Hace ocho años nos dejó Antonio Cisneros, el último gran poeta de Lima. Un 6 de octubre del 2012 fallecía en su domicilio de su querido Miraflores acompañado por su familia y cuando se encontraba en la plenitud de su creación poética. Desde entonces, sus versos siempre tendrán la brillantez de su escritura. Hoy lo recordamos con la misma ternura de sus poemas. Y porque fue poeta, narrador, cronista, traductor, periodista, crítico literario y profesor universitario, sigue con nosotros.
Autor de algunos de los poemarios más brillantes de la lírica peruana de la segunda mitad del siglo XX -como Destierro (1961) y Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968)-, fue una de las figuras centrales de la denominada “Generación del 60”, a la que aportó una poesía de honda riqueza conceptual y vasta amplitud temática.

1.
Antonio Cisneros está llegando a la redacción del Diario Marka en el 968 de la avenida Salaverry en Jesús María. Luce polo azul, bermuda celeste, zapatillas y medias blancas. En su mano derecha porta un maletín y en la izquierda un cúmulo de papeles. Es un sábado del verano de 1981 y el poeta, temprano y deportivo, quiere revisar la edición dominical del suplemento El Caballo Rojo que dirige desde hace un año. En la ventana del segundo piso, Carlos “Chino” Domínguez lo ha estado esperando desde hace buen rato. Ahora lo apunta con su cámara y le toma una seguidilla de fotografías. Cisneros sorprendido lo saluda y sonríe. Domínguez solo publicaría esa secuencia en su libro “Los peruanos” (Lima: Hechos y fotos, 1988), con textos del poeta Reynaldo Naranjo. Cisneros y Domínguez están muertos ahora pero hoy más que nunca esas fotografías tienen la eternidad vital de la poesía de ambos, amigos inmortales.
Lo he contado en otro texto que fue en ese 23 de julio cuando lo hallé después de un buen tiempo aunque habíamos hablado por teléfono. Cisneros apareció puntual a las 7 de la noche a la presentación conmemorativa de su poemario “Canto ceremonial contra un oso hormiguero” (Lima: Peisa 2012) en la Sala Blanca Varela de la Feria Internacional del Libro de Lima. Lucía un bléiser azul marino, una camisa blanca a rayas celestes, pantalón plomo y mocasines guinda. Estaba canoso. Y de pronto ya leía su poema:
“La casa de Punta Negra (Ese imperio). Primero /se marcaron las fronteras /con estacas y cal, / y las antiguas tribus /que habitaban los campos /-culebras, lagartijas- /fueron muertas /sobre la tierra plana; /sólo manchas de sal / y restos de gaviotas /como toda heredad, / y en los últimos días /del verano / llegaron los camiones / con ladrillos / y arena de agua dulce: / así vi edificarse / ante mis ojos / Tebas, /Jerusalem, / Nínive, / Roma, / Atenas, / Babilonia, (…)
Estaba emocionado Toño y yo lo oí desde lejos, con ese imperio de su voz que atraía a moros y cristianos, a las damas, a los otros que compraban libros. Ya estaba enfermo y apenas vivió unos días más manteniendo la compostura y su elegancia limeña para despedirse sin drama y sin aliento.
Luego lo abracé como siempre. Lo acompañé mientras Jorge Verástegui le tomaba una y otra foto mientras firmaba sus libros. Y esta vez con sus cinco nietos, atentos al abuelo, con sus tres hijos, Diego, Soledad y Alejandra, dispuestos a no olvidarlo. Con “La negra”, que lo acompañaba de siempre y se sigue muriendo de pena. Porque ya desde ese julio intolerable se sabía del cáncer. Pero él igual. Enamorado de la vida y la conversación orgiástica como buen limeño, curioso y fisgón. Y ahí han quedado los retratos, Cisneros el hermano mayor, el amigo, el poeta de Lima. Porque nadie como él guardaba las costumbres –las estimables y las huachafas—de las gentes de este valle del Señor. Hediondo de aromas, fermentado de atisbos.
2.
Cisneros fue mi profesor de Literatura inglesa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sus clases eran divertidas llenas de claves y anécdotas y citas. Recuerdo su traducción del Entierro de los muertos de “Tierra Baldía” el conocido libro de Thomas Stearns Eliot (dedicado a Ezra Pound: il miglior fabbro). No éramos muchos, apenas un puñado de muchachos pelucones en la década del setenta. Y Cisneros escribía poesía y crónicas periodísticas y ensayos. En realidad, Toño Cisneros fue un cronista de gringas en los setentas –el otro fue Abelardo Sánchez León–, y no había más. De él aprendimos las gracias para ser desgraciados al momento de reírnos del drama humano de la estupidez.
Probablemente yo haya sido el periodista que más entrevistas le hice para la televisión. Toño decía en medio de ellas: “apaga la cámara que te voy a decir la verdad”. Y rajaba de las palomas que se había comido sus libros. Y le daba duro a la mediocridad. Y no se cansaba de hablar de su familia, sus padres que fueron amigos de los míos, y el fútbol, y los toros, y el cine, y las mujeres. ¡Vamos Toño, tanta vida!
