Escribe Luis Eduardo García
Gracias a la biografía escrita por Edwin Williamson, Borges, una vida, se sabe ahora que el admirado autor de El Aleph nunca fue el misógino que todos creíamos que era, sino más bien un eterno enamoradizo y perdedor en el amor.
Borges era un manojo de nervios en el amor y, en cierta forma, un cobarde, lo cual no lo convierte ni en peor ni en mejor ser humano. Perdió amores por esta razón: Norah Lange, Estela Canto, María Esther Vásquez y muchas otras.

Borges, sus amores
La primera mujer de la que se enamoró perdidamente se apellidaba Guerrero, una vecina suya con la que mantuvo, pese a la oposición de las familias de ambos, una relación de tres años. En 1944 amó a Estela Canto, una escritora y traductora, a quien convirtió en su «amor paradigmático», según Alejandro Vaccaro. La diferencia de edad era grande: ella tenía 28 años y él 45. La relación se fue diluyendo hasta trocarse en amistad. Esto sería más adelante una constante en el mundo de Borges: se enamoraba a primera vista, pero las mujeres solo querían ser sus amigas. Ellas, además, lo admiraban, sin embargo no querían casarse con él. Algunas lo consideraban un niño o un inmaduro. Cuando él ya no podía hacer nada para convencerlas de lo contrario, las convertía en sus colaboradoras o les escribía generosos prólogos a sus primeros libros.

Borges, pese a su timidez, protagonizó una célebre disputa por el amor de una mujer con Oliverio Girondo. Inexperto en asuntos de faldas, perdió la contienda. Norah se fue con Girondo, pues lo encontraba más vehemente y arrojado; más «sexual» y más decidido, digamos.
Quizás ese temor en enfermizo de enfrentar el amor y la sexualidad tenga que ver con algunos hechos del pasado y con su padre. Cuando era adolescente, Jorge Borges Haslam lo indujo a acostarse con una prostituta. Ocurre que el muchacho no pudo soportar la idea de lo sucio que resultaba la cópula, sobre todo con una mujer que probablemente se había acostado antes con su padre, lo cual lo paralizó sexualmente.
En esa misma ciudad, Ginebra, donde el doctor Jorge Borges tramó el desvirgamiento de su primogénito, el muchacho se enamoró perdidamente de varias adolescentes. En su libro, Williamson cita las cartas dirigidas a unos amigos donde Borges confiesa su amor inflamado por una checa (Adrienne) y a una suiza (Emilie). Se trata de amores correspondidos, a los que luego renunció por razones familiares. Esas renuncias acarrearon, por supuesto, dolores terribles que el escritor llevó a cuestas por mucho tiempo.

Borges no fue un misógino en el sentido estricto del término. Fue más bien un «edípico». Su madre, Leonor Acevedo, ejerció sobre él una enorme influencia que, en cierta forma, lo hizo desdichado. Lo mismo hizo María Kodama, con quien se casaría poco antes de morir. En este sentido, lo que Borges odiaba era la autoridad de la madre y de la esposa.
Sus dos matrimonios duraron muy poco. Uno acabó a los dos años, y el otro meses después, cuando un cáncer al hígado se llevó su vida «para siempre». Ni Elsa Astete ni María Kodama podrían decir que era un misógino, aunque sí un pusilánime en el amor.