Escribe James Quiroz
Para 1990, el Perú era escombros. El fallido quinquenio aprista y las tinieblas del siniestro terrorismo golpeaban la consciencia nacional y sumían a los jóvenes en el pánico, el pesimismo y la desconfianza. Son los años de la inflación, los cochebomba, las colas para comprar el pan, los atentados contra las torres de alta tensión, los secuestros en “nombre del pueblo”, los crímenes bajo “justicia popular”. Lima era una ciudad confundida, asediada por la incertidumbre, golpeada políticamente y socialmente.
En medio del caos, tras la dura tormenta, siempre brotan flores. Flores inquietas, rebeldes, renacidas o nacidas sin querer, que aparecen de la nada y embellecen el paisaje urbano edificado por los hombres. Flores en los filos de las veredas, en la carretera, en los techos, en los cables. Así parece renovarse y retroalimentarse el arte y así parece que se concibió buena parte de la poesía peruana a finales de los 80 e inicios de los 90.

Para aquel tiempo, uno de los termómetros de aquel nihilismo e inconformidad era la noche, la movida subte y los pequeños eventos clandestinos en donde se cantaba a viva voz lo que en la luz era imposible gritar. La poesía joven que se registra en esa época revela un estado de zozobra y deriva existencial, ya sea desde una versión coloquial y callejera, lírica o contemplativa: Domingo de Ramos, Miguel Ildefonso, Carlos Oliva, Xavier Echarri, etc. El Concurso El Poeta Joven del Perú de 1990 reflejó muy bien esa vertiente poética al declarar como ganadores del primer premio a Monserrat Alvarez (Zaragoza, España) y a David Novoa (1968, Casa Grande, La Libertad). Monserrat, lúdica, contestataria y crítica, publicó “Zona Dark” (1991), su primer libro de poemas con el que refrescó el escenario limeño con sus imágenes contraculturales. Por su parte, David Novoa publicó “Itinerario del alado sin cielo” (1993), su poemario ganador, que vio la luz tres años después de celebrarse el Premio.
David Novoa, escenarios de una voz
El escenario poético de David Novoa es diferente al escenario limeño. Trujillo, a diez horas en bus al norte de Lima, para aquella época es una ciudad de aspecto provinciano, conservadora y contenida, ni la sombra de esa ciudad sublevante y libertaria que fue allá por los años 30 cuando un número indeterminado de trujillanos fue masacrado y enterrado en la ciudadela de Chan Chan por presuntas órdenes de Sánchez Cerro. Sin embargo, desde su foco geográfico, es la ciudad de los sueños, como lo fue para Antenor Orrego, Julio Garrido Malaver o César Vallejo.

En los 90, Trujillo es la ciudad de Las Malvinas, ese emporio comercial informal en pleno barrio Chicago (barrio de maleantes, expendedores de droga y prostitutas), de Tiendas Tía, pero también de la librería Adriática, de Adriana Doig Manucci, la mejor librería que existió en todo el norte del Perú desde su apertura en 1994 hasta su triste cierre en 2007. En retrospectiva, es de suponer que las posibilidades de crecer intelectualmente en Trujillo por aquella época eran nulas, en suma, una tarea épica para una persona de a pie con inclinaciones literarias y para quien el camino común era, y sigue siendo, ser docente o periodista.
David Novoa llega a Trujillo en los años ochenta, natural de Casa Grande, pueblo de una exfamosa hacienda azucarera, a una hora de Trujillo, y encuentra una ciudad habitada por la cotidianidad. “Itinerario del alado sin cielo” ofrece luces de esos vestigios, fragmentos de estancias vitales que entrevén un personaje mítico, extraño, acaso irreal, que camina por las calles reconociéndose y desconociéndose entre los transeúntes. El personaje del libro es un personaje expansivo y abierto a percibir diferentes sensaciones, sin embargo, el escenario citadino no es propicio para sus propósitos. El ser “alado” hace alusión a un ser celestial, acaso un ángel, dotado de inmortalidad y conocimiento; el “sin cielo” supone una contradicción o ironía, dado que teniendo alas esa entidad no tiene espacio para alzar el vuelo y está condenado a transitar en medio de los seres terrenales contemplando el devenir y, en ese espejo, su propio devenir.