Una vez, en un programa que dirigía Tania Libertad en Panamericana Televisión, agarro viaje y se puso a cantar a capella el vals “Ventanita” de Eduardo Márquez Talledo. Y Toño perteneció a una generación de poetas trovadores. Como lo era César Calvo que cantaba imitando a Alfredo Zitarrosa o Reynaldo Naranjo que no se callaba apenas chapaba emoción y el mismo Cisneros que se computaba John Lennon.
Por ello siempre decía que vivía intensamente y que solo publicaba cuando estaba en paz con su texto y su alma. Era así estricto hasta no más y por ello muchos texto están en ese viejo escritorio de nogal en su casa de Miraflores donde le llevaba mis poemas y el abría los ojos y yo sabía que no estaban bien y cambiábamos de tema y terminábamos hablando de fútbol.
Cuando dirigía el Garcilaso, el centro cultural del Ministerio del Exterior, medio en joda me dijo que siempre sería de izquierda decente y conservador, jamás un “caviar” –mote que les han puesto a esos revolucionarios con casa de playa–. Pero así también era un fanático del fútbol. De todos los fútbol pero perdía la calma cuando se hablaba mal de su club, el Sporting Cristal. Hoy que los celestes son campeones, seguro que Toño está celebrando desde el cielo. Otra de sus aficiones eran los toros. En la Plaza de Acho, nos encontrábamos temprano para almorzar –una vez con Julio Ramón Ribeyro nos quedamos hasta la medianoche—y solo alzábamos el vino para celebrar la vida. Toño sabía de tauromaquia más que ninguno y le gustaba el arte de José Mari Manzanares tanto como el de Paco Ojeda.
Con la “Negra” y sus tres hijos y todos sus nietos. Malecón de Miraflores 2011.
3.
Al escritor Ricardo Bada le dijo una vez en Berlín que sus preferencias eran Brecht –pero no el dramaturgo sino el poeta–, Pound, Eliot, Lowell, Ferlinghetti, Ginsberg, Octavio Paz hasta el 60, Ernesto Cardenal hasta poco después, y el más grande de la generación del 27, Luis Cernuda, siempre. En un texto aparecido en El País de España explicó hace un tiempo: “Me fui apartando de Lorca cuando sentí que era pura emotividad. Constaté en su poesía una ausencia de humor que me fue alejando de él. Empezó en cambio a interesarme Brecht. Su ironía que destroza la lógica burguesa”. Cisneros siempre quiso contar el otro lado de la historia y siempre trataba de soslayar la influencia de la Biblia. Otra influencia no tan evidente, excepto en el “Tercer movimiento (affetuoso) contra la flor de la canela”, es la de la poesía de John Donne. Y una tercera, la de Quevedo.
Cisneros fue doctor en Letras por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y cuando ocurrió el tiempo de vacas flacas se metió de periodista. No se avergonzaba de ser un buen planillero en periódicos y revistas, en la televisión y radio. Luego de la experiencia extraordinaria de “El caballo rojo”, fundó las revistas “El búho”, “30 días” y alentó la formidable “Monos y monadas” de Nicolás Yerovi. Este “Oso Hormiguero” escribía sobre todos los temas, desde esos perros que mueven la cabeza en los taxis o por qué el ají limo es mejor en el cebiche de lenguado. Ese fino humor irónico y cachoso del limeño que fue traducido a 14 idiomas, incluidos el mandarín, el japonés y el griego. Por ello en crónicas y ensayos publicó “El arte de envolver pescado”, “El libro del buen salvaje” y otros textos que se fueron tiñendo de dorado como los amores en la tarde de los parques al crepúsculo.
He gozado a los poetas, de su tecnología de la verbalización, de su solidaridad y sé que también se mueren. Nos dejó Paco Bendezú en su dormitorio con su frazada de tigre. En una mano las cartas de Silvana Mangano y en la otra un larga duración de Charlie Parker. Se fue Pablo Guevara que tanto sabía de los misterios del cine y sus arreboles. Y yo acompañé hasta el campo santo a Juan Bullita que se suicido atiborrado de belleza. Por eso hermano Toño Cisneros, ahí están tus hijos. Y tú que viviste con la seducción en tu palabra de actor italiano, perdona a estos imberbes que creen que el poeta es un pánfilo. Y aunque me desconcierte tu vacío cada tarde de cervezas en el Haití, serás interminable como tu vida que fue ese instante entre dos eternidades. Y qué duda cabe, entre los personajes de este año estás tú. Hermoso, con tu muerte digna y eternizado en tu poesía, como esa luz de bengala que luminosa, jamás se apaga.
Cisneros en olor de ternura con sus cinco nietos.
*Tomado del blog de Eloy Jáuregui CANGREJO NEGRO