Escribe Carlos Rengifo
Nacido como un subgénero, la «ciencia ficción» cuenta en la actualidad con una numerosa acogida. En la narrativa peruana, cuyo aplastante realismo dejaba a un lado el género fantástico, en los últimos años se ha venido incrementando este tipo de narraciones, al punto que existen simposios, encuentros y análisis sobre cuentos y novelas que remiten a dicho género. «Los caprichos de la razón» (Ediciones Altazor), de José Güich Rodríguez, forma parte de la creciente dedicación a estos sinuosos mares que algunos autores peruanos han optado por explorar, y tengo la sospecha de que no es un texto más en el rubro, sino una original vuelta de tuerca a esta vertiente.
Conocida su inclinación por lo fantástico, José Guich ha venido trabajando el relato corto y largo con suma seriedad y paciencia. Desde sus primeros libros, dicha labor es evidenciada por la tensión interna, el armado estructural y la estilización que le impregna a sus textos, dejando en claro el dominio del lenguaje y la fluidez narrativa. Con esta novela, sus capacidades se potencian y cruzan la frontera de lo real y lo fantástico para darnos un panorama que excede la visión horizontal, las medidas convencionales, en pos de una historia que seduce desde el inicio a través de los recovecos que el autor siembra como celadas o guiños para la imaginación.
La novela empieza con un relato que pareciera encajar en el típico contenido de los relatos de ciencia ficción; sin embargo, aquello es solo una primera trampa en la que podrían caer lectores ingenuos, porque enseguida se levanta todo un edificio lleno de pisos, puertas, habitaciones y espacios narrativos que solo la mano diestra de un corajudo arquitecto de la palabra, como lo es José Güich, podría edificar. ¿Qué tienen en común el mariscal José de Sucre, el escritor Abraham Valdelomar y el pintor Francisco de Goya? Al parecer, nada, no solo en cuanto a su ubicación temporal, sino también con respecto a sus propias vivencias. No obstante, en esta novela la magia de la ficción los coloca en un curioso interregno en el que un hilo conductor los hará convergir sobre la tabla de múltiples posibilidades.
Lo resaltante del libro, además de la manera sobria y elegante de la narración, es su prolijidad de los detalles históricos que se mezclan con los acontecimientos venidos de otra parte, como una invasión en los hechos ya conocidos y replanteados, que le dan al texto un matiz diferente, en una suerte de galería de espejos en la que los tiempos y los espacios se rompen, se intercalan, van paralelos y se cruzan, producto de lo cual asistimos a un panorama diverso que, como un abanico, se abre a todos los planos temporales: presente, pasado y futuro, sobre la base de una búsqueda, que es el «leitmotiv» de la novela. El lugar para establecer este escenario es el pueblo de Huamanga, en los albores de las batallas independentistas, cuando Sucre iba a demostrar de qué madera estaba hecho, así como en los años convulsos de insania subversiva; pero también es el ámbito de una dimensión distinta, espacial, el traslado de un nivel temporal a otro, la presencia errabunda de un Valdelomar fuera del Jirón de la Unión, las inquietudes de un Goya en una España exacerbada, en el Madrid monárquico y conflictivo, el famoso pintor que, en esta novela, plasmará una visión alucinante, incomprensible para él, sobre los lienzos de su pintura, como si fuera el instrumento de una fuerza externa que lo obliga a desnudar el espectáculo de la sangre y de la muerte.
Con episodios que se van alternando, valiéndose de un recurso que explora tiempos y espacios, sobre la base de una bien lograda estructura, «Los caprichos de la razón» pone en evidencia la capacidad del autor para ofrecer un sistema de posibilidades, acciones y extrañezas que tiñe por momentos de irreal los acontecimientos que se narran, pero que son tan bien llevados por el pulso mesurado de la narración que resultan verosímiles y fáciles de aceptar. Todo ello, con el telón de fondo de un sutil ritmo policial en el que no podemos sustraernos a la intriga ni a los cuestionamientos que se plantean, más aun cuando los hechos nos llevan de un lugar a otro, con la simpleza de atravesar un pasaje textual para vernos en otro diferente, a través de las ventanas ficcionales que el autor maneja con solvencia y que despliega no sin aparente facilidad.
Las costuras no se ven en el entramado, el lenguaje sigue un curso sobrio, elegante y llevadero, y lo que al principio se creía iba a ser un paisaje más fuera de la órbita terrestre, un relato de superficies estelares, se asienta sobre la llanura de un texto original que reta los límites del género. Con esta novela, José Güich confirma sus dotes de buen narrador, y hasta me atrevería a decir que es uno de los más virtuosos representantes de quienes se internan en la imaginativa literatura fantástica y de ciencia ficción.