Escribe Ybrahim Luna
Fue a 4 mil metros de altura, atravesando fríos páramos, laderas de ichu y cerros rocosos, que entendí mejor a los seguidores del antropólogo y brujo de origen peruano Carlos Castaneda. En aquella ocasión tuve previsto cubrir una asamblea de las comunidades aledañas al proyecto minero Conga en las inmediaciones de la laguna El Perol, en la jalca de Celendín (Cajamarca). Desafortunadamente unas tranqueras impidieron el paso de cualquier vehículo hacia la laguna, así que, junto a comuneros y líderes sociales, tuve que improvisar una ruta a pie desde la comunidad de Jadibamba. En otras oportunidades yo había caminado hasta tres horas junto a ronderos desde la laguna Namococha hasta El Perol. Pero la de ese día era una ruta nueva y yo no estaba en buen estado físico. Y ocurrió lo previsible: quedé al final del grupo. El camino era largo y nadie podía darse el lujo de detenerse. Afortunadamente –supongo– alguien se ofreció a esperarme y guiarme.
Así intentamos seguir el ritmo. Era mediodía y la fila inicial de caminantes ya se perdía tras una colina.
Mientras más nos adentrábamos en la ruta montañosa, más impredecible se tornaba el clima. Por momentos llovía, por momentos nos envolvía la neblina, luego hacía algo de sol para nublarse nuevamente. Por la humedad natural del terreno y los altos ichus, nuestros zapatos y pantalones estaban empapados. Solo nuestras gruesas casacas nos protegían del frío.

En determinado momento, mi improvisado guía cayó en cuenta de que estábamos perdidos, entonces sacó una botella de cañazo y empezó a “brindar” con el cerro para que nos mostrara el camino. Llevábamos para comer solo unos bizcochos y caramelos de limón. Con el atardecer se hizo evidente que si no encontrábamos un punto de referencia tendríamos que pasar la noche en la jalca helada.
Luego de un poco más de cinco horas de caminata, cuando el sol ya empezaba a esconderse, divisamos a lo lejos una pequeña casa en medio de la nada. Era la casa de la señora Máxima Acuña de Chaupe, quien le había ganado un litigio de propiedad a la minera Yanacocha (los caminos aledaños estaban custodiados por la Dinoes). Con un último esfuerzo cruzamos un valle, subimos y bajamos un cerro y llegamos hasta dicha casa. La oscuridad nos pisaba los talones.
Lo singular es que –y a este punto quería llegar– en el tramo más difícil del camino, y cuando ya consideraba rendirme y quedarme a esperar la noche a la intemperie helada, algo me animaba a seguir a pesar del cansancio terrible de mis músculos. Y era la idea sobre el guerrero que había leído en los libros de Carlos Castaneda, como “Las enseñanzas de don Juan” (The Teachings of Don Juan: A Yaqui Way of Knowledge) (1968), que narra el aprendizaje de la brujería a través del consumo de peyote en el desierto de Sonora, o la bellísima “Viaje a Ixtlán” (1973).
Creer en los conceptos de los libros de Castaneda, como la preparación para el camino del guerrero, me ayudó a sacar fuerzas de donde no había. Y todo a pesar de tener en claro que lo que había escrito Castaneda como tesis para graduarse en antropología en la UCLA (University of California, Los Ángeles) no era otra cosa que una mezcla de conocimientos tomados de libros ajenos, de su hiperactiva imaginación y de entrevistas con chamanes hombres y mujeres de diversas etnias mexicanas. Nunca existió un brujo don Juan Matus (como en sus libros); fueron varios, más de una docena, y ninguno de ellos tenía el descomunal conocimiento condensado del personaje principal de sus libros.
Extraviado en las alturas andinas ya estaba al tanto de que Castaneda había sido catalogado como un fraude en Estados Unidos, sobre todo desde que la revista Times revelara su identidad y las inconsistencias de su trabajo en 1973. Pero esa tarde, en medio de la neblina que asustaba y con los muslos ardiendo de cansancio, solo me repetía lo impecable que debería ser el camino del guerrero como lo describía Castaneda. El recordar sus libros me fue útil para seguir adelante, como le ha sido útil a millones de personas en el mundo.

