Círculo de Lectores
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El arte de perderse en un cuaderno de notas

¿Por qué escribir en un cuaderno de notas? Quizá porque es explorar, imaginar, resistir el olvido. Ahí reside su belleza. Y también la memoria.

Publicado

1 May, 2025

Escribe Gunter Silva

El arte de perderse en un cuaderno de notas

Por Gunter Silva

Un cuaderno de notas es una trinchera y un campo de batalla. En sus páginas, las ideas caen como soldados heridos, la realidad se quiebra, y el pensamiento estalla para luego recomponerse. No es solo papel, es punto de partida. Lo que se escribe no es un registro, sino una búsqueda. No siempre se comprende. Cada página es un territorio inexplorado, donde las palabras tantean su propio sentido y el pensamiento se arriesga.

Pero no todos llevan un cuaderno. No todos sienten la urgencia de fijar en palabras lo que se escapa. Joseph Conrad escribió: “Es extraordinario el modo en que vamos por la vida con los ojos medio cerrados, con oídos insensibles, con el pensamiento adormecido. Quizá sea para mejor; y tal vez sea esta misma insensibilidad la que permita a una incalculable mayoría que la vida resulte tan soportable.” Hay un segundo tipo de personas, quienes transitan la existencia sin registrar su propio desconcierto, sin detenerse a nombrar lo que sienten. No porque carezcan de profundidad, sino porque acaso han encontrado otra manera de habitar el mundo, menos herida por la conciencia de su fugacidad. No necesitan el refugio del papel ni el desafío de la palabra. Su verdad simplemente ocurre, fluye, se consume en el instante sin dejar rastro. Escribir es una forma de resistencia, pero no hacerlo podría ser una forma de estar en paz con el mundo. Sin embargo, son los primeros los que despiertan mi interés.

Una vez encontré un cuaderno en el bus de la línea seis, que hacía el trayecto Umacollo y Vallecito en la ciudad de Arequipa. Era de una joven universitaria. Había listas de compras, letras de canciones, reflexiones, pegatinas de la facultad de arquitectura, fechas, y una línea particular: «Me pregunto si alguna vez seré lo suficiente para abrazar mi vida«. Esa frase me atravesó. Lo dejé en la recepción de mi universidad. Nunca supe más de ella, pero sentí que extrañaba a una extraña. Y es justamente de ese tipo de personas de quienes hablo.

Tal vez ella también lo buscó, desesperada, como quien intenta volver sobre una parte de sí misma que ha quedado expuesta. Quizá subió y bajó de esa línea de bus varias veces, revisó asientos, preguntó sin saber bien qué decir: “¿Vieron un cuaderno?”, sin atreverse a detallar lo que realmente había perdido. Porque no eran solo hojas, era un mapa que la contenía. Y mientras tanto, yo lo leía en silencio, con la culpa de alguien que ha entrado, sin permiso, en una casa desordenada pero acogedora. Aquella frase suya no era solo un lamento, era un intento de comprenderse. Y me conmovió porque no era ajena; era mi propia pregunta formulada con otra letra. No sé si lo volvió a ver. Me gustaría pensar que sí. Me pregunto si, al recibirlo, sintió alivio o vergüenza. Me gusta imaginar que, al abrirlo, encontró algo que no recordaba haber escrito y que eso, aunque fuera una línea perdida, la hizo sentirse menos sola.

Ilustración de Franco Moreno

Como decía, en estos cuadernos se libra una lucha. No contra el mundo, sino contra uno mismo. La escritura es un duelo con el rostro propio, un intento de atrapar lo que se escapa. Pero la victoria es imposible; siempre queda algo por decir. Escribir es aceptar esa derrota. Y seguir. Porque el cuaderno no guarda certezas, sino duda.

No buscan orden. No son diarios ni tratados. Son caos. Mapas de lo inexplorado. Allí habita la contradicción, la idea a medio formar, el temblor. Esos cuadernos son diálogo con el futuro, con ese otro que los abrirá, quizá nosotros mismos, preguntándonos quién fuimos. Perderse en esos cuadernos es rebeldía: escribir sin brújula. A veces, lo valioso no es lo que se encuentra, sino lo que se desentierra sin querer: obsesiones, ideas, nuevas formas de mirar el mundo.

Perderse en un cuaderno es un modo de dejarse alterar. Aceptar que lo que se escribe pueda cambiar lo que se siente. No es solo volcar pensamientos, sino exponerse a que el acto mismo de escribir nos desordene. En el extravío aparece algo raro, la posibilidad de ser otros.

Llevarlos es un riesgo. Es permitir que lo íntimo salga a flote. Es traicionar el pensamiento: lo escrito nunca es lo sentido del todo. Pero escribimos, como quien lanza una cuerda al abismo. Por redención, tal vez.

¿Por qué escribir entonces? Quizá porque es explorar, imaginar, resistir el olvido. Porque devuelve reflejos distorsionados de lo que fuimos, de lo que no sabremos nunca. Ahí reside su belleza.

Para un joven escritor, un cuaderno de notas es un laboratorio. Recuerdo que mi padre me regaló un Moleskine cuando tenía trece. No me dijo qué debía hacer con él, solo lo puso en mis manos como quien entrega un objeto sagrado. Yo no sabía que esos cuadernos se llenaban de palabras; así que lo llené de dibujos. Garabateaba siluetas, rostros, sombras imprecisas, hasta que un día, casi sin darme cuenta, las líneas comenzaron a parecerse a letras. Empecé a esbozar frases sueltas, ideas que no tenían aún un destino claro. Llevaba aquel cuaderno a todas partes. Se convirtió en un refugio portátil, un escudo contra la timidez. Cuando sentía miradas sobre mí o la ansiedad me paralizaba, sacaba el cuaderno de notas y escribía, como otros encienden un cigarro para calmar los nervios. Solo necesitaba poner palabras entre el mundo y mi ser. Y así, página a página, sin que nadie me lo dijera, entendí que escribir también podía ser un modo de existir.

Ahí radica su valor: en gestar estilo, en ejercitar la imaginación. El cuaderno enseña que escribir no es perfección, sino persistencia, juego y riesgo. Porque escribir no preserva: transforma. No fija el mundo, lo abre. Los cuadernos de notas son talleres literarios, semillas. En ellos, lo cotidiano se transforma en narración, y lo inesperado, en vida. De sus páginas pueden brotar cuentos, poemas, personajes redondos, escenas para novelas o incluso ideas que, con el tiempo, encuentran su verdadera forma. Se escriben también para olvidar, para liberar espacio. Cada entrada es abandono y hallazgo. Un diálogo con uno mismo, con el tiempo. En cada palabra, está escondida una pregunta. Una posibilidad. Pero escribir no retiene la vida, ayuda a que se expanda: la intensifica.

Gunter Silva
Gunter Silva es licenciado en Artes y Humanidades, con una maestría en Literatura y Creatividad Literaria de la Universidad de Westminster. Su producción incluye el libro de relatos Crónicas de Londres (Lima, 2012), la novela Pasos Pesados (Lima, 2016), El Baile de los vencidos (Buenos Aires, 2022) y Neutrino, cuaderno de navegación (Lima, 2024).

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