Trujillo alberga al joven, en un primer momento solitario y ensimismado ante la gran ciudad que le rodea; se siente distinto e intenta acomodarse en armonía con los demás seres de su entorno: “tal una fiera arrancada de los suyos por la garra / de un relámpago yazgo acechante entre los hombres…”. Es consciente de su naturaleza y así lo hace saber: “hallo un árbol brindando sombra a los hombres / que vegetan piedad por mí por estas alas rotas/ piedad por este vuelo a ras del suelo…”. Mas esa soledad se ve intensificada cuando el alado se inserta en la ciudad y advierte que su extraña forma es escrutada y, a la vez, ignorada por los hombres: “Para que nadie me mire salgo a la calle/ donde todos me ven”, lo cual genera al personaje una sensación de estatismo y asfixia: “veloces nubes espantosas viajan por el cielo… tantas horas caminando de ida o de regreso /sin haber fugado o vuelto nunca”.
El tedio y la rutina conducen al personaje a una vuelta por la ciudad en donde se topa con distintos episodios locales anodinos: niños y perros callejeros, ancianos mendigos, gente que transita sin cesar, sin expectativas ni novedad y a los que el poeta contempla para escribir su itinerario de emergencia: “cantando me abro paso entre el gentío/ arranco una ventana y la pongo en mi pecho para/ verme hacia adentro y llamarme a grandes voces”.
Sin embargo, el poeta joven, entre la rutina que lo asola, no deja de añorar y de mirar hacia “arriba” y remata: “aunque lo que en realidad es importante/no es importante en realidad/ sino en sueños torbellinos de brisa en /esta tarde de gentes parques y veredas que no levantan vuelo como yo / mas mis ojos son dos alas si los cierro”, con el que cierra su valiente libro.

El mérito del joven Novoa es el haber expuesto su experiencia personal de una manera literaria y sin patéticas fragilidades, construyendo un personaje convincente y fidedigno, con un lenguaje personal confundido entre el lirismo y la solemnidad, no exento de elementos del coloquialismo moderado y en el que hace uso de cierta ironía, juego de oposiciones y metáforas compuestas con materiales reales. Si bien el personaje alado podría representar a aquel inconformismo iconoclasta, tan natural y típico de la juventud, la impronta juvenil del poeta no viene arropada por el malditismo absurdo más vinculado, por ejemplo, a las bandas punk o a buena parte de la poesía horazeriana, sino a un cuidado desarrollo expresivo en donde el autor, además de contemplar la realidad, reflexiona sobre su existencia y sobrevive.
El proyecto metafísico fue desarrollado más adelante por el autor en “Libro de la incertidumbre” (1996), libro fundamental dentro de su poética, en el que Novoa escribe ya sin usar ninguna ciudad como escenario, desde un plano más atemporal.
Sin duda, tanto el premiado “Itinerario del alado sin cielo” (1993), de reciente reedición, y “Libro de la incertidumbre” (1996) escritos en plena juventud (antes de los treinta años), evidencian su evolución poética que rápido consolidó a David Novoa como uno de los poetas fundamentales de la generación del noventa en La Libertad y la reedición de su opera prima le ha hecho un justo reconocimiento.

Ahora bien, y antes de finalizar, no se debe pasar por alto el hecho de que el autor de estos dos breves pero valiosos poemarios, escritos en plena juventud veinteañera, haya cambiado notablemente su registro poético durante la adultez, mudando su lenguaje filosófico especulativo – y prometedor de una obra más extensa y ambiciosa– a uno filosófico de corte simplista y sin mayores exigencias, a no ser la de la complacencia, en donde sus reflexiones sobre la poesía, el acto creativo y la vida se reducen muchas veces a lugares comunes y a frases reiterativas, retoricismo lúdico, que hacen poco favor a sus dos buenos trabajos de juventud (El poeta llega a decir en un poema que “todo es poesía, hasta la caca…”).
Si bien es cierto que esta actual perspectiva poética de Novoa va emparejada con su oficio de exitoso y pintoresco performer, – oficio que no es motivo de análisis en este texto-, es decir, la necesidad de recitar en público versos que sean entendibles para un público común, ello no obsta de ver cuánto han podido influir las lecturas orientales, místicas y esotéricas en la vida personal y en la expresión poética de su autor, al punto de dosificar su lenguaje en procura de expresiones aseverativas a manera de sentencias morales en versos de arte menor, con las que identifica, desde su punto de vista, el oficio poético con la vida misma.
No por nada David Novoa tiene el bien ganado apodo de “El loco” (suele actuar en sus performances con una bacinica amarilla en la cabeza) y le dedica su primer poemario a “Trujillo, la loca”.