Escribe Martín Roldán
Ayer terminé de leer Permaneceremos hasta el final, la historia del movimiento Hardcore en el Perú (1985-1989). Como me sucede con este tipo de publicaciones, que hacen un recuento sobre lo que fue el Rock Subterráneo y todo lo que conllevó, me permití recorrer momentos, conciertos, anhelos, expectativas, ilusiones, ingenuidades y demás circunstancias personales que uno carga en ese tránsito inevitable de la adolescencia a la adultez.
La música fue importante para muchos, para mi también; como dice uno de los autores, la movida hardcore lo sacó de su aislamiento personal; aunque yo no era un muchacho que se retraía, creo que el punk rock, el hardcore y el metal, me dieron las herramientas para ir construyéndome una identidad que me hacía sentir auténtico. Hasta hoy.
Esa búsqueda que aparece en los libros sobre lo subte, al que sumo “Permaneceremos hasta el final”, es como una marca que hemos llevado todos; desde los que pululaban en lugares como el Hueko de Santa Beatriz y la Peña Huascarán; o, en su antípoda, que era la Jato Hardcore. Antípoda que tampoco eran tan así, porque yo frecuenté ambos sitios y la esencia de aquellos años, de no estar ahí como el común de los jóvenes de mi generación, estaba muy presente en los rostros que conocí en ambas escenas, sea con casacas de cuero y pelos parados o con camisas a cuadros y bandanas amarradas en la frente. Un espíritu de rebeldía que nos empujaba a no estar callados, aunque varios, más desesperados por la situación, cruzarían la línea hacia la violencia revolucionaria.
Ahora, con la distancia de los años, el análisis se hace más parco, menos apasionado, para entender a esos muchachos que, rozando la alienación, pero con mucha rabia, fueron los pares con los que pogueé, bebí e intercambié música. Ahora veo con la condescendencia de padre, de entender su momento, la inocencia, la ingenuidad; pero, también, el aplomo con el que se enfrentaron a su situación, a su contexto, y a su vida.
Siempre he dicho que Eutanasia ha sido la banda de mi vida, junto con la menos conocida Deskoncierto, la que transmitió todo lo que yo sentía como adolescente. Pero no voy a negar que G-3, Kaos General, Descontrol y Kaos, también aportaron a mi proyecto de vida. Fueron las que me animaron a formar una banda que tenía de ambas escenas (El Hueko y la Jato Hardcore), y proponer algo más mío y de los demás que la conformaron. MI banda Dictadura de Conciencia se inició con El Omiso como cantante, que, si bien no era del Hueko, venía de lo más radical del Rock Subte; luego pasó a cantar José Morón (Actual cantante de Dios Hastío), que tenía relación con la Jato Hardcore. En ese sentido nos considerábamos herederos de ambas escenas.
Este libro me ha ordenado los recuerdos de conciertos y canciones. A la Jato Hardcore habré asistidos unas tres veces. Recuerdo el concierto de la despedida de Kaos General, donde tocó Inri, banda de metal, que me llamó la atención por tener dos cantantes, una femenina. También el último concierto al que llegué empezado. La puerta estaba junta, empujé e ingresé si que nadie me cobrara la entrada, así que se las debo.
En ese concierto el Gordo Memo había aventado una botella contra una casa vecina (Aunque sabía quién era, aún no éramos amigos), por una agresión que, según me diría años después, se dio porque era el único vestido como punk de chamarra de cuero y chancabuques. A raíz de esa situación conocí a Aníbal Cairo. Conversamos sobre música y de la esencia del Hardcore. Le compré a precio de fotocopia uno de los artículos que pegaron en una especie de panel con temas inherentes a la movida y a la situación nacional e internacional. Aún la conservo y la comparto en una de las fotos de este post, como un homenaje a su temprana partida.
En uno de esos tres conciertos conocí a Leo Bacteria y su primo Miguel Ángel del Castillo, también a César Genocidio. Recordé que conversabamos afuera y los tremendos chancabuques de Leo, que le llegaban a la rodilla. Muchachos que aún encuentro en alguna actividad musical. Menos a Leonardito Asco, como así lo llamaban, porque ya no está entre nosotros.
En fin. El otro el día el Topo Heidersdorf, otro de los amigos de la movida, posteo unas líneas que me tocaron: “La rueda sigue y se acabó la juventud”. Es verdad, pero con lo aprendido en esos años, “Permaneceremos hasta el final” y con lo gritado “Derrotarnos no podrán”.
Recomiendo el libro porque no es exclusivo para nostálgicos cincuentones que añoran lo que hicieron y que no pudieron concretar; sino para aquellos jóvenes con inquietudes que desean hacer algo, por cuenta propia, y no estan esperando que venga alguien con su varita mágica, y les indique el camino más fácil, pero menos auténtico.