Sin embargo, el asunto va más allá y se torna ético. Algunas personas han muerto lanzándose a barrancos tratando de imitar a Castaneda en uno de sus libros. Otros aspirantes a discípulos sufrieron el rigor de Castaneda y sus brujas quienes exigían cortar cualquier lazo familiar, incluso con los hijos. Lo cierto es que Castaneda hizo pasar una novela por una tesis para cobrarse temas personales con la UCLA (fue discriminado cuando hizo prácticas como psicólogo). Luego, con el empuje de grandes editoriales, se vio obligado a seguir con el juego y a escribir más libros. Cualquier lector no devocional puede notar las costuras, superposición de hechos y conceptos contradictorios en sus obras.
A través de los años he podido publicar algunos artículos sobre el escurridizo antropólogo y brujo de origen peruano. En 2014 mostré su partida de nacimiento original y su partida de bautizo. Su nombre real es Carlos César Salvador Arana Castañeda y nació el 25 de diciembre de 1925 en la ciudad de Cajamarca (este año es el centenario de su nacimiento). También reseñé en 2015 la autobiografía de una de sus amantes, Amy Wallace, “Aprendiza de bruja: mi vida con Carlos Castaneda”, donde se exponen las contradicciones y oscuridades de la organización-secta (Cleargreen) del “chamán” de los bestsellers. Y finalmente, en 2018, hice un recuento de los descubrimientos de la biografía más completa sobre el antropólogo padrino de la New Age, “Carlos Castaneda: antropólogo, brujo, espía, profeta”, del español Manuel Carballal (libro con el que colaboré con algunos aportes).
Viaje al pasado
Carlos Castaneda se graduó y luego obtuvo un doctorado en antropología en la Universidad de California en Los Ángeles, con dos novelas que, auspiciadas inicialmente por la universidad y luego por la editorial Simon & Schuster, se convirtieron en bestsellers que cambiaron la percepción de toda una generación ansiosa de encontrar una salida a la rutina que no fuese el prohibido LSD de Timothy Leary. Y Castaneda, auspiciado y presionado por las editoriales, le ofreció a esa generación (a finales de los 60) un escape seguro, bien escrito y catalogado como NO FICCIÓN: la saga de novelas sobre un brujo sabio.
Ese hombre pequeño (1,58 o 1,60 cm), que estudió la secundaria en Cajamarca y la culminó en Lima, que cambió sus apellidos para no ser rastreado por sus familiares y amigos, se vio atrapado por las fantasías que creó y le terminó dando cuerda a un negocio del que ya no pudo escapar y que lo consumió en muchos sentidos.
El esquivo brujo que nació en 1925 en Cajamarca (Perú), siendo ya millonario en EE.UU., no atendió los males físicos que lo aquejaron en el otoño de sus días y se dejó morir de a pocos, sin redenciones mágicas ni combustiones espontáneas; a lo mucho y recurrió a la insulina para tratar su diabetes y a la morfina para contener los dolores de un cáncer al hígado que lo mató en 1998. Su muerte destruyó las certezas de sus “brujas” que optaron por el suicidio.

En el expediente íntimo de Castaneda no hay cuentos de hadas ni moralejas, solo una historia oculta y compleja, redimida por la luz de una impecable literatura, con millones de seguidores buscando los secretos del infinito en desiertos agrestes o en libros descargados por internet.
¿Cómo se llegó a este punto sin retorno?
El investigador español Manuel Carballal, experto en teología y criminología, dedicó cinco años de su vida a seguir la pista de Castaneda por el mundo para desentrañar sus secretos y elaborar un informe que se antoja como la biografía más especializada: “La vida secreta de Carlos Castaneda: antropólogo, brujo, espía y profeta” (2018).
