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Redimiendo a José Antonio Román: sobre la edición crítica de «Hojas de mi álbum»

La versión de la literatura de lo insólito de José Antonio Román muestra “la herencia del mal y el simbolismo siniestro de la luz”.

Escribe Salvador Luis Raggio Miranda

Desde hace más o menos unos quince años la obra del narrador peruano José Antonio Román (1873-1920) —modernista, aunque decadentista por excelencia— ha sufrido un merecido redescubrimiento por parte no solo de la crítica, a través de artículos académicos y tesis doctorales, sino también por medio de un nuevo influjo editorial, mucho más atento a la amplitud del canon literario de nuestro país.

 A los esfuerzos del desaparecido Gonzalo Portals, se suman también los de Ana Alejos Ríos y Elton Honores, entusiastas investigadores que poco a poco han logrado restaurar el justo lugar que la obra romaniana posee en el archivo estético de nuestras letras.

Uno de los serios problemas que la crítica literaria panhispánica tiene hasta el día de hoy es la negligencia archivística, un tipo de indolencia que históricamente le ha dado la espalda a la inclusión no solo de miradas y voces, sino también de sensibilidades artísticas. Existe, pues, un juicio de valor equivocado cuando se trata de catalogar las obras literarias en idioma castellano, imponiendo una dominación absurda de las representaciones miméticas y dejando de lado el ordenamiento responsable de las no miméticas. Este problema, a decir verdad, se manifiesta regionalmente, tanto en España como en Hispanoamérica.

Elton honores
Elton honores, investigador de literatura peruana.

La irrefutable y obstinada invisibilización de las literaturas no miméticas a lo largo de los últimos doscientos años ha creado una alarmante asimetría en nuestro archivos. Estamos, gracias a ello, muy habituados a evitar las menciones al macrogénero de la literatura de lo insólito y en cambio a subrayar la preponderancia del de la literatura de lo normal. Esto, a la misma vez, institucionaliza estereotipos discursivos y culturales, como, por ejemplo, señalar repetidamente que lo no mimético es “infantil” o “escapista”, o proclamar en actos públicos que “no existe una tradición de lo no mimético” en nuestra cultura.

Lo correcto, sin embargo, y aquello en lo que perseveramos algunos, es plantear ordenamientos horizontales, clasificaciones en las que lo mimético (la literatura de lo normal) y lo no mimético (la literatura de lo insólito) se encuentren al mismo nivel: un mapa literario canónico que muestre la amplitud de la producción literaria y no la especificidad preferida por una clase letrada hegemónica. En nuestro caso, esta clase letrada ha privilegiado embriagarse excesivamente, y desde mediados del siglo XIX, con los realismos y los costumbrismos.

Que quede claro: condenar al olvido a los cultores de lo no mimético en idioma castellano es tratarlos como meros subalternos (y esto lo dice alguien que no se considera ni marxista ni fascista).

Por supuesto, lo que Honores ha hecho con Hojas de mi álbum (Editorial Vida Múltiple, 2024) es mostrarnos otro camino. Además de brindarnos una cuidada edición de la más importante colección de cuentos de José Antonio Román (aquel peruano maltratado por la crítica y el archivo nacionales), Honores, al igual que Portals, ubica a Román en el epicentro del paradigma peruano de lo no mimético.

El desaparecido escritor Gonzalo Portals, uno de los impulsores de la literatura de lo insólito.

La versión de la literatura de lo insólito de José Antonio Román es, como indicamos líneas arriba, tanto modernista como decadentista, y está plagada de representaciones de “la herencia del mal y el simbolismo siniestro de la luz” (Honores 13). Un año antes que Clemente Palma, ya en 1903, Román publicaba esta superlativa colección de cuentos; un libro que no solamente suma a lo que el propio Palma haría un poco más tarde, sino que asienta una particular línea de producción cultural iniciada por los precursores de la literatura de lo insólito del período decimonónico: narradores peruanos como Julián Manuel del Portillo, Francisco Ibáñez, José Manuel Tapia Landavere, H. Feydeau, entre otros.

La tradición de la literatura no mimética siempre ha existido en nuestras tierras (y cuando señalo “tierras”, me refiero en realidad a la región panhispánica en conjunto); no obstante, ha sido frecuentemente menospreciada, estigmatizada y rechazada por la crítica, e incluso desatendida por nuestros bibliotecarios. Elton Honores es un investigador relativamente “reciente”, un crítico del siglo XXI, pero su inmenso interés y preocupación por recuperar trabajos arrinconados, estudiarlos, periodizarlos y darles un lugar en el archivo de la literatura nacional habla con creces de la difícil tarea que ha asumido. Su edición crítica de Hojas de mi álbum garantiza un nuevo impulso vital a las “fantasías exuberantes” y al cosmopolitismo de Román, a su lenguaje rebuscado y lleno de florituras, a ese gusto por lo mítico y lo maravilloso, a la desmonumentalización del pensamiento judeocristiano y la preferencia temática por los vicios morales, y, sobre todo, a su vertiente del relato peruano de miedo, ejemplificado por cuentos como “La valquiria”, “La linterna japonesa” o “El beso del Elvira”.

