Escribe Guillermo Schavelzon
Argentina se ha convertido, en pocas semanas, en tierra de ensayo de medidas extremas —sin anestesia—, de la ultraderecha. Al cancelar la ley del libro (en contra de toda la experiencia internacional), será el primer país de lengua española donde el libro no tendrá precio fijo. ¿Aguantarán editoriales y librerías semejante shock?
A muchos les resulta extraño que la ley de precio fijo del libro, vigente en casi todos los países del mundo, tenga por objetivo que los precios establecidos por el editor no se puedan bajar, cuando este tipo de ley suele hacerse para que los precios no se puedan subir.
Sucede que los economistas y legisladores, incluidos los de los países más conservadores (Alemania, Francia, Italia, Holanda) descubrieron que, permitiendo que cada librería fijara el precio, no fomentaban la competencia, sino que se fagocitaran entre ellas acabando con la actividad.
El pensamiento neoliberal (libertad total al comercio y exaltación de la competencia), entendió que el precio fijo evitaba la concentración de la venta, lo que llevaría a la destrucción de una red comercial que llevó décadas construir, llevando al cierre a las librerías más chicas, las de barrio, y las que no están en las grandes ciudades y son esenciales para la población local. Librerías que, por el tipo de negocio personalizado y casi familiar, dan al público el mejor servicio y atención, al mismo precio.

La ley del precio fijo surgió en los 70 en Francia para reordenar el mercado (no se trataba de ninguna propuesta revolucionaria, más bien al contrario), cuando abrió la primera gran cadena de librerías, la Fnac, con locales enormes e instalaciones atractivas, y la política de ofrecer todos los libros con el 20% de descuento. El efecto destructivo fue muy rápido, comenzaron a cerrar la mayoría de las librerías porque no podían competir, con lo cual los franceses -orgullosos de su gran red de librerías en todo el país-, comenzaron a verlas desaparecer.
Las Fnac tuvieron éxito muy rápido, pero demasiados lectores y estudiantes no encontraban lo que buscaban. No había libreros a quienes consultar, ni se podía hacer encargos. Las editoriales, a su vez, se encontraron ante un único comprador, de tal magnitud que, si decidía no comprar un libro porque consideraban que no se venderían en la cantidad mínima que exigían, ya no se podía publicar. Algo similar sucedió en España, pero cuando llegó la Fnac ya la ley de precio fijo estaba avanzada.
La tradicional e imprescindible diversidad de la oferta comenzó a reducirse, y los libros de venta masiva desplazaron a cualquier otro título que antes, en las librerías que ya no existían, se vendían en una cantidad suficiente como para permitir su publicación. Lo más curioso y contradictorio de la política “de libertad total”, fue que en un par de años el precio de los libros subió mucho más que la inflación. La “libertad” produjo un efecto contrario a lo que decían que sucedería, lo que nos obliga a pensar dos veces en el uso encubridor de esta palabra.
Viendo lo imparable de semejante estrago, Francia sancionó una ley de precio fijo llamada “ley Jack Lang” en honor al ministro de cultura que la redactó. La Asamblea Nacional (parlamento) la aprobó por unanimidad. Poco después fue adoptada por todos los países de la Unión Europea, con excepción del Reino Unido.

Lo que sucedió en Inglaterra fue mucho peor, en la misma época el gobierno de Margaret Tatcher decidió que, para crecer, había que eliminar todo control de precios y servicios, y en solo un año cerraron varios miles de librerías, fortaleciéndose dos grandes cadenas que solo trabajaban best sellers. La única competencia ya no fue por servicio y variedad, sino por precios: se hundieron las dos. El Reino Unido, cuarenta años después, sigue pagando las consecuencias de esas medidas. Hoy es un país empobrecido, con una sanidad pública destruida, maestros que hacen huelga todos los meses porque el salario no les alcanza, sin servicios sociales de ninguna índole, y desde el Brexit (la salida de la Unión Europea) no consigue ni siquiera choferes para manejar los camiones, mientras encierra a los inmigrantes -aunque tengan permiso para conducir- en una cárcel flotante. El que fue un gran país, va camino al colapso total.
Si se aprobara el proyecto presentado por el ejecutivo argentino al Congreso, que elimina la ley del libro creyendo que así será mejor, no se puede ignorar la experiencia internacional, y saber que solo veremos desolación en un país desmadrado, pero que -increíblemente-, nunca perdió los lectores.
Lo que este proyecto hace, en realidad es promover lo que sucede en los países donde Amazon está implantada: tanto en Estados Unidos como en España concentra cerca del 50% de la venta de libros, convirtiéndose en un comprador tan necesario como depredador, que impone precios y condiciones a las editoriales, y mañana decidirá qué puede publicar o no cada editorial, lo que quiere decir qué se podrá leer.

Hay que conocer la increíble eficiencia de Amazon, desde la facilidad para comprar con un solo click, la entrega a domicilio al día siguiente, y la posibilidad de devolver —recogiendo a domicilio— sin necesidad de ninguna explicación, para entender la adicción que provoca, que tanto preocupa a los gobiernos de la Unión Europea, porque ha hecho cerrar gran parte del comercio de barrio, lo que genera una modificación urbana y social que los gobiernos necesitan solucionar. Pocos describieron con tanta precisión esta capacidad devastadora como lo hace Jorge Carrión, en su libro Contra Amazon.
Este proceso de depredación es solo un ejemplo de lo que la eliminación del precio fijo del libro puede producir en el mundo de la edición.
No es verdad, sino una mentira ruinosa “que ahora las cosas tienen que ser así”.