Escribe Gabriel Rimachi Sialer
Alina Gadea presentó en la última edición de la FIL Lima, «Destierro», su tercera novela (luego de «Una vida para Doris Khaplan» y «Obsesión», que ya habían despertado el interés de críticos y lectores), una historia donde la escritora, ganadora del Copé de Bronce en 2006, ahonda en las consecuencias emocionales de la pérdida y las razones que la motivaron.
«Estoy al borde del acantilado (…) No saltaría. Mis hijos me esperan en casa. Pero podría volar, lejos. Perderme en el cielo». Esta imagen, poderosa, recorre las páginas de la novela. Una mujer cuyo matrimonio ha fracasado y que se encuentra atada a una casa como una prisión de la que le costara salir, una casa que podemos ser nosotros mismos, con nuestros temores cotidianos y nuestras miserias y miedos, acostumbrados a las paredes y su color, a la rutina que termina por invadir todo, apoderándose de cualquier entusiasmo, de cualquier nueva emoción, como un freno para «vivir» nuevamente. Para sentir.
Pero la casa es también la familia que la habita, y cada miembro de esa familia aporta con su pasado y su presente. En «Destierro», la protagonista se ha convertido en el ama de casa perfecta a la vista de los demás: se encarga de los niños, hace las compras, espera al marido, se arregla para las reuniones, hace lo justo y necesario, pero es consciente de que, al momento de cerrar la puerta tras de sí, se ha convertido en una suerte de caja que guarda una única carta amarilla y muy antigua, donde puede recordarse en un tiempo mejor, cuando creía en el amor y en el matrimonio con un hombre que, como una pieza de rompecabezas ajeno, no termina de encajar. Pero la costumbre y el tiempo le ganan.
¿Quién es este hombre? ¿Qué cosas terribles y violentas ha tenido que vivir para convertirse en un ser ajeno a lo que esta mujer recuerda? El destierro consiste en expulsar o abandonar el lugar en que se vive: la patria, el hogar, la casa que sostiene a una familia resquebrajada por la vida y la violencia que le ha tocado enfrentar de diferentes maneras. Y cuya suerte ya está echada desde siempre.
Pero también hay un anhelo: el valor -que quizá no llegue- para poder volar, saltar al vacío pero no para morir, sino para tomar el impulso de empezar de nuevo, para ver desde las alturas que allá abajo todo es tan pequeño y tan lejano, que la ciudad deja de ser ese monstruo cuyas fauces parecen devorarnos. No. No lo es. La distancia y la perspectiva lo cambian todo. Y eso es lo que Gadea logra con sus lectores: los hace vivir, como mudos testigos, la salida de esta casa para construirse otra, una donde, creemos, todo será diferente, mejor. «Destierro» es, hasta ahora, la mejor novela entregada por Alina Gadea y una prueba de que la literatura peruana de esta década que casi termina, está levantando un vuelo bastante interesante.