Escribe Jorge Cuba-Luque
El jurado de la Academia Goncourt acaba de atribuir el Premio Goncourt 2023 a Jean-Baptiste Andrea por su novela Veiller sur elle («Cuidarla»), publicada por la editorial L’Iconoclaste. El autor recibirá, como está estipulado, un cheque por la suma de diez euros, cheque que probablemente no cobrará, sino que hará enmarcar y que colocará en su sala o biblioteca, como han hecho casi todos sus antecesores. Una razón suplementaria para hacerlo: esta es la edición ciento veinte del célebre premio.
En el año de su centésimo vigésimo aniversario, el Premio Goncourt muestra que su longevidad no sólo hace de él el premio literario más prestigioso y antiguo de Francia, sino también el más esperado, el más criticado, el más alabado, y el que más polémicas suscita. Es también el que mejor catapulta las ventas de un libro premiado, las que suelen llegar, en un par de meses, de noviembre a diciembre, hasta los cuatrocientos mil ejemplares gracias a la banda roja de gruesas letras blancas con la frase «Prix Goncourt», distintivo que todo aquel interesado por adquirir libros de literatura considera como un valor seguro, poderoso acicate para su compra. La repentina fama del libro consagrado beneficia económicamente al editor, a las librerías y, obviamente, al escritor, que por sus derechos de autor (el consabido diez por ciento del precio de cada ejemplar) obtendrá una importantísima suma, difícilmente conseguida en poco tiempo y por una sola obra, razón por la cual el cheque de diez euros tiene un valor eminentemente simbólico, y, como todo símbolo, Jean-Baptiste Andrea guardará preciosamente.
El premio es otorgado cada año en el mes de noviembre por la Academia Goncourt, oficialmente llamada «Société Littéraire Goncourt», fundada en 1900 según la voluntad testamentaria de Edmond de Goncourt (1822-1896), quien quiso plasmar el anhelo que compartía con su hermano Jules (1830-1870) de crear una asociación que estimulara la creación literaria, y, además, gratificara económicamente cada año al autor de una obra de imaginación escrita en prosa. Herederos de una considerable fortuna familiar, los hermanos Goncourt vivieron una vida consagrada enteramente a las letras: como lectores, como escritores y como dos de los principales animadores del París literario de la segunda mitad del siglo XIX. En la historia de la literatura francesa ocupan un sitial de importancia no solo por la creación del premio que lleva su apellido sino, sobre todo, por el Diario que escribieron a cuatro manos desde 1851 hasta 1870, año de la muerte Jules, y que Edmond continuó, ya solo, hasta 1896, cuando le tocó a él dejar este mundo.
Los fondos con los que la Academia Goncourt cubrió inicialmente sus diversos gastos provenían del patrimonio de Edmond, los que, al cabo de unos años, terminaron agotándose, y, luego, hasta la fecha, esencialmente de subvenciones del Estado, ya que la entidad tiene el reconocimiento oficial de «interés público». Por lo demás, sus necesidades no son demasiadas: hay un solo puesto de trabajo, el de secretario, los materiales de oficina son pagados gracias a donaciones. Otro gasto es el almuerzo mensual que la Academia Goncourt invita a sus diez miembros, que son igualmente los diez miembros del jurado.
Y es minutos previos a otro almuerzo cuando se anuncia al ganador del Premio Goncourt, ante decenas de periodistas. El acontecimiento se lleva a cabo en un elegante restaurante parisino inaugurado en 1880, el Drouant, que tiene una sala de mesa redonda exclusiva para los miembros de la Academia Goncourt, cada uno los cuales tiene su nombre grabado en sus respectivos cubiertos. A «los diez» se suma, por una sola vez, tras el anuncio, el escritor o escritora galardonado, informado poco antes para que se haga presente en el Drouant, responda a la prensa y participe en el almuerzo.
Los miembros de la Academia Goncourt llegan a serlo por cooptación, tras la renuncia o muerte de alguno de ellos, modalidad a la que se le reprocha un fuerte amiguismo. Son personalidades vinculadas a la literatura como periodistas culturales, críticos literarios o escritores pero, en ningún caso, relacionados con una casa editorial. Entre los primeros miembros de la Academia figuraban Alphonse Daudet (el autor de Cartas de mi molino), el anticonformista Joris-Karl Huysmans (autor de A rebours; «A contrapelo»), Octave Mirbeau (Journal d’une femme de chambre, «Diario de una empleada domésica»), los tres amigos de Edmond y referentes de la literatura francesa de aquellos años. Hoy, entre otros, la integran Tahar Ben Jalloun, Pierre Assouline, y hasta no hace mucho Virgine Despentes, que renunció para dedicarse íntegramente a su labor de escritora; poco antes, alegando cansancio debido a su edad, había dejado la Academia Bernard Pivot, el conocidísimo periodista que durante largos años condujo en la televisión pública Apostrophes, programa de entrevistas a escritores.
Veiller sur elle, para ser premiada, tuvo que efectuar el recorrido de todas las obras candidatas al prestigioso galardón: las novelas son enviadas a la Academia a lo largo del año por las editoriales que las publican. Tiene que estar en francés (el autor puede ser de cualquier nacionalidad), editada por una editorial francesa, y ser vendida o haber sido vendida en cualquier librería de Francia. Esta última condición entraña una desventaja en contra de las editoriales sin la capacidad de distribución de sus libros en todo el país. La editorial envía un ejemplar a cada uno de los miembros del jurado, a más tardar la primera semana de septiembre, o sea, al final del verano europeo. Entre tanto, el jurado habrá leído las obras que fueron llegando, hasta el final del plazo. Hay un primer filtro del que quedarán una quincena, después, en octubre, otro, del que quedarán cuatro. Una de esas cuatro obras será la que en noviembre obtendrá el Premio Goncourt. La decisión del jurado será por unanimidad, lo que a menudo necesita varias vueltas de votación.
Como todo premio literario, el Goncourt ha tenido sus aciertos y también sus desaciertos, libros premiados hoy totalmente olvidados, libros no premiados convertidos en clásicos. Uno de los casos más sonados es el de Viaje al fin de la noche de Louis Ferdinand Céline, que había provocado una violenta controversia por su lenguaje y los temas que aborda, controversia que llegó al jurado del Goncourt que terminó premiando a una novela que, si hoy se habla de ella, es porque obtuvo un premio que en realidad merecía el libro de Céline. Es también el caso de Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan, novela que sigue reeditando en tirajes considerables (en 1954, año de la aparición del libro, la obra premiada fue Los mandarines, de Simone de Beauvoir); otro gran “no premiado” fue Antoine de Saint-Exupéry, con Vuelo nocturno, de 1931 (su obra universal, El Principito, sería inicialmente publicado en los Estados Unidos, y editado en Francia en 1945). Un autor no puede recibir el Goncourt más de una vez, pero hubo una excepción, la de Romain Gary, que lo ganó en 1956 con Las raíces del cielo, y que lo recibirá de nuevo en 1975 con La vida por delante, libro que firmó con el seudónimo de Émile Ajar (un amigo suyo, haciéndose pasar por él, fue entrevistado por él en Apostrophes).
Cualquiera que sea el lugar que la historia le dé a la novela de Jean-Baptiste Andrea, la banda roja de gruesas letras blancas con la mención «Prix Goncourt» sobre cada ejemplar de Veiller sur elle acercará a miles de personas al mundo infinito de la ficción, lo que será ya un logro en favor de la lectura. Y el Premio Goncourt, al cumplir ciento veinte años, muestra que, aun cuando pueda cometer errores de apreciación, la literatura está viva, muy viva, en sus creadores, en sus lectores.