Escribe José Carlos Picón
En los orígenes de la poesía, la locura divina se apoderaba de la imaginación. Se cantaba a los hombres y a su devenir. La síntesis reflexiva sucedió a esta etapa junto a las líricas composiciones dedicadas al amor. En la experiencia de Luis Eduardo García está presente esta línea pero de un modo inverso. Su conmoción creativa surge entregado para el amor en todas sus dimensiones, sobre todo la conyugal, platónica o admirativa. Esto fue dando paso a una cercanía a la espiritualidad en construcción, con resultados cada vez más sólidos no por mejores, sino por esenciales.
En “Lo que parece estable. Poesía reunida 1987-2021”, García expone su trabajo desde finales de los complicados ochenta hasta el producto de un trabajo sostenido que evoluciona, hasta el momento, en una propuesta de madurez y apuntalamiento filosófico.
No obstante, lo amoroso atraviesa toda la cadena cronológica de su representación poética. Los primeros libros, ciertamente, están enmarcados o premunidos de guiños de realidades objetivas, marcas de asentamientos terrestres o paisajísticos, instancias que puedan ser reconocidas con los pronombres personales.
En sus libros posteriores, va tornándose reflexivo, alegórico, místico, filosófico, escolástico, espiritual; casi en ese orden, pero más bien en hibridez. De una forma leve en “Confesiones de la tribu” (1991), más delineada en “Teorema del navegante” (2008), para asentarse sólidamente en “La unidad de los contrarios (2011), “Filosofía vulgar” (2013), y “Manual de sabiduría” (2021).
“Hablar es una necesidad,/pero no un arte”, refiere en “En caso tengas que usar el silencio”. Van sugiriéndose algunas lecturas de García, filosofía y sabiduría oriental. En los poemas homenaje de esta etapa como el dedicado a Pessoa, está presente una dialéctica con el pensamiento del poeta portugués.
Versos en arte menor, a veces. Un poco más extensos sin ser prosaicos, otras. Sus versos son como extractos de aforismos, parábolas herejes de un imaginario cotidiano y diverso. “Para disparar sin causa,/le basta colocar el índice como cañón,/el pulgar como gatillo,/guiñar el ojo/y luego soltar una bala imaginaria (…) El hombre se mira en el espejo/y repite los gestos/del que está detrás,/del animal abreviado/que no olvida su pasado/ni menos su presente”.
Poemas de aparente enseñanza, nombran mediante imágenes, un sentido luminoso en tanto revelación. Trabajo espiritual individual en muchos de los textos, también testimonio de trascendencia: “A los visibles,/los derroté con la indiferencia/y la domesticación de la ira (…) A los invisibles,/por lo mismo que no los podía ver,/ni siquiera los conocí,/aunque sentí el calibre de sus balas”. La poesía de Luis Eduardo García orbita entre la enunciación de una conciencia despierta e inmanente, y la esencia de las viejas reflexiones de la sabiduría oriental. Una muestra tangible de la madurez de un poeta que ha transitado la experiencia con dolor y resignación.