Escribe José Carlos Picón
A veces, algunas propuestas artísticas, poéticas, pueden producir suspicacia, porque detrás de sus ejecuciones se esconden un infantilismo manierista y desracionalización inmotivada. Si la cuestión es fluir o no fluir, el sonido, la profundidad nebulosa de los ritmos, digamos, puede ser un generador de irradiación. Y ser la argamasa principal.
Lo que está sucediendo en “Abrumada de Ál” es la posibilidad o, digamos la naturaleza más descubierta del lenguaje, por lo tanto, más vulnerable. Y vulnerar el lenguaje, en una coreografía por momentos áspera, pensativa, la mayoría de las veces, con ternura y una despierta observación que culmina en cada palabra de las composiciones de Bruce Rheineck.

Si vas por ahí, y asumes por unos minutos que el parque es un segmento del lenguaje, y la señalética dispuesta en ese espacio es una norma de un material estirable, maleable, combustible, debes jugar por moverte de inmediato. La poeta de este libro se mueve por intuiciones, la del sonido que retumba largamente, o por el ruido de la imagen o una idea. Pero la danza es sobria y con ritmo. Además, este está diseñado mediante unidades de sentido mínimo, contrasentidos, o alegorías: “mitos / tetas y sol puro”.
“cada ya / calladamente” nos dice porque es necesario asumir la musicalidad interior y el retorno del lenguaje hacia el potenciador de los ritmos y trazos. “un cuello y en él un collar y en él un dije / de un corazón de falso púrpura”, son brotes de imaginario que llegan a percibirse, como detrás de un vidrio pavonado. Y el imaginario es como un depósito donde “ciclos ruedan al arroyo / un día / despojado de tiempo”. Este libro va a tener detractores seguramente, como todo artefacto cultural que anida conciencia o conocimiento. Pero este circo parco y rosa y azul, blanco, transparente, geométrico y viscoso, es un acto intensificado del lenguaje, con fugas lineales, con transmisiones erráticas, despertando de una pequeña cama una y otra vez, repitiendo la acción editada por un dispositivo. Sin parar.