Escribe José Carlos Picón
Lo de Andrés Hare ha venido contagiado de la representación de una ludopatía, o exagero, pero hay una necesidad de avanzar hacia la claridad, siendo esta, engañosa. No hay certeza ni sosiego; la búsqueda de algo, el naturalizar la fealdad humana en la oscuridad y la sombra, el desgaste y la pestilencia, juegan arreglados, como si nada pasara.
Pero de lúdico, tejemos la firmeza de decisión del lenguaje. El que diseña una dicción interconsciente, nada que los apuntes desconscientizados dejaran pasar para perjudicar. La verdad es su esencialidad para transmitir las palabras y sus contextos inmediatos, tanto de sonido como de forma.
Sin analogías no hay juego. Seré exagerado, pero algunas construcciones en Andrés Hare me traen ciertas ideas, imágenes y facturas de Juarroz que, si bien utilizando algo lúdico formula preguntas sobre el ser, porque la filosofía en la que nace y se transfigura es una humana.
Pero también vemos geometrías emotivas, resplandores instalados ambiguamente, pero en concreto, incluso de localía y ascendencia. Hare sonríe para provocar el desconcierto breve, leve. La energía en tanto volumen de conocimiento, que impulsa, vigila, y expande en los espacios de representación, para que, finalmente, en la persecución de lo diverso, establezca una tienda sencilla, distinta de los poemas más esotéricos, más cardinales, o estructurales mediante pliegues de sangre, que van a obrar oceanográficamente.
En otros momentos, sacude un humor expansivo, capaz de diseñarse una eternidad, con tal de sacar el jugo a la maleabilidad y magnetismo de los objetos, de los planos, del murmullo renderizado generando, en segundo plano, susurros y micro o universos, apuntes centrales para ideas posteriores, puestas en escenas de cuerpo sobre palabra y viceversa.
El registro en Andrés Hare
Los micro textos, los micro testimonios del que busca morada en la sal de desiertos vacíos o lomas. No obstante, otra pieza grita a los oídos de un colectivo de esperanzados viajantes. La pulsión, también, es una dimensión energética que empuja frases, palabras, oraciones con fuerza y sentido. Aunque este sea una aparente continuación infinita de volverse a sí mismo.
El ánimo del registro de campo, el apunte que no debe escaparse de la memoria, asienta su poder en los breves versos de “V”. Parece que el autor busca encender presencia y actuar en medio de una ronda de preguntas anónimas a las que va respondiendo en pos de una solución, no tan inmediata. Sus experiencias literarias, sus consumos culturales, dialogan con este ímpetu curioso y metódico.
Hay una intención de hacer contorneados estas ideas o imágenes, pero hay difuminaciones que son producto del material o la interface donde es trabajada la escritura en un plano no físico. Probablemente, haya varios experimentos interesantes en lo de Hare que no llegan a una solidez que permita justificar sus estratagemas. Vamos, no es motivo para dejar a un lado algo que puede someterte a una simpática dinámica.