Escribe Erik Díaz Sandoval
George Orwell, seudónimo de Eric Blair, escritor británico nacido en la India, escribió una de las novelas más estremecedoras de la literatura mundial. Estremecedora por profética, si tomamos en cuenta que muchas de las formas tecnológicas que se muestran en sus páginas, son ahora gadgets corrientes entre los seres humanos. No hay persona que no esté conectada de algún modo a aquella matrix que todos conocemos como Internet. Si googleas tu nombre debes aparecer en algún link o alguna foto. Si alguien quiere verte y acosarte sólo tiene que hackear tu cámara digital. Las guerras se controlan ahora con los dedos, se piensa menos en ejércitos y más en drones. La violencia, finalmente, se convierte en un eje que ha atravesado el siglo pasado, y se ha prolongado en estas primeras dos décadas del siglo XXI.
Esta novela distópica, publicada en 1949, nos transporta a una “realidad” en la que solo existen tres países en guerra constante por el control total del mundo: Oceanía, Eurasia y Asia Oriental. El Partido, liderado por la figura omnipresente del Gran Hermano, domina todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos de Oceanía, potencia totalitaria que está organizada en cuatro ministerios: el Ministerio de la Paz: que se ocupa de la guerra; el Ministerio de la Verdad: que se ocupa de las mentiras; el Ministerio del Amor, que se ocupa de las torturas; y el Ministerio de la Abundancia: que se ocupa del hambre. El Partido ostenta el poder por el poder mismo y ha aprendido de los errores de anteriores intentos totalitarios a fin de perpetuarse: “El poder no es un medio sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se establece una revolución para establecer una dictadura. El objeto de la persecución no es más que la persecución misma. La tortura solo tiene como finalidad la misma tortura”.

La vida en Oceanía se rige por tres principios: La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza. Sus ciudadanos, y de manera más rigurosa los propios miembros del Partido, se encuentran vigilados por telepantallas y todos sus movimientos son seguidos por espías identificables y ocultos; las ejecuciones y torturas por cualquier tipo de disidencia son cotidianas. El objetivo del Partido es controlar hasta la realidad misma: el pasado, el presente y el futuro a través de los medios de comunicación; así como el pensamiento y el lenguaje, a través de la creación de lo que ellos denominan la neolengua, que consiste en una continua eliminación de palabras para suprimir la diversidad de pensamiento: “¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento”.
Ante este escenario aterrador, la única esperanza posible parece ser la revolución del pueblo, denominados en la novela los proles; sin embargo, el Partido los controla a través de todos los medios de comunicación y condiciona no solo su pensamiento sino también sus emociones, exacerbando su miedo y su patriotismo al mantener al país en una constante guerra que ya nadie sabe si es real o imaginaria; brindándoles información falsa para que escuchen lo que quieren escuchar; manipulando su necesidad de pertenencia, de subordinación y de culto a un líder; y direccionando el sistema educativo hacia el logro de sus propios fines: “Si había esperanzas, estaba en los proles. Esta era la idea esencial. Decirlo sonaba a cosa razonable, pero al mirar aquellos pobres seres humanos, se convertía en un acto de fe”.

Surge entonces la rebeldía individual, representada por el protagonista de la novela, Winston Smith, miembro del Partido encargado de “corregir” las noticias del pasado para que sean “coherentes” con lo que le conviene al Partido en el presente, quien empieza a cuestionar ante sí mismo no solo su propia función en el Partido sino todo el orden establecido y trata de dilucidar cuál es la realidad, en medio de toda la manipulación y la distorsión de información llevada a cabo por el Partido y el sentido mismo de la vida: “A Winston le sorprendía que lo más característico de la vida moderna no fuera su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente la vaciedad, la absoluta falta de contenido”.
Con dichos pensamientos, que para el Partido ya constituyen un grave delito castigado con la muerte, denominado crimental, Winston Smith como primer acto rebelde empieza a escribir en un diario sus ideas y sentimientos, surgiendo así la escritura como una acción catalizadora y libertaria. En dicho contexto conoce a Julia, quien en apariencia es un miembro activo y ferviente del Partido pero subrepticiamente transgrede sus normas para procurarse placeres tan básicos y humanos como una buena comida o un buen café que solo podían conseguirse en el mercado negro; y el sexo, que solo podía tener fines reproductivos y cuya frecuencia era controlada: “El acto sexual, bien realizado, era una rebeldía. El deseo era un crimental”.
Winston y Julia inician un romance prohibido y castigado también con la muerte, procurándose una habitación solo para ellos como refugio esporádico y testigo único de su rebelde amor y la vida deja de serles intolerable: “Ahora que casi tenían un hogar, no les parecía mortificante reunirse tan pocas veces y solo un par de horas cada vez. Lo importante es que existiese aquella habitación; saber que estaba allí era casi lo mismo que hallarse en ella. Aquel dormitorio era un mundo completo, una bolsa del pasado donde animales de especies extinguidas podían circular”. A la par, empiezan a tratar de contactar con una organización secreta opositora del Partido, a fin de participar en la lucha contra este.
¿Era posible todo ello? ¿Podían transgredir las normas del Partido y enfrentarlo impunemente? ¿Podían ser libres y felices?: “Julia y Winston sabían perfectamente -en verdad, ni un solo momento dejaban de tenerlo presente- que aquello no podía durar. A veces la sensación de que la muerte se cernía sobre ellos les resultaba tan sólida como el lecho donde estaban echados y se abrazaban con una desesperada sensualidad, como un alma condenada aferrándose a su último rato de placer cuando faltan cinco minutos para que suene el reloj. Pero también había veces en que no solo se sentían seguros, sino que tenían una sensación de permanencia. Creían entonces que nada podría ocurrirles mientras estuvieran en su habitación”.

«1984» es un clásico imprescindible y vigente en nuestros días que, a través de una distopía -que en muchos aspectos puede recordarnos la realidad de nuestros días-, nos hace reflexionar, entre otros temas vitales, sobre la libertad del individuo en todos sus aspectos, en contraposición con el poder estatal que busca restringirla o limitarla; la manipulación de la realidad por parte de los medios de comunicación para beneficio del poder de turno; la búsqueda del amor, la felicidad y el placer como derechos irrenunciables del ser humano; y la rebeldía, recurso del ser humano que surge ineludiblemente en algunos de nosotros cuando nuestra condición humana es vulnerada. ¿Alguna semejanza con los violentos tiempos de control digital que vivimos? Todos conoceremos tu respuesta.