Escribir en un derecho, publicar un privilegio

Escribir es un trabajo muy duro, requiere años de lectura e investigación, escribir y reescribir cientos de veces una misma página. Una reflexión del agente literario Guillermo Schavelzon.

Publicado

20 May, 2024

Escribe Guillermo Schavelzon

Escribir es fácil y no requiere dinero si se hace con lápiz y papel. Muchísima gente escribe, sin pretensiones literarias ni intenciones de divulgación. Hay gente que escribe para sí mismo, para transitar momentos difíciles o placenteros, porque escribir es dialogar con uno mismo, elaborar situaciones complejas. Sería raro ver a alguien en una mesa de un café hablando frente a un espejo, pero ver gente escribiendo es habitual, y no llama la atención. El efecto es similar.

Todo el mundo tiene derecho a escribir, y todo el mundo debería saber leer y escribir, aunque todavía hay muchas partes del mundo donde no es así. Aquí me refiero a los que escriben porque son -o quieren ser- escritores. No se necesitan razones para dedicarse a escribir, a veces ni siquiera hay razones, solo una necesidad, no poder estar sin escribir.

A quienes escriben porque son o quieren ser escritores, es a quienes yo llamo escritores profesionales, un término que a algunos no les gusta, porque confunden la idea de profesional con la de escritor comercial.

Profesional es quien toma la escritura como un trabajo, y tiene en el horizonte publicar, encontrar lectores que lo lean, y poder cobrar unos derechos de autor.

Escritor comercial es aquel que también encara la escritura como trabajo, pero escribe únicamente aquello que se va a vender. Solo lo que está de moda, lo que marca la tendencia del momento. Lo que importa, sobre todo, es vender.

El escritor profesional también quiere que su libro se venda, pero no es esa su principal motivación. Tiene un proyecto, una idea, una intuición o un saber, y trabaja en ello sin pensar -o tratando de no hacerlo- en si se venderá o no. Sabe que, si piensa en ello, será algo que lo condicionará, afectando a su libertad y creatividad. Por eso el escritor es un profesional tan especial, siempre a contracorriente.

Es muy difícil definir el proceso de la creación, lo que no quiere decir que no se pueda reconocer. Para un escritor es la manera de entender el mundo, de poder explicárselo y de sobrevivir en él.

Best sellers que duran un verano.

Las condiciones laborales del escritor

Escribir es un trabajo muy duro, requiere años de lectura e investigación, escribir y reescribir cientos de veces una misma página. Es un trabajo aunque haya países que todavía no reconocen legal ni fiscalmente al escritor como trabajador. No tiene asistencia sanitaria, ni jubilación, ni ninguno de los derechos de cualquier otro trabajador. En Francia, por ejemplo, además de sanidad pública gratuita y jubilación, el estado compensa lo que le falta cada mes, si no llegó a alcanzar el salario mínimo. Noruega tiene un excelente programa para nuevos escritores, becas, seguridad social, y compra asegurada para abastecer bibliotecas, de una cantidad considerable de ejemplares del libro que publique (entre 750 y 1.500) , lo que estimula a las editoriales a contratar nuevos autores.

Pero entre nosotros lo habitual es que el escritor trabaje sin cobrar, y ni siquiera sepa si algún día cobrará. Por eso tiene que trabajar en los tiempos que le deja otro trabajo, que es el que le permite pagar el alquiler. Lo hace por la noche, los fines de semana, en el tiempo que otros dedican a las vacaciones, lo que tiene consecuencias individuales, sociales y familiares que deberían considerarse un problema de salud pública.

En estos aspectos escribir es un trabajo ingrato, solitario, aislado, encerrado en sí mismo, a contra horario. Hay que tener una vocación muy fuerte para dedicarse a escribir.

Julio Cortázar mientras escribía «Los autonautas de la cosmopista».

Publicar

Cuando el escritor termina su obra, el siguiente paso es querer publicar. Ninguna obra literaria está completa hasta que no llega a los lectores, algo necesario para cerrar este circuito de creación. Publicar es intrínseco a escribir.  Entonces, lo que hasta ahora había sido una tarea individualísima, aislada, asocial, se tiene que convertir en otra cosa muy diferente. Buscar y encontrar editorial, es tener que vincularse a un mundo de relación con otros, acercarse a algo más cercano a una industria o a un negocio que a una labor de creación. El escritor tendrá que ingresar a una galaxia desconocida.

Publicar es el equivalente al título habilitante de otras profesiones. Como para el escritor no lo hay, es el libro tradicional, de papel, presente en las librerías, lo que produce esa consagración. Pese a los grandes avances de la edición digital, no tienen el efecto de consagración que ofrece el libro tradicional.

Publicar tiene que ver con el mercado, concepto que solo por mencionarlo pone mal a muchos escritores, aunque es mejor saberlo y conocerlo, porque tendrá que moverse en él.

Abundan en las redes, los blogs y las webs, los comentarios de los escritores que quieren publicar y no lo consiguen. Encontrar una editorial que se entusiasme con lo escrito, y se interese por publicarlo pagando al autor, no cobrándole, es una ardua tarea, un trabajo más, pero que conviene hacer de manera de facilitar a quien lo va a recibir -agobiado con miles de propuestas-, la información esencial para que se pueda considerar.

Llegar