The Crowd, el último grito del silencio

Considerada una joya del cine, en "The Crowd" ("Y el mundo marcha"), un joven solitario se enfrenta a la vida en el Nueva York de principios del siglo XX desmitificando el gran sueño americano.

Publicado

10 Ene, 2024

Escribe Horacio Ferro

The Crowd, dirigida por King Vidor en 1928, es una de esas películas en las que, mientras más se piensa en ella, mayor es el asombro que provoca. Estrenada en 1928, la película es una rareza en cuanto que es uno de los últimos estertores del cine silente —el sonido había irrumpido ya hacía dos años en Hollywood—, lo cual debe de haber sido motivo de perplejidad para los espectadores que buscaban en la sala de cine, encontrarse no solo con las últimas novedades artísticas sino también tecnológicas.

Sin embargo, esa misma fecha, de la que casi se cumplen cien años, le otorga una posición vertiginosa de avanzada, en la lucidez con la que pone en crisis la identidad completa del espíritu estadounidense del Self-made Man y el American Dream, confrontado a la vorágine de la megápolis neoyorquina, anticipando en poco más de un año el descalabro monumental que significó para esa nación la crisis económica que hoy en día conocemos como La Gran Depresión.

«The Crowd» está considerada como una de las obras maestras del cine mudo.

John Sims es un joven procedente de un pequeño pueblo estadounidense nacido el 4 de julio de 1900 (uno de los encantos que vuelve más descarnada la película es su total desinterés por ser sutil con sus simbolismos), quien, tras perder a su padre a los 12 años, se ve obligado a hacerse cargo de sí mismo y su familia. Su sueño, cuando grande, es viajar a la gran ciudad a forjar su propio destino. Pasan los años y la película nos ofrece un cartel: “Cuando John cumplió 21 años, se convirtió en una de las siete millones de personas que creen que Nueva York depende de ellos”, mientras acompañamos a nuestro entusiasta protagonista llegar a la ciudad, este consigue un trabajo en una oficina de seguros, donde conoce a una chica y se casa.

Pareciera que estoy contando la película paso a paso, pero en realidad esto no es más que la configuración para echar a andar el motor argumental de la historia. El proyecto de vida de nuestro protagonista consiste en una apuesta a futuro: todos los sinsabores por los que él y su familia están pasando en ese momento se verán recompensados en el futuro, cuando, más temprano que tarde, llegue el éxito por el que él, John Sims, tanto ha trabajado y tanto se merece. Sin embargo, ese día triunfal nunca llega y los problemas cotidianos se acumulan.

«Decían que había que hacer películas sobre las personas, pero The Crowd ya se había hecho» (Jean-Luc Godard).

Es entonces que se despliega en gloria y majestad el conflicto ideológico de la película. El individuo, una suerte de encarnación de lo que George Washington llamó el Destino Manifiesto de la Nación, hecho sujeto, reclamando una posición en la cima de la jerarquía social que considera que legítimamente le corresponde, versus una sociedad que se encarga de hacerle saber una y otra y otra vez, en sus momentos más felices como en sus momentos más terribles —y la película no titubea a la hora de llevarnos a los lugares más oscuros— que los vaivenes de su mundo interior le resultan totalmente indiferentes. Y encontrarse con esa puesta en crisis de todo lo que constituye la identidad del ser estadounidense en una película de Hollywood estrenada ad portas de la mayor crisis del estilo de vida que esa sociedad había experimentado hasta ese momento, es algo que a uno como espectador lo deja atónito.

Caso aparte es el aspecto formal de la película. En ella predominan los planos fijos, teatrales, propio del cine de esa época. Pero cada vez que Vidor decide que uno, como espectador, va a dejar de ver una escena con los ojos, sino que la va a ver con el estómago, el trabajo de la cámara realiza unas maromas tan magistrales que no queda más que entregarse rendido a lo que está pasando. Daré un ejemplo, como botón de muestra. Al inicio de la película, cuando un John Sims de 12 años debe subir al segundo piso de su casa hasta el lecho de muerte de su padre, la cámara lo acompaña de frente mientras trepa por una escalera que se siente tan interminable como la angustia que está sintiendo el niño en ese momento.

Una de las tremendas secuencias de esta cinta considerada entre las 100 mejores películas de la historia del cine.

Vidor cuenta en sus memorias que, para poder filmar dicha escena, tuvo que construir una escalera tan grande, que cruzaba todo el set de filmación, por lo que había que entrar a escena a través del estudio de sonido. Es decir, Vidor realizó, a fuerza bruta —con equipos totalmente limitados en sus dinámicas de profundidad de campo—, el mismo efecto psicológico por el que décadas más tarde Hitchcock sería aclamado con su célebre escena de la escalera al final de Psycho (1960). Así mismo, hay escenas que recuerdan a El ciudadano Kane (1940) de Orson Welles, otras que recuerdan a El proceso (1962), también de Welles, e incluso una, donde la cámara acompaña desde detrás a Sims mientras entra a una clínica, buscando a su esposa que acaba a dar a luz, y mi mente millenial no pudo evitar pensar: es como un videojuego.

AA modo de cierre, discutir el nombre de la película implicaría develar detalles del tercer acto que le arruinarían el visionado a cualquier persona que sea sensible a los mal llamados spoilers, por lo que solo cabe indicar que la palabra ‘crowd’ en inglés se usa tanto para designar a la muchedumbre como al público de un espectáculo, y que mientras más se tenga eso en cuenta, más motivos tendrá uno para seguir pensando en la película después de verla.

Horacio Ferro
Traductor y trabajador de las artes, radicado en Santiago de Chile desde 1990. Desde el 2007 trabaja traduciendo películas para diversos festivales de cine y artículos para medios especializados. Es traductor de los libros Ennuigi de Josh Millard (Libros Tadeys, 2018) y Una idea salvaje de Jonathan Franklin (Paidós, 2022) y co-traductor del libro De la naturaleza de las cosas en Marx: la traducción como necrofilología de Jacques Lezra (Ediciones Metales Pesados, 2022).

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