Escribe José Carlos Picón
En “Roberto Miró Quesada” (Máquina purísima, 2023), José Carlos Yrigoyen sostiene una “conversación fantasmática”, como señala Jerónimo Pimentel, con un miembro de su familia, una pudiente e importante familia. Yrigoyen ha conocido muy poco de su lejano familiar, quien fue considerado sedicioso entre los miembros de aquella alcurnia, motivo de heráldica revisión. Y bueno, de alguna manera, este libro pretende ser esa suerte de diálogo.
Roberto Miró Quesada fue un lúcido, culto, polímata intelectual y crítico cultural, fundador del Movimiento Homosexual de Lima (MHOL) y colaborador de diversos medios periodísticos y académicos. Tuvo una vida corta segada por el VIH, no obstante, un legado de bajo perfil, pero de innegable solidez, honestidad e influencia.
El libro de Yrigoyen es sin duda un homenaje, el de un poeta cuya admiración y fascinación están representadas en los versos de esta particular propuesta. Sin embargo, el ángulo desde el que rinde este reconocimiento, al margen de su procedimiento escritural y simbólico, tantea desde la periferia. Una periferia, irónicamente, convencional, tal vez, o mejor, de clase acomodada. Un espacio donde no hubo limitaciones ni carencias.
A ello se debe la presencia del aliento épico en estos bien estructurados versos. Ríos narrativos, alusivos, evocadores y alegóricos. Canciones de un recuerdo que realmente no lo fue. Porque la imagen de RMQ llegó al poeta casi de “a oídas”, fue una figura, para recobrar la idea de Pimentel, fantasmática que, de alguna manera, horadó en Yrigoyen la conciencia y el núcleo desde donde se aprende e hilvana la ética y la moral.

Por eso menciono la palabra fascinación en otro momento. El poeta cicatrizado, fascinado por otra herida humana que se fue velozmente para disolverse en el cosmos. No obstante, el acercamiento, convierte al aludido en un antihéroe, en personaje que, de acuerdo con lo escrito por el autor del libro, está refugiado en una militancia no dogmática, sino epicúrea, errática, errabunda y sufrida. Un ser que necesita del dolor, pero entrega la vida para mitigar otros ajenos.
Es la esfera de su ética progresista que en Yrigoyen resuena como el eco de una canción de otra época que toda una generación atesoró en el pasado y que él, canta con la emoción del entendido en los universos de la moral y la experiencia. Es decir, RMQ aparece como un guerrero sin voz, afónico que, sin embargo, aflora en el espacio que el poeta utiliza para interpelar su participación en el mundo.
El verso que arranca el libro es, en ese sentido, explícito: “No merezco tomar prestada tu voz”. José Carlos va manifestando una suerte de testimonio aparente en el marco de un diálogo: “Ambos provenimos de una época donde cada crucifijo colgado era un comité de defensa, los comunistas peruanos se dividían entre sí hasta parecer asustadas mitocondrias”. Este registro poemático cercano a la lírica sirve a través de todo el libro para detallar o intentar señalar algunos hitos de la historia de vida de Miró Quesada, en el contexto político de una etapa, pero también en su vida íntima.
La riqueza y sensibilidad, así como el aprendizaje emocional del intelectual de izquierda está presente en los trazos de Yrigoyen, “…y entonces sabré de los tangos y los yaravíes que tu madre / te cantaba antes de dormir, de la primera tarde que leíste a Vallejo”, continúa, con ese ritmo de épica urbana, antropológica y, más adelante, partidaria. Hechos significativos y fatales de la violencia en el Perú de esos años son mencionados como resonancias de una documentación que subyace a la escritura, que se conserva en la materia utilizada para dar vida a un personaje, a un antihéroe o paradigma de conflagraciones y utopías.
Precisamente, es lo que se critica a Yrigoyen. Una temerosa distancia de verse envuelto en el subversivo actuar representado en la metapoética sustentada en el signo-universo RMQ, es decir, el espacio en que desenvuelve su accionar, sus discrepancias, sus emociones, quebrantamientos y luchas. En tanto, el autor refuerza y reconoce su admiración e irresuelto entendimiento a la entrega de Roberto. “…eres molesto como la abrupta ranura para el tacto acostumbrado a lo lineal (…) ¿cómo usted, señor Miró Quesada, habla del ciclo agrario desde su departamento de Jesús María? // ¿Frecuenta acaso nuestros grandes coliseos populares?”.
Yrigoyen, enumera, en sus versos ciertas experiencias muy significativas, simbólicas e inmanentes de la acción militante de los intelectuales durante los 70 y los 80. La práctica del trabajo de campo, la educación rural, la experiencia de la radio regional. Situaciones y prácticas que colisionan con la crítica dialéctica que se le realiza a RMQ por ser un individuo situado al centro de la burguesía.

Está presente Cuba, por ejemplo, y la desilusión frente algunas experiencias del mundo socialista que fuerza un viraje que lo distancia de su cava original y humanista. Las contradicciones al interior de los esquemas ideológicos con las piezas de la estructura del quehacer cultural son materia de reflexión y de acción intelectual por parte de RMQ. Al acumular las fibras negativas del contexto histórico, Yrigoyen expone su admiración desde una subjetividad diferente, distante de una socialista, si se permite.
En tanto, profundiza la dimensión humana del aludido con claridad, respeto, incluso ternura y sencillez: “Disidente de tu casa, de tu infancia, de las normas / del apareamiento, demasiado audaz incluso para quienes eran / proclamados como la vanguardia, no hubo derrota en tus registros: // antes de irte dijiste sonriendo: «si no es socialismo no importa, / mientras seamos realmente libres», eso en verdad dijiste, a mí, / que nunca he sido libre”.
De otro lado, el autor de “RMQ” diseña el avatar de su interlocutor a quien se dirige innumerables veces durante toda la placa. “Me reprochas mi afán de novedad, pero no de transformación / cuando reviso los ocho fragmentos biográficos que conservo de ti y me advierten / que del periódico familiar fuiste brutalmente despedido, mientras yo continúo / aquí, angustiado por el escándalo de contradecirme, aunque tú eres exacto / en tus ideas, meridiano en tus principios y racional como una nomenclatura que se explica desde su propia segmentación: / por eso desenterrarte no te devolverá a la vida, seguirás silencioso”.
O “Hablo de ti para no mirarme (…) Evito a toda costa el tema de romper con esa familia convencida de que el quechua es una lengua muerta / Me pregunto si realmente tengo autoridad moral para condenar (…) Mi autoridad moral se acabó como un sonido rasgado. / Encalló en los roquedales que rodean la doctrina”. El diálogo en la conciencia del poeta con su familiar es patente, imaginaria convivencia de distintos puntos de vista, evidente fractura, asombro y respeto por lo que, aparentemente, Yrigoyen, asume ya como una gesta. “Converso contigo en este parque remoto donde has tomado la forma de un viento / primordial, y pienso: quizá sea cierto que lo mejor crece en los márgenes”.
Con todo, en “Roberto Miró Quesada” converge la memorabilia, el registro documental, las referencias histórico-socioculturales, hilvanados con escenas “relatadas” en verso, a veces con lirismo, otras con sólido conversacionalismo, así como el ensayo poesía generado desde la crítica cultural a la que se adscribió Miró Quesada. Una propuesta singular, honesta, entrañable, aunque divagatoria, orbital, periférica.