Escribe Gabriel Rimachi Sialer
Dentro del vasto panorama literario que ofrece ese país continente que es México, destacó a mediados de los noventas un grupo de cinco jóvenes escritores que, a través de un manifiesto, se dieron a conocer como la Generación del Crack, con novelas que buscaban la complejidad y la ambición literaria para superar el post boom y escribir «buena literatura». Ignacio Padilla era uno de ellos.
Así aparecieron Memoria de los días de Pedro Angel Palou; Las rémoras de Eloy Urroz; La conspiración idiota de Ricardo Chávez Castañeda; El temperamento melancólico de Jorge Volpi; y Si volviesen sus majestades de Ignacio Padilla, siendo este último uno de sus mayores exponentes. Padilla falleció en agosto de 2016 a la edad de 47 años en un accidente automovilístico cuando se dirigía a Guadalajara, y recientemente se ha publicado su obra póstuma, una nouvelle titulada Última escala en ninguna parte.
Compuesta por doce capítulos breves que se pueden leer como cuentos independientes, Padilla narra la historia de Abilio, un joven que decide emprender un viaje de pocas semanas a Europa, sin sospechar que ese primer avión significará el ingreso a una espiral de locura y adicción a los viajes que trastocará su vida al punto de pasar décadas volando de ciudad en ciudad, primero, para luego simplemente viajar por viajar, acumulando millas para batir un récord que nadie envidiaría pero que se le ha metido en la cabeza como una obsesión que a la vez le produce una tristeza profunda, pues no puede/quiere retornar a casa, donde además lo espera un amor.
Pero como todo viajero obseso, no está solo. Llegado un punto va conociendo en cada parada a otras personas que, como él, han sucumbido a esa locura, reconociendo que, poco a poco, han ido atravesando fases que, finalmente, los llevarán a un punto de no retorno. «Quería ver el mundo y acercarme peligrosamente a ese punto del viaje a partir del cual, según mi tío Maclovio, ya no era posible regresar. Ansiaba que me hablases e idiomas extraños y que me sirviesen filete aunque hubiese pedido sopa. En fin, quería ponerme en manos de ese destino caprichoso al que tanto temía mi tío. Y eso fue precisamente lo que sucedió: el destino caprichoso me tomó en sus garras, me lamió, me empujó al punto de no retorno y me zarandeó de tal manera que todavía no logro reponerme».
Narrada con un ritmo que nos lleva delicadamente de la sorpresa a la melancolía, Padilla ha conseguido en este libro, nuevamente, devolvernos a esa literatura que nos lleva a reflexionar sobre el mundo en que vivimos, las angustias que muchas veces nos gobiernan y el destino que nos toca descubrir con cada viaje, metafórico o no, cada día de nuestras vidas. Muy recomendable.