En el Perú, como en todas partes, existen escritores enamorados de lo “autóctono” (que en nuestro caso tiene ascendencia precolombina e hispánica: la simbiosis básica de la cual nace la peruanidad) y otros seducidos por lo “foráneo” (en el siglo XXI, además, brotan con fuerza los artistas glocales, como ya ha apuntado en algún momento García Canclini). La obra romaniana es en esencia “foránea”, cargada de imaginería grecolatina, francesa, inglesa y japonesa. Se caracteriza, de acuerdo con Honores, por un “siniestrismo, que se remarca no solo por los espacios oníricos o de pesadilla sino por el juego de luz y sombras” (59). A Román, un provinciano nacido en Iquique cuando aún era territorio peruano, no le llamaban la atención ni los peruanismos ni los indigenismos, a pesar de que estuviese cansado de la intervención chilena en el sur del Perú después de la derrota de nuestro ejército. Simplemente, ese tipo de imaginario y retórica no era parte de su estética literaria.

Hoy en día, debido a la falsa noción de que lo “auténtico” solamente puede hacer referencia al pasado indoamericano, estamos cayendo en un agujero negro representacional en el que se ponen en tela de juicio las multiplicidades ganadas (y por ende la variedad de fuentes e influencias). Se crea una apertura mentirosa y reduccionista en la que los escritores brasileños tan solo pueden aproximarse en sus páginas a los árboles de la Amazonía, los mexicanos al antiguo patrono Huitzilopochtli y los peruanos a las hazañas del emperador Túpac Inca Yupanqui; y de no hacerlo, estarían evadiendo o maldiciendo su “verdadera identidad”.

Una de las pocas imágenes del escritor José Antonio Román.

Los ejemplos temáticos antes mencionados, por supuesto, son útiles y respetables, del mismo modo que las referencias a “otras” fuentes histórico-culturales también lo son. La riqueza de la literatura (y del arte en general) se halla en la diversidad de sus elementos constitutivos, y un autor panhispánico nunca pierde ni su nacionalidad ni su identidad al inclinarse por la representación de, por ejemplo, criaturas europeas redivivas o apariciones numinosas extraterrenas.

Esta equivocada valoración de las idiosincrasias, sin embargo, sí hundió en el foso a José Antonio Román, y a tantos otros cultores de lo no mimético y la literatura de lo insólito en nuestro idioma: ser marginados por críticos y colegas —reducidos a burlas o notas a pie de página— sencillamente por no narrar desde el realismo o, en el peor de los casos, desde el nacionalismo. Y es que, aunque suene trillado, es este el quid de la cuestión. Ha pasado más de un siglo para que un puñado de investigadores tome en serio la obra romaniana en el Perú. Un escritor que, junto a Clemente Palma, es nuestro Hoffmann, nuestro Poe, nuestro Lugones. ¿Cuántos cuentos y libros como el suyo aún están extraviados? Tal vez no muchos más, pero esta reciente incursión de su obra debería hacernos pensar no solo en sus visiones fantasmales, en sus misteriosas penumbras o retratos de nihilismo visceral, sino también en nuestros precarios sistemas de recepción y ordenamiento, y en cómo los chauvinismos y los prejuicios culturales y académicos (así juren y perjuren que defienden lo “propio” o lo “minoritario”) pueden llegar a invisibilizar piezas clave de nuestra historia y estética.

Lo vuelvo a decir, nuestros archivos literarios deberían ser horizontales y no antojadizos, separados solo por dos columnas: representaciones miméticas a un lado, no miméticas al otro (independientemente de las fuentes, las referencias, los asuntos o las ambientaciones que elija el autor).

Un genuino agradecimiento, porque siempre son bienvenidos los esfuerzos que iluminan, a Elton Honores y Editorial Vida Múltiple por redimir el trabajo y las esperanzas de José Antonio Román, y por reintegrarlo definitivamente al lugar que le corresponde en la cartografía nacional de nuestra literatura de lo insólito.

Salvador Luis Raggio
Salvador Luis Raggio Miranda (Lima, 1978). Se licenció en dirección de cine y literatura y es doctor en Lenguas Romances. Ha publicado colecciones de cuentos y novelas cortas, y participado en antologías nacionales e internacionales. También ha escrito diversos ensayos y editado los libros académicos. Actualmente se desempeña como catedrático de humanidades en los Estados Unidos y dirige la revista de ficción insólita Cósmica Calavera. Sitio web: www.salvadorluis.net

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