Escribe Alexis Iparraguirre
“Niñagordita”, primera novela de la escritora peruana Belinda Palacios, es una historia sobre el hundimiento de Talía, una joven de la parte moderna o globalizada de Lima que, paradójicamente, no tiene relaciones sinceras con nadie. No es una persona falsa o una farsante; más bien, es una empeñada en mentiras, imposturas e incluso silencios sobre pequeñas conductas cotidianas, empeñada en funcionar bajo las reglas del mundo social en que vive y encajar en las expectativas de sus padres, de sus amigos y sus novios.
Es el mundo de los jóvenes que estudian en las universidades privadas de Lima, un sector privilegiado que, contra lo que podría esperarse, no socializa de veras en las aulas universitarias que los preparan para ser profesionales, y que son coyunturales, sino en las exclusivas discotecas de Lima y en sus lugares de diversion más caros, que reproducen efectivamente su vida social. Pero Talía rara vez se divierte o disfruta esa vida aunque circule por ella en estricto cumplimiento de los rituales de la juventud de su clase. Más bien los sitios de diversión nocturna, y también el interior de los autos, los malecones para las conversaciones, las casas de playa, y las mesas de los bares de Barranco, no existen como espacio para el relax y el flirteo de una vida sexual naciente, sino zonas oscuras donde en vez de vida hay voces y amenazas que le recuerdan la reglamentación moral castrante, implacable, enloquecedora que debe cumplir a cada instante con sus acciones y su pensamiento.
De las miradas, los gestos, las frases al vuelo y los mensajes directos de sus amigos, y también de los de unos mayores generalmente ausentes, provienen listados exasperantes sobre sus obligaciones para preservar su pureza, cumplir con los modales de la modestia, tener las conductas propias de la templanza y, sobre todo, extirpar de de su vida pública y privada cualquier trazo de la vida de su libido, so pena de que se le imponga el calificativo de la imperfección absoluta: ser una puta. Es un regimen de represión absurda, que se ejerce no porque se consiga de él alguna virtud, sino porque permite a los mas hipócritas y cínicos el dominio y la opresión brutal de los cuerpos y el deseo transgresores. Está tan interiorizado que el primer latigazo de castigo se lo autoinflige el transgresor mismo, al que la culpa devora por no poder ser perfecto, y por lo mismo se somete a castigos psicológicos y luego físicos.

Así, Talía, una chica del siglo XXI, llena de privilegios, habilitada en la teoría para el goce capitalista, se ahoga de formas cada vez más definitiva en una espiral de culpa y autocastigo, a la que se suma el bullying de una juventud limeña cruel, prejuiciosa hasta el hartazgo y practicantes de una moral inquisitorial que apoyan porque les sirve para satisfacer su propio sadismo. Son los hijos de las familias ricas conservadoras de Lima moderna, de esas que se empeñan en representar el cuadro de la familia feliz, como la de televisión americana de los años 50, mientras el siglo XXI les devasta la salud mental de los hijos.
Así, Talía progresivamente convierte su sed de perfección humana en pura pulsión repetitiva, agotadora, y torturante, que la dejan a merced de la manipulación de Felipe y Tomás, sus dos intereses románticos (quienes desde muy chicos han aprendido a pulsar las cuerdas del mecanismo de control y creación de complejos de culpa a su favor). Es una novela que parece carecer de un contexto histórico, pero aunque intencionalmente diluido, emerge por aquí y allá el periodo en que Juan Luis Cipriani fue arzobispo de Lima y el Opus Dei intervino masivamente en la formación escolar de las clases altas limeñas.
La novela debut de Belinda Palacios, bien escrita y con una tensión que nunca decae, es de un lenguaje sencillo pero impecable. Apela masivamente al diálogo indirecto de estirpe vargallosianas y bryceana, que siempre es claro y funcional, pero no lo hace para contar lo mismo que sus modelos, sino como estrategias para referir un mundo jamás soñado por ellos: el de las juventudes de las elites conservadoras limeñas contemporáneas, lleno de voces y conversaciones estruendosas, pero terriblemente, inenarrablemente, solitarias. No es una novela perfecta, pero de lejos exhibe la fluidez, la sensibilidad, y la inventiva de quien ya es una escritora de veras.