Escribe José Carlos Picón
La editorial Personaje Secundario acaba de reeditar un ya clásico de la poesía de los primeros años dos mil: “Nocturama” del escritor, poeta y periodista limeño Diego Otero. Con un primer libro publicado durante los noventa, Otero consigue elaborar una poética oscilante entre lo narrativo, el sueño, lo pop y la cotidianidad. A propósito de ese acontecimiento, esta página publica, luego de su rescate, una entrevista realizada por José Carlos Picón para su blog personal, el 11 de agosto de 2009*.
“Parte importante de mi vida ocurrió en los años noventa, inevitablemente, pues son los años en los que empecé a vivir más allá de la casa familiar y del barrio. Y encuentro puntos de contacto con libros de algunos autores de mi edad, o pocos años mayores y menores”, sostiene Diego Otero. “De hecho, una de las referencias de “Nocturama” es “Pista de baile” (1997) de Martín Rodríguez-Gaona. “Nocturama” intenta conversar con ese libro. Pero claro, también intenta conversar con ciertas bandas de rock independiente, peruanas o de otros lados, o con ciertas películas, o con ciertos libros de tradiciones o tiempos distintos”, explica.
¿Es una simple cuestión de nostalgia?
Sí, hay muchas referencias, pero no es un libro sobre los 90. Los 90 son más bien el contexto de algunas de las experiencias elaboradas en el libro, ciertos sucesos están “ambientados” en los noventa. El libro intenta jugar con saltos de tiempo, como en una novela o una película. A inicios de los 90 el personaje está estimulado y jaqueado por cierto contexto, en el 2006 o 2007 está en otro lugar completamente. Una de las preguntas que creo queda flotando en el libro es cuán intensamente la crisis colectiva de una época puede hacer eco muchos años después en las vidas privadas de la clase media, de la gente que no necesariamente tuvo que “comerse” lo más duro de esa crisis.
Es como si esta ciudad alucinada de personajes delirantes, de vivencias ambiguas, a la que aludes en el libro, son escenografía de acontecimientos poéticos de un personaje que divaga en su propia búsqueda de sentido y que solo es cobijado en la memoria.
Quizá cada poema es la constatación de la falta de sentido, de la imposibilidad de hacer sentido. Y por eso también, creo, la constante alusión a la poesía (o a la música o al arte) como mecanismo. En ciertos puntos el libro intenta ser casi un interrogatorio a la propia poesía. Un intento desesperado por sacarle información. Sé que es una ruta común en la literatura contemporánea, pero es difícil salir de eso en estos tiempos de crisis profunda y por ende de inestabilidades y de promesa de cambios radicales. Lo de la memoria como cobijo lo asocio a la idea de que tanto el arte como el crecimiento tienen que ver directamente con la experiencia, con la elaboración de una experiencia.

En estos poemas ¿hay un narrador que intenta darse a conocer?
No creo que haya un narrador que intente darse a conocer, sino más bien una necesidad de recurrir a estrategias de la narración para intentar hacer sentido, para intentar dar en el blanco. Nocturama es un libro que tiene que ver mucho con la cultura de masas, y lo narrativo es una especie de paradero habitual en la cultura de masas, hasta la publicidad suele apelar a la narración. Si te fijas bien, lo que se cuenta en el libro al final es muy poco, apenas esbozos, pero hay mucha puesta en escena. Mi idea era que ese desbalance tuviera un efecto levemente paródico, crítico.
¿Intentas desarrollar una dinámica de la soledad, mediante esto que llamas nocturama, un mecanismo de observación a los actos más solitarios que alguien -en el lenguaje técnico, los animales- pueda realizar?
Eso que dices es bien interesante. La idea del nocturama como una especie de aparato para ver la soledad, más allá de todos los ruidos o la violencia o la promiscuidad de la ciudad. Una de las características más extrañas e inquietantes de los tiempos actuales es esa incómoda sensación de que podemos estar siendo observados, vigilados, monitoreados o convertidos en espectáculo, permanentemente. Y me interesaba explorar esa sensación.
La soledad y los afectos.
Creo que el libro tiene que ver mucho con el potencial de maravilla y de destrucción que cargan los vínculos afectivos, y con el hecho de que las experiencias que esos vínculos regalan pueden llegar a ser –o no- la base de un objeto artístico. En ese sentido, mi idea de base era que el libro dispusiera un eje crimen-pasión-arte, en una clave medio policíaca.
