Escribe José Carlos Picón
Con “Palabras del pequeño novelista” (Cuarto de Espera, 2023) y “La forma del confín” (La Strada, 2022), Carlos Quenaya, establece una relación con la literatura que soslaya solemnidades y formulaciones literarias para mantenerlas en los márgenes de su acción escritural. Este espacio que va creando, aparentemente, en paralelo a un sistema donde la libertad y el experimento son principales combustibles, nos depara un sinnúmero de caminos, no necesariamente de interpretación, pues para Quenaya no es su fin significar ni establecer contornos. Una voz particular dentro de nuestra escena poética actual, un registro que, seguro, más de uno percibirá deudora de experiencias insulares y subalternas. En el diálogo que tuvimos con el poeta arequipeño, nos hace partícipe de la química al sumergirse en la materia de la palabra y el lenguaje. A continuación, algunos de esos momentos.
En una entrevista sostienes que una palabra no tiene que significar algo en concreto, y que tampoco estás interesado en comunicar algo (sic); te referías a tu último libro “Palabras del pequeño novelista” (Cuarto de Espera, 2023). ¿Siempre mantuviste esta posición?
Me refería a que no escribo pensando en que una palabra deba significar algo preciso. Uno escribe con palabras, es decir, con sonidos, con imágenes, no con significados. No hay que perder de vista que el lenguaje tiene una materialidad sensual y sensorial muy importante para nuestra vida, lo que implica que el lenguaje es cuerpo y voz, naturaleza y cultura entrelazados o en estado de tensión permanente. Creo que algo de eso he intuido desde el principio. No me interesa el arte como un medio de comunicación o como expresión de uno mismo. ¿Qué cosa tendría que comunicar y a quién con mis poemas? Me sorprendería mucho un lector que relacione el placer de leer poesía con la comunicación. Los poemas no suelen ser muy útiles para eso. La comunicación, de algún modo, es ideología, es decir, lenguaje convertido en instrumento. A la poesía, me parece, le conviene otra cosa.
Algo que he podido percibir al leer cuatro de tus libros: “Los discutible cuadernos” (Paracaídas & Tribal, 2012), “La trama sorda o la nube del no saber” (Paracaídas, 2016), “La forma del confín” (La Strada, 2022) y “Palabras del pequeño novelista” (Cuarto de Espera, 2023); es una separación en la forma que afrontas la poesía, a la vez que un elemento que las une. Por un lado, construyes textos que funcionan como apuntes axiomáticos enrarecidos, divagaciones lúdicas reforzados por el absurdo, el juego, la experimentación semántica, como en el caso de los dos primeros libros mencionados; y, por otro lado, la construcción de un yo poético que tiene en el lenguaje un elemento poderoso, una quintaesencia nada solemne que permite al mencionado, subvertir todos los planos a los que puede estar adscrito un texto poético. Quisiera que profundices en esto.
No estoy muy seguro de seguir la pregunta. Los poemarios que llevo publicados cubren un espacio importante de tiempo, así que la escritura va sufriendo naturalmente muchas transformaciones. No pretendo ser el mejor lector de mí mismo, aunque definitivamente pienso mucho en las direcciones que va tomando mi escritura. Me interesa abrir vetas, explorar o retomar cosas que uno va encontrando cuando escribe. Los intereses estéticos también cambian. Seguramente en una época me interesó especialmente el poema lírico y concentrado, luego fui incorporando elementos narrativos que he venido usando últimamente con mayor deliberación. El elemento que une mis poemarios no es muy claro para mí, aunque estoy seguro de que debe haber alguno.
¿Qué papel cumple el sinsentido, el azar, lo inconexo y el juego en tu poética? ¿Intentas diseñar un método de conocimiento desde el poema con este flujo a la manera de una performance? ¿Sondeas interiormente en una suerte de laboratorio del que no sabrás cuál será el resultado?
Toda escritura debería aspirar a ser un experimento, ¿no? Lo que no significa, por cierto, el rechazo automático de las formas tradicionales. Pero incluso si alguien en el 2050 quisiera volver a escribir sonetos alejandrinos habría que tratar de ver si, al hacerlo, les está dando un uso nuevo. La escritura es, sin duda, un juego, y por eso mismo es lo más serio de todo. No hay alegría ni forma de conocimiento que no pueda entenderse desde el punto de vista del juego. Y, sí, en “Palabras del pequeño novelista” intenté escribir como quien camina. En ese sentido puede decirse que es una performance, algo que sólo ocurre mientras uno escribe y que, por tanto, para todos los demás efectos, carece de todo resultado práctico.
¿Cómo llegaste a la composición del profesor Jeringa y sus intereses y fascinaciones con los planos siderales en “La forma del confín”? La imaginación es aquí explosión, pero no gratuita, va contorneándose dentro de un caudal de aparente sentido narrativo. ¿Cierto?
“La forma del confín” es mi cuarto poemario. Debí empezar a escribir los primeros textos en el 2016 o 2017. En unas notas que guardo en mi laptop encontré que había apuntado la idea de lo que sería el poemario en el 2009. Un apunte que olvidé por completo. El nombre del personaje, tan deliberadamente antipoético, fue un detonador de la escritura. En los mejores momentos me sentí libre para que las palabras hicieran lo suyo y para que Jeringa pudiera viajar prescindiendo de mí. Por supuesto, tampoco es escritura automática. Hay un concepto operando detrás, pero que es sólo una indicación para escribir en cierta coordenada. Me interesa el concepto sólo si está irradiado por la imaginación.
Y luego, la imagen del novelista, un observador, a veces visto como un clochard, un aguafiestas, nihilista o ¿qué? Este yo poético delira, pero llega a establecer nudos y punzones en el nervio del ser en general que crean asombro, curiosidad. ¿Piensas que el humor que recubre gran parte de tu obra es una marca registrada, es deliberada?
El pequeño novelista es el hermano o pariente cercano del profesor Jeringa. Con los textos de “Palabras del pequeño novelista” traté de encontrar una salida que no fuera una repetición de la “La forma del confín”, aunque sin duda tengan cierta continuidad. En ambos casos los personajes están asombrados del mundo que les rodea. Y si hay nihilismo es para atravesarlo, no para quedarse estacionado ahí. Tampoco son programáticamente cómicos o solemnes. El humor es muy importante y ciertamente he tardado un poco en llegar a él. No es una marca registrada, es la conclusión inevitable de nuestra finitud y nuestro destino colectivo y personal. El humor es una una suerte de exceso frente a toda forma de racionalidad política, por lo que es también un arma política. A través del humor el cuerpo toma la palabra.
En ese sentido, ¿cuál es trabajo que emprendes con el lenguaje y sus diversas dimensiones?, ¿cuál consideras que es tu lugar dentro de los poetas de tu generación? No pienso a la poesía como lenguaje o sólo como trabajo con el lenguaje. Trato de cultivar un espíritu antiliterario respecto de la poesía, pero no obviamente porque piense que la poesía está en todas partes. Más bien se trata de un deseo de hacer crítica de la “institución del lenguaje”, de la “institución literaria” e, incluso, de la “institución generación”. Todo gesto crítico es un acto de amor por algo que todavía no es. Y, por eso, es una mirada oblicua al mundo que hay. Por otro lado, siempre me he sentido a gusto con los amigos, escriban versos o no. Y nunca me he sentido a gusto con las “generaciones poéticas”. Fuera del marketing nadie puede saber el lugar que ocupen las cosas que uno manda a publicar. Esa ignorancia es una ley no escrita y, bien mirado, es un aguijón para seguir escribiendo.