Escribe Pedro Medina León
Una de las clásicas leyendas urbanas de Miami cuenta que Al Capone se hospedaba en el hotel Biltmore de Coral Gables y que su fantasma ronda las habitaciones por las noches. Otra leyenda urbana, quizá no tan clásica, afirma que Al Capone cerraba el Clay Hotel, en la Española Way de South Beach, para hacer apuestas y negocios ilícitos.
La Volstead Act (Ley Seca) de Estados Unidos reguló el consumo de licor entre 1919 y 1933, y tuvo un gran impacto en las mafias que lo contrabandeaban. En aquellos años, la comunidad italiana se había consolidado en Nueva York y Chicago, y con ella surgieron los capos de la mafia. Entre estos, el más grande de todos los tiempos fue Alphonse Gabriel Capone. Hijo de inmigrantes sicilianos de Nueva York, criado en las calles de Manhattan, a los veintitantos años, Capone ya encabezaba The Chicago Outfit, el mayor sindicato mafioso del país. La vigencia de la Volstead Act convirtió a ciudades como Nueva York y Chicago en plazas hostiles al contrabando. Para que los negocios continuaran, debían encontrarse nuevos puntos de comercio, como Miami, un territorio estratégico con salida al mar, por donde podía seguir ingresando la mercadería de manera clandestina, en avionetas y lanchas que llegaban desde el Caribe.

Al Capone realizó algunos viajes al sur de la Florida, Cuba y Bahamas entre 1925 y 1926. En 1927, bajo el pretexto de que necesitaba llevar una vida sosegada, se mudó con su hijo Sonny y su esposa Mae a una mansión ubicada en el número 93 de Palm Avenue, en Miami Beach. La residencia no tardó en hacerse conocida por sus pomposas fiestas, donde se recibían jugosas donaciones. De ellas se beneficiaron altos funcionarios públicos y políticos, así como alumnos y docentes del colegio católico St. Patrick, en el que estudiaba Sonny. La figura de Al Capone en la ciudad fue polémica: muchos lo querían por su generosidad, mientras que otros repudiaban su presencia. En Miami, tuvo a la justicia tras sus pasos en todo momento. Pretendieron incriminarlo en varias oportunidades e incluso le prohibieron ingresar a la jurisdicción de Miami Dade —Miami Beach pertenecía a otra—. Por eso, consideró mudarse a Broward, donde compró un terreno en el que no llegó a construir y que le fue confiscado en 1934. Hoy es un parque abierto al público llamado Deerfield Island, al que solo se puede acceder en bote. A pesar de todo esto, no lograron probarle nada: no tuvo cuentas bancarias a su nombre, tampoco propiedades; no endosaba cheques y las transacciones las hacía en efectivo. Fue hasta 1931 cuando, por evasión tributaria, lo sentenciaron a once años de prisión. Antes de ser encarcelado, escondió cien millones de dólares en cajas de seguridad de bancos de Estados Unidos y Cuba. Tampoco lo hizo a su nombre y enterró las llaves de las cajas para recuperarlas después de obtener su libertad.

En 1932 fue encarcelado, primero, en Alabama y, después, en Alcatraz. Desde su ingreso, le diagnosticaron sífilis y, en 1939, cuando fue liberado bajo órdenes médicas, ya no era viable continuar con su tratamiento. Una vez puesto en libertad, no halló las llaves de las cajas donde escondió el dinero —aún no se encuentran— y pasó a ser un sujeto frágil, delicado de salud y con problemas mentales. Las entradas y salidas de la clínica se volvieron frecuentes y, en 1947, a la edad de 48 años, un infarto se lo llevó en su mansión de Palm Avenue, junto a Mae.
Más allá de las leyendas que haya dejado Al Capone en Miami, su presencia fue determinante. Tras él, líderes de la Cosa Nostra, como Santo Trafficante, Lucky Luciano y Meyer Lansky, generaron fortunas en Miami Beach y La Habana, bajo el manto de la industria hotelera, con el lavado de dinero, las apuestas ilícitas y el contrabando. La estafeta la recibió el Padrino Cubano, José Miguel Battle, y solo al doblar la esquina llegarían los famosos años ochenta y sus Cocaine Cowboys.