció la noche del lunes en una residencia para adultos mayores en la provincia canadiense de Ontario, a los 92 años. Autora de títulos indispensables como Las lunas de Júpiter, Escapada o Demasiada felicidad, era la gran “maestra del cuento corto contemporáneo”, como la definió la Academia Sueca al entregarle el Premio Nobel de Literatura en 2013. Munro inició su carrera literaria en 1950 con la publicación de su primer relato, Dimensiones de una sombra, donde ya se avizoraba esa mirada particular sobre el cuestionamiento de la soledad y la condición de la mujer en una sociedad que experimentaba uno de los mayores cambios sociales del siglo XX.
Nacida como Alice Ann Laidlaw, la escritora se casó con James Munro, de quien tomó su apellido en 1951, y se mudó a Victoria, en la Columbia Británica, donde regentaron una librería y tuvieron cuatro hijas —una murió pocas horas después de nacer—. Se divorciaron en 1972 y Munro regresó a Ontario. Se casó por segunda vez con el geógrafo Gerald Fremlin, quien murió en 2013.
Las historias de Munro se centraban en las relaciones entre personas, particularmente las que existían entre madres e hijas, y esto se constituyó en un tema recurrente en su obra, premiada además con el prestigioso Booker en 2009. Entre sus grandes influencias están maestros como Cheever, Tolstoi, Carson McCullers o Flannery O´Connor, pero la crítica siempre la orilló a una influencia mayor: la del ruso Antón Chejov. “Quiero que mis historias emocionen a las personas”, dijo en una parte de su discurso de aceptación del Premio Nobel.
Escritores de la talla de Margaret Atwood, Joyce Carol Oates o Julian Barnes, han confesado alguna vez que tras leer a Munro algo cambió en su manera de observar el mundo. Y su influencia se extendió también al cine: en 2016 Pedro Almodóvar adaptó tres de sus cuentos en su cinta “Julieta”. ¿Qué era aquello que podía mover con tanta fuerza los hilos internos de sus lectores? “Quiero que mis historias sean algo que lleve a los demás a decir no solo ‘oh, eso es verdad’, sino que sientan una recompensa de mi escritura, y eso no quiere decir que tenga que haber un final feliz ni mucho menos, sino que todo en la historia mueva al lector de tal manera que sientas que eres diferente cuando termines de leerla”, reflexionaba en su famoso discurso.
Su gran poder de observación le permitía escribir sobre aquellas oscuridades que constituyen las relaciones humanas. La cotidianeidad, los malentendidos, las pequeñas obsesiones personales de los vecinos, las amistades, todo ello se convirtió en material para sus mejores ficciones. “Cuando vives en un pueblo pequeño escuchas muchas cosas, historias sobre todo tipo de personas”, confesaba en una entrevista a Paris Review en 1994. “La historia del relato Fits la saqué de un incidente real y terrible que ocurrió aquí: el asesinato y suicidio de una pareja de sesenta años. En una ciudad, solo habría leído sobre ello en el periódico”, declaró en una entrevista.
“Veo el cuento como un arte importante, no como algo con lo que se practica hasta que se escribe una novela” dijo en una entrevista, preguntada sobre si alguna vez escribiría una novela. En tiempos donde la moda editorial marca la pauta de las distancias literarias que se escriben, Munro se plantó firme para hacer lo que a ella más gustaba: mostrar un universo complejo en las pocas pero intensas páginas que le demandaban los personajes de sus cuentos. Y eso nos quedará para siempre.