El diligente Carballal, que conoció personalmente a Castaneda en 1994 y practicó algunos “pases mágicos” con sus brujas, acudió a los archivos de la UCLA, la CIA, el FBI, la Escuela de Bellas Arte de Lima, etc.; entrevistó a familiares, amigos y compañeros de colegio del elusivo cajamarquino, y recopiló decenas de documentos oficiales y fotos que ilustran parte de la vida del “brujo” más influyente del siglo pasado. El objetivo: saber la verdad. Como asevera Carballal, las motivaciones y laberintos de Castaneda solo tienen sentido cuando se exponen los hechos en orden, objetivamente y sin apasionamientos. Vayamos por partes…
Iniciaban los años cincuenta en Perú, y Carlos César Salvador Arana Castañeda huía de Lima hacia San Francisco cargando con el duelo por la muerte de su madre, buscando el sueño americano y tras un misterioso impasse amoroso, que no fue otra cosa que la responsabilidad por una novia embarazada. La novia, Gina Lu Corso, afrontó sola la crianza de su hija Charito sin contar con el apoyo del cajamarquino viajero. La familia Arana en Lima mantuvo buenas relaciones con Gina y con la única descendiente biológica de Castaneda. Su otro hijo, Carlton Jeremy Castaneda, con la estadounidense Margaret Runyan, fue “por encargo”, ya que luego del impasse en Perú, Castaneda se practicó la vasectomía.
El joven Carlos Arana partió desde el puerto del Callao el 10 de septiembre de 1951 a bordo del pequeño barco SS Yavari, arribando a EE.UU. el 23 del mismo mes, con el pasaporte peruano N° 34477. Así, a la aventura, llegó al país que tanta fascinación le había despertado desde niño en Cajamarca cuando su padre lo llevaba al cine a ver películas de cowboys o de guerra y le compraba discos para aprender inglés.
Con veintitantos años Carlos se ganó la vida como pudo en la primera potencia. Trabajó de taxista, de ayudante de cocinero, estuvo en una fábrica de adornos para el hogar e hizo de vendedor de puerta en puerta. De hecho, por su conocimiento promedio del inglés tuvo más ventajas que otros inmigrantes. No queda claro si pasó por el ejército estadounidense, una forma popular de lograr la nacionalidad, sobre todo si se participaba en una guerra.

En 1953 conoció a otros jóvenes de origen latino en Los Ángeles: el costarricense Byron de Ford y el uruguayo Óscar Rubio. Juntos compartieron habitación frente a Los Ángeles City College (LACC). Carlos les contaba que había nacido en Perú, pero que de muy joven se mudó a Brasil. En otras versiones aseguraba que su familia perteneció a la burguesía brasileña y que su apellido llevaba una “h”: Aranha. También relataba que estudió artes en Italia, que nació un 24 de diciembre de 1931 y que uno de sus nombres de pila era “Jesús”.
Las versiones de Carlos cambiaban de acuerdo a los interlocutores y se ponían más interesantes si los oyentes eran mujeres. Carlos, que ya no usaba el “César” con el que se lo recordaba en Perú, tuvo muchas novias, y de eso dan fe sus amigos. Recuerdan que, a pesar de su tamaño, de su carácter reservado y de no gustarle bailar ni hacer bromas, era usual verlo con rubias despampanantes solo por el encanto de su personalidad y de su incansable capacidad de inventar historias. A veces cuando Carlos parecía estar contando un chiste, en realidad estaba disertando sobre la vida con la mayor seriedad posible, y a veces cuando se ponía severo, estallaba de repente en una carcajada…, una actitud típica de su personaje don Juan Matus.
Byron de Ford, quien falleció en 2014, publicó en 2006 el libro “Conversaciones con un joven Nahual – Memorias del joven Carlos Castaneda”, con anécdotas que su amigo Óscar Rubio confirma casi en su totalidad. Este libro devocional cobra vital importancia para establecer hechos y tiempos que no coinciden con las versiones que el mismo Castaneda daba sobre el origen de sus experiencias. Sin querer, Byron de Ford ha armado parte del rompecabezas y le ha dado sentido al enigma del “nahual”.
En 1955, Carlos se matriculó en el preuniversitario de Los Ángeles City College, luego en cursos de Técnica Literaria de Creación, periodismo e incluso psicología. Por entonces, el trío Carlos-Byron-Rubio participaba en toda actividad novedosa para su época, como visitar un monasterio budista en Mount Washington –donde Carlos oyó hablar por primera vez sobre la combustión espontánea–, asistir a sesiones de espiritismo con médiums invocadores, participar en demostraciones de hipnotismo o conversaciones sobre santería afrocubana. Incluso, en cierta ocasión oyeron hablar sobre los chamanes Rosendo y Marcelo Ocaña, quienes usaban plantas sanadoras. También hallaron anuncios en periódicos que ofrecían la venta de peyote. Todo esto una década antes de “Las enseñanzas de don Juan”.

