¿Dónde está Eleodoro Vargas Vicuña?

Eleodoro Vargas Vicuña, uno de los grandes escritores que ha tenido el Perú, yacía en su cama esperando a la muerte, cuando lo encontró Pedro Escribano. Esta es la historia.

Escribe Pedro Escribano

“Busca a Eleodoro, entrevístalo”, me dijo Oswaldo Reynoso una tarde de agosto de 1996, cuando fui a su casa para que me cuente sobre su vida, sus libros y de cómo, junto a sus amigos, se enjuagaban la vida en el bar Palermo, en el centro de Lima.

El mismo Oswaldo, desde que regresó de China, no lo había visto. Solo tenía la vaga referencia de que el autor de “Ñahuín” estaba enfermo. Yo conocía los libros de Vargas Vicuña impelido por una clase de Antonio Cornejo Polar en San Marcos. El crítico literario cotejaba la visión del indio en la obra de Enrique López Albújar, Ciro Alegría, José María Arguedas y Eleodoro Vargas Vicuña. De este último, explicó el cuento “Tata mayo” y la fuerza de su lirismo. “Búscalo, es un guerrero por la vida”, me insistió Oswaldo. Y es que Vargas Vicuña, cuando ingresaba al Palermo, solía hacerlo con el grito ¡Viva la vida!, que seguro, para los contertulios, significaba también “¡beba en la vida!”.

Le tomé la palabra a Reynoso, quien, como ayuda, me dio un nombre como quien me da la punta de un hilo para hallar la madeja: Esperanza Ruiz. Busqué a esta buena señora, que, según el autor de “Los inocentes”, era parte de la mancha de escritores y solía ir con ellos en las largas noches de bohemia y tertulia.

Homenaje a Eleodoro Vargas Vicuña (en la foto, Pedro Escrbano aparece al lado del autor, en enero 1997). Foto: Benjamín Blass Rivarola .

Esperanza, tampoco sabía mucho, pero me dio una referencia: “sé que se hospeda –ojalá siga ahí- en el Jr. Washington, pero no sé en qué cuadra”. Busqué también a Miguel Gutiérrez, quien, en su libro “Un mundo dividido”, considera a Vargas Vicuña como “uno de los mayores artífices de la lengua de la narrativa peruana”. Pero Miguel tampoco pudo darme mayores noticias.

Buscando a Eleodoro Vargas Vicuña

Nadie sabía de Eleodoro Vargas Vicuña, el escritor amigo de Juan Rulfo, con quien, por coincidencias, tenían cosas comunes. Ambos trataban el tema de la muerte y ambos publicaron su primer libro, “Ñahuín” y “El llano en llamas, respectivamente, en 1953. Y ambos se habían hecho compadres, porque el escritor mexicano bautizó a una de las hijas del autor peruano. Es más, por méritos y amistad, Rulfo lo invitó a México a un encuentro de escritores latinoamericanos en 1965, en donde participó junto a Octavio Paz, García Márquez, Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias.

Eleodoro Vargas Vicuña (Cerro de Pasco, 1924 – Lima, 1997), era un escritor no habido. Entonces, con las mínimas referencias que tenía, eché mi grabadora al bolso y me fui a buscarlo por las veredas del Jr. Washington, en el centro de Lima. Tocaba puertas y preguntaba por su nombre y era como preguntar por Don Nadie. Hubo quienes me daban sus negativas con amabilidad, pero no fueron pocos los que me respondían con fastidio por haberlos interrumpido en su tranquilidad familiar. Pero no había otra forma. Irrumpía en quintas, por los zaguanes, balcones y corredores, siempre preguntando y no para pocos era como un sospechoso que merodeaba sus puertas. Así llegué a una vieja quinta casi al frente a la casa Mariátegui, en cuyo portón, bajo su arco, había un joven descamisado.

Primer Encuentro de Poetas Peruanos en Chiclayo, 1966. De izquierda a derecha: Juan Gonzalo Rose, Juan Ríos, Hildebrando Pérez Grande, Carlos Germán Belli, Mario Florián, Alberto Escobar, Cecilia Bustamante, Julio Ortega, Augusto Tamayo Vargas, Antonio Cornejo Polar; Estuardo Núñez y Pablo Guevara. En segundo plano: Demetrio Quiroz Malca, Eleodoro Vargas Vicuña, Luis Nieto, Marco Antonio Corcuera, Winston Orillo, Gustavo Valcárcel, entre otros participantes. (Foto: revista La casa de cartón II Época – N°11, 1997).

-Ah, en el segundo piso, al fondo, vive un señor. Dicen que es escritor-, y me indicó por dónde subir.

Ascendí por una estrecha escalera de madera, era tan vieja y crujiente que poner el pie en cada peldaño creí venirme abajo. Arriba había un largo corredor. Y me dirigí a la última puerta, la única que estaba cerrada. Me acerqué y toqué despacio. Nadie respondió. Insistí con golpes más fuertes, y la puerta se entreabrió. Era propiamente un cuarto largo. La luz ingresó e iluminó a un hombre tendido en una cama. Era Eleodoro Vargas Vicuña, estaba postrado, la luz lo dibujo su frente ancha, sus pómulos huecos y su boca era un tajo, de labios entreabiertos, resecos.

Al principio, solo me escuchaba, con sus ojos abiertos, como si fuera mudo. Estaba sorprendido de mi presencia. Luego se acomodó e intentó sentarse, apoyándose en su almohada. Me dijo que estaba enfermo, que un mal, un cáncer, creo, se lo estaba comiendo. También me dijo, no recuerdo que si era un sobrino o un amigo, que venía a asistirlo.

Eleodoro Vargas Vicuña firmando libros luego del recital de la Casa de la Cultura. Mayo de 1971.

Por supuesto que desistí entrevistarlo, más bien lo acompañé un buen rato. Le serví una manzanilla. Días después escribí una crónica en La República en la que narré la situación que vivía el escritor. No faltaron las buenas voluntades que se preocuparon y Vargas Vicuña fue tratado en un hospital y mejoró.

En esta foto, que me la alcanzó el buen Benjamín Blass Rivarola de la Biblioteca Nacional, fue la última participación pública de Eleodoro Vargas Vicuña, cuando se presentó la revista huancaína “Cascada 4”, el 16 de enero de 1997, en la hoy Biblioteca Pública, en la Av. Abancay. La revista había organizado el Concurso de Poesía Pucará 96 y Vargas Vicuña había ganado el primer lugar.

El escritor moriría tres meses después, el 10 de abril de 1997.

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