Algo que se siente es lo cinematográfico que recorre cada «escena» del libro. La deuda que tienes, por ejemplo, con David Lynch. Lo onírico, lo atmosférico del sueño.
Desde que leí a William Carlos Williams me quedé alucinado con las posibilidades de la imagen “visual” en la poesía. Entre eso y mi formación en cine y mi gusto personal por el cine, inevitablemente mi poesía terminó impregnada de climas, estrategias o referencias cinematográficas. De Lynch me interesa mucho el asunto de la disolución de los límites: el sueño y la vigilia, el thriller y la comedia, la razón y el sinsentido.
¿Situarías este trabajo dentro de un lenguaje pop?
Yo diría que es muy difícil escapar del influjo del pop en estos tiempos; buena parte de la cultura que consumimos diariamente es cultura de masas. Yo he crecido viendo la Guerra de las Galaxias, digamos. ¿Tendría sentido evitar que la cultura de masas alimente mi trabajo artístico?
En la segunda parte del libro, Inconstancy, hay dos personajes que intentan reconstruir la historia de una banda de rock. Por cierto, la música también está presente en todo el libro. Hacer alusión a ella es una forma de dotar de sentido a la ciudad como una plataforma fantasmagórica para las vivencias de juventud plena de emociones y sentimientos.
La música en el libro es, entre otras cosas, una forma de hablar de la poesía, o de la creación artística en general, desde una actitud vital, cuestionadora, que aspira a cierta intensidad y a cierta frescura. En ese sentido es pertinente lo que dices. Pero la idea de hablar de una banda de rock estadounidense llamada Inconstancy tiene que ver también con la problemática de la cultura de masas, y con el hecho de que estamos obligados a negociar (y la palabra negociar aquí es casi un eufemismo) nuestro TLC simbólico con esa cultura. Además, me gusta mucho la poesía estadounidense. Tradición que, como sabemos, ha sido muy importante para la poesía peruana desde los sesenta. Es decir, desde la explosión de la cultura de masas.

Hay un halo romántico en los textos y me parece que esto se apuntala con los poemas de amor del libro, como “Indecision Blues” y “Noche de día de semana”, que son, además, muy intensos y angustiantes.
En “Nocturama” es como si todo amor corriera el riesgo de convertirse en un crimen. La “animalización” de los personajes habla de sensualidad, pero también de cierto potencial de violencia, de aniquilación. En ese sentido no son tantos poemas de amor sino poemas que están en el límite; poemas que he intentado ubicar en ese espacio difuso que Lynch filma con tanta maestría. Creo que, de ahí, de ese clima ambivalente, proviene la angustia que podrían generar esos poemas.
Tu trabajo con el lenguaje es impecable y me parece que delata una necesidad narrativa mayor, de saltos de género. ¿Escribes narrativa?
Escribí los textos de La Grabadora, que fue un proyecto híbrido, digamos. (Y que salió muy lindo gracias al talento de Goster y de Santiago Pillado, y a la brillante compañía de Jorge Villacorta). Eran textos en prosa que recurrían (de nuevo) a estrategias de la narrativa, pero también del periodismo. Pero eso sería algo así como un antecedente. Creo que “Nocturama” ha cerrado con cierto éxito algo que se abrió muy modestamente en “Cinema Fulgor”. Quizá por eso me provoca ahora escribir narrativa. Es como internarme en un bosque distinto. Es la promesa de una aventura distinta. Mis artistas favoritos, a los que más quiero y admiro, son aquellos que nunca se quedan cómodos sobre sus hallazgos, que siempre están buscando desafíos.
Diego, para terminar, descríbenos brevemente cómo fue el proceso de este libro después de “Cinema Fulgor” (1998) y “Temporal” (2005).
“Cinema Fulgor” fue el libro de un muchacho asombrado y algo lento para el aprendizaje. Es algo así como el testimonio de un adolescente que registra sus primeras impresiones del planeta tierra. “Temporal”, en cambio, es un libro de crisis, de cambios, incluso el lenguaje al interior del libro está mutando. Quizá por eso hoy veo en ese libro algo levemente monstruoso. “Temporal” fue como una bisagra. Y “Nocturama” de alguna manera retoma ciertas obsesiones de Cinema Fulgor, pero nutridas por las experiencias de alguien que ya ha escrito tres libros y que está por la mitad de los treinta, aprendiendo lento, pero aprendiendo.