En 1957, Carlos presentó una solicitud de naturalización ante el distrito de Los Ángeles, describiéndose como “artista comercial”. El apellido “Castañeda” perdió entonces su virgulilla en inglés y se inmortalizó como “Castaneda”. El primer apellido “Arana” simplemente desapareció. En 1959 se diplomó con el grado de Asociado en artes en Psicología y conoció al chamán Mario Acuña. En septiembre del mismo año, ingresó a psicología en la UCLA, y al graduarse llegó a practicar como asistente de un destacado psiquiatra. Pero el decano de la facultad lo desanimó de ejercer la carrera al hacer comentarios racistas sobre su físico y procedencia. Entonces Carlos tomó la decisión de cambiar a antropología. Por aquellos días ya estaba comprometido con Margaret Runyan.
Margaret, en su autobiografía “Un viaje mágico con Carlos Castaneda”, publicada en 1999, relata que cuando conoció a Carlos a finales de los 50, sus amigos ya lo trataban de “chamán”. Además, revela que muchas de las anécdotas que vivieron juntos en esos años fueron plasmadas luego por Carlos en sus libros como vivencias atemporales e impersonales. Asegura que, a ese joven inmigrante, que decía haber nacido en Italia y que tenía una mirada hipnotizante, le gustaba escribir poesía y pequeños relatos.
En 1960 Carlos y Margaret viajaron a México para casarse y regresaron a EE.UU. Pero el matrimonio duró apenas seis meses. La razón fue la distancia. Carlos tenía trabajos eventuales, pero solía desaparecer por temporadas cada vez más largas asegurando que iba al desierto a hacer unos estudios.
En realidad, una de sus amantes lo llevaba a una reserva india para contactarse con chamanes como Salvador López, de la localidad de Coahuila. Otro de los chamanes informantes de Castaneda, y que más tarde daría vida a don Juan, fue Tezlkac Matorral Cachora. Este curandero yaqui de linaje tolteca, conocido como “doctor del campo”, reconoció en una foto a Carlos como el joven estudiante que lo visitó unas 16 veces en un lapso de más de tres años.
Carlos también conoció a los nativos huicholes –quienes sí usaban el peyote (los yaquis no) –, Ramón Medina y José Ríos.

Los compañeros de antropología de Carlos, Peter Furst, Barbara G. Myerhoff y Diego Delgado, viajaron a México para investigar las expresiones chamánicas de la tribu huichol y publicaron sus interesantes conclusiones. Muchos advirtieron coincidencias entre las anécdotas descritas por los compañeros de Carlos con las reveladas en la saga de libros publicados por este. Más aún, el reconocido Jay Courtney Fikes, doctorado en antropología en la Universidad de Virginia y experto en la cultura huichol, reconoció varias inconsistencias en los trabajos de los compañeros de Castaneda que el mismo Castaneda replicaría y ficcionaría más tarde en sus libros, pero atribuidos equivocadamente a la cultura yaqui. En 2009 se publicó el libro de Fikes: “Carlos Castaneda, oportunismo académico y los psicodélicos años sesenta”.
Otras informantes de Castaneda que sirvieron de modelo para crear sus personajes femeninos como La Catalina, La Gorda o doña Soledad fueron las muy reales curanderas Bárbara Guerrero “Pachita”, la mazateca María Sabina, la pomo Elsie Parish, la huichol Guadalupe Ríos, la santera doña Hortensia, etc.
El año 1965 fue el del declive de la revolución psicodélica fomentada por las investigaciones y obras de Timothy Leary. California fue uno de los primeros Estados en prohibir el LSD. Terriblemente algunos jóvenes se habían matado bajo sus efectos, lanzándose desde pisos altos creyendo que podían volar. Pero la gente buscaba otra válvula de escape, más segura…
1966 -1977. “Las enseñanzas de don Juan” nace como un trabajo de campo de Castaneda para una asignatura de antropología del Profesor C. Meighan, quien quedó tan impresionado con el resultado de su estudiante que le propuso ampliarlo y convertirlo en un libro. El trabajo venía siendo preparado por Castaneda desde hacía dos años, pero como una novela, no como una tesis.
El resultado fue leído por la plana más prestigiosa de la UCLA, que quedó fascinada. Y aunque hubo reticencia inicial por parte del comité editorial, ya que nadie había comprobado su validez (no había notas de campo, testigos ni fotos), de alguna forma pasó el filtro. En cartas a su exesposa Margaret Ruyan y a familiares en Perú, Carlos reconoce que ha escrito “una obra, una novela”.
La publicación del primer libro de Castaneda por la editorial de la UCLA le dio una credibilidad “científica” que no habría tenido de otra forma. Recordemos que se publicitó como una tesis académica. Y es entonces que aparece Michael Korda, quien compra los derechos para publicar el libro en 1968 a través de la mega-editorial Simon & Schuster.

Cuando “Las enseñanzas de don Juan” llega a las librerías estadounidenses escala de inmediato entre los bestsellers del momento. Pero con la saga de los cuatro primeros libros, y trece en total, los ejemplares se vendieron (y se venden) de manera constante por varias décadas. Con los primeros 27 millones de libros vendidos Castaneda se convirtió en millonario (hoy es imposible calcular los millones de libros vendidos en casi todos los idiomas en todo el mundo, pero basta con señalar que marcó a una época entera).
A finales de los 60, Castaneda concedía algunas entrevistas y disfrutaba de la fama. Con la hermosa obra “Viaje a Ixtlán” (nueva tesis) se doctoró en antropología. Solo cuando, en 1973, la revista Time reveló su biografía real, Carlos optó por desaparecer de la escena pública.
El resto de la historia se teje con no menos enigmas.
Carlos Castaneda murió el 27 de abril de 1998, víctima de un cáncer hepático. Sus seguidores y albacea anunciaron su muerte en junio, dos meses después, cuando sus cenizas ya habían sido esparcidas en el desierto de Sonora.
Influencia en la cultura
Entre los lectores y admiradores de Castaneda se encuentran el padre del periodismo gonzo, Hunter Thompson; y también Pamela Lyndon Travers, creadora de la saga de “Mary Poppins”. El escritor mexicano Octavio Paz hizo el elogioso prólogo a la primera edición en castellano de “Las enseñanzas de don Juan”. El director George Lucas fue un gran lector de Castaneda y las influencias en la saga de Star Wars son evidentes. Las hermanas Wachowski incluyeron elementos de la filosofía castanediana en sus películas “Matrix” y “El atlas de las nubes”. El director Oliver Stone nombró a su productora cinematográfica “Ixtlan”, en honor al tercer libro de Castaneda. El capítulo de Los Simpson “The misterious voyage of Homer” de enero de 1997, hace referencia a un viaje psicodélico basado en la obra de Castaneda: Homero come unos chiles extrapicantes y termina hablando con un coyote. Los productores deseaban homenajear a uno de sus escritores favoritos.

El director italiano Federico Fellini fue un gran admirador de Castaneda y lo siguió durante años hasta conseguir el permiso para llevar a la pantalla grande la película “Viaje a Tulum”, pero tras un sinnúmero de contratiempos extraños desistió del proyecto. Castaneda también tuvo acercamientos con el cineasta chileno nacionalizado francés Alejandro Jodorowsky y con el afamado científico Jacobo Grinberg. El director J.J. Abrams también es lector del antropólogo de origen cajamarquino. También se hace referencia a Castaneda en películas como “El exorcismo de Emily Rose” o en las series como “Expedientes X” o “Los sopranos”. Hace un par de años, a través de sus redes sociales, el actor Anthony Hopkins habló sobre un relato del “chamán” Carlos Castaneda que servía como un mensaje de optimismo y esperanza para los jóvenes. Y un largo etc.
Pero esta influencia no se circunscribe únicamente a la literatura, al cine o a la televisión, la música también está plagada de su influjo.
Los integrantes de The Eagles, autores de uno de los discos más vendidos de la historia del rock, fueron devotos de Castaneda. En una entrevista con la ABC, en 1975, hablaron largo y tendido sobre Castaneda como su principal inspiración artística. El flaco Luis Alberto Spinetta, en un concierto de 1981, lo reseñó como un antropólogo “mexicano” becado por la UCLA cuya literatura versaba sobre su relación con el brujo don Juan y sus “vivencias complejas de explicar”. Acto seguido Spinetta cantó su tema “Ixtlán”, inspirado en la tercera obra del nagual.
Podemos tomar ejemplos más actuales de la presencia castanediana en la música. Por ejemplo, en 2021, Brandon Boyd, vocalista de la banda estadounidense Incubus, en una entrevista con la estación de radio 95.5 Klos contó un episodio muy curioso de su infancia: «Solía tener pesadillas cuando era niño, tanto que perdía el sueño. Mi madre finalmente comenzó a contarme sobre lo que había leído de Carlos Castaneda. (…) Ella me enseñó lo que había aprendido de su trabajo en torno a los sueños. (…) Funcionó a las mil maravillas”. Pero el punto más significativo de la influencia de la obra de Castaneda en la industria musical se dio cuando John Lennon de The Beatles en una entrevista publicada en la revista Playboy de septiembre de 1980, con respecto a la relación con su esposa Yoko Ono, dijo: “Ella es mi don Juan. (en referencia al personaje/maestro de Castaneda) (…) me he casado con don Juan. Don Juan no necesita reír, ni ser encantador. Don Juan se limita a ser. Y todo lo que ocurre a su alrededor no le importa”.

Todos los que conocen la música de la psicodélica banda sesentera The Doors saben que su vocalista, el cantante y poeta Jim Morrison, “El rey lagarto”, quedó fascinado luego de leer el primer libro de Castaneda que influyó en su etapa creativa final. El dúo Jon and Vangelis, formado por el virtuoso instrumentista griego Vangelis y el cantante inglés Jon Anderson, produjo cuatro discos. En el último de ellos, Page of Life (1991), está incluido el tema “Journey To Ixtlan”; cosa que no es de extrañar tomando en cuenta que la esposa de Vangelis era una gran devota de Castaneda. El vocalista de la banda argentina Enanitos Verdes, Marciano Cantero, era un asiduo lector de Castaneda.
Y nuevamente…, un interminable etc.
Observaciones
Para muchos queda claro que los libros del peruano son novelas de alta calidad literaria, mas no estudios antropológicos serios. Queda claro que Don Juan Matus nunca existió, que fue un compendio de otros personajes y de las experiencias y sabiduría del mismo César Arana Castañeda, el cajamarquino, “El Negro Fashturo”. Y también queda claro que Carlos desarrolló un conocimiento particular tomando un poco de varias disciplinas ya existentes. Es casi un hecho que la continuidad de la saga la promovieron las editoriales que entendían que no se podía matar a la gallina de los huevos de oro, y Castaneda se prestó a ese negocio. Queda claro, por supuesto, que ningún escritor puede ser responsable porque sus lectores crean que es posible hablar con coyotes, lagartijas o venados y convertirse en cuervos para salir volando. Y –lo más difícil de admitir para muchos– está comprobado que Castaneda creó una secta que buscaba el control de personas inestables emocionalmente.
Carlos se comportó con extrema severidad con sus brujas: por lo general mujeres fuertes hacia fuera, pero frágiles interiormente. Algunas personas inspiradas en las proezas ficticias del nagual se lanzaron por un desfiladero. Pero, sobre todo –y esto es lo más curioso–, queda claro que, a pesar de saber que todo fue un montaje, miles de hombres y mujeres se valieron de las enseñanzas de “don Carlos” para sobrellevar las adversidades de la vida con la impecable integridad y visión de un guerrero, por lo que le están muy agradecidos.
Este año se conmemora el centenario del natalicio de uno de los peruanos más leídos e influyentes. ¿Alguien se hará cargo de su celebración? ¿El Ministerio de Cultura hará algún evento? Castaneda sigue teniendo lectores y devotos en todo el mundo y sus libros no han perdido belleza a pesar del tiempo. Sin embargo, la academia ya lo ha cancelado y lo considera un fraude o una rareza. ¿Qué se hace en estos casos?