El beso de Judas, el amor

La escritora mexicana Magnolia Vásquez Ortiz nos recuerda en este texto dedicado a su madre cómo el Covid alteró nuestras formas de expresar el amor.

Publicado

15 Abr, 2024

Escribe Magnolia Vásquez

“El beso de Judas” dijo él cuando puse mis labios impulsiva y fuertemente en la mejilla de mi madre, quien ya estaba dentro de la camioneta y pronta a regresar a su pueblo. “No, el beso de la vida”, respondí con certeza, “el beso del amor, de mi amor”.

Un mes antes fui a despedirme de ella, pero no la encontré. Sabía que era importante darnos el último saludo en cuarentena, este acontecimiento tan desafortunado, tan incierto en sus efectos, me hizo pensar que el distanciamiento físico no tendría fecha de caducidad y que, en esa imprecisión temporal, podría mi madre o yo misma, morir. Hice mi viaje pensándola y llorando con ella en silencio. Su mensaje por el celular había sido muy claro: “¿Por qué no me esperaste?”, acompañado de un emoticón llorando cortinas de lágrimas.

Nunca había sentido un efecto tan intenso y tan real de un emoticón. Era la primera vez que mi madre lo utilizaba para expresar su tristeza, su dolor, su soledad en que la dejaba. El pan que cenaríamos con ella a la mañana siguiente me dejó un sabor a sal y su pregunta no tuvo respuesta porque no la tuve en su momento ni ahora mismo. Yo también me pregunto por qué fui tan impaciente, por qué no pude esperarla media hora ¿El miedo al contagio, al mío, al de mis hijas? ¿El miedo a la muerte? Mi progenitora andaba en la iglesia, y ya había restricciones de no asistir a reuniones masivas.

El regreso fue más pronto de lo pensado. Hubo un mensaje a la familia por medio del chat: “Prohibido venir a visitarnos, estaremos en cuarentena. No deseamos contagiar a nadie si el virus se nos presenta durante el viaje”. Porque en mi familia, cuando de retorno se trata, hay fiesta, hay bulla, recibimiento afable, siempre. Por eso fue una sorpresa -aunque no debió serlo- el día que retornamos a casa, ver una camioneta bajando la rampa y en ella, mi madre, solícita, dándonos la bienvenida como siempre, aunque guardando “su sana distancia”.

Escritora y docente mexicana Magnolia Vásquez Ortiz.

Durante la media hora que estuvo entre nosotros, no hubo cercanía más afectuosa que el de las palabras y los gestos en nuestros rostros. No hubo abrazos ni besos cuando bajó de la camioneta. Pero estuvo, sin falta, en el recibimiento habitual a mi familia. Solo a eso salió de su confinamiento, a darnos la bienvenida. El lazo de amor que nos une es más fuerte que el miedo a la muerte, a lo desconocido en ella. ¿Cómo no despedirla con un beso, mínimo? Hoy que escribo esto, leo en mi diario lo que anoté como conjuro la misma tarde en que escuché decir: “el beso de Judas”, que interpreté como “el beso de la muerte”:

Hoy le he dado el beso de la vida a mi madre, a quien amo. Ella ha venido a eso, a recibir el beso que le debía antes de partir. No es el beso de la muerte, es el beso de la vida. Fue un gran placer haber sentido y efectuado esa irracional emotividad que me recordó el ser animal que me habita, aun a sabiendas que los efectos pueden ser catastróficos, pero eso es también parte de la vida. Ese gesto mío, espontáneo e insensato si se piensa, dejó una sonrisa en el rostro y un aliento de vida al corazón palpitante de mi madre. No permitiremos que la expresión de amor se diluya en el vacío, como otras tantas cosas que pertenecen a lo vital y que esta pandemia que nos acosa sin cesar, ha contribuido a diluir, incluso la vida misma.

El virus de los afectos entre nosotras es más fuerte que el virus del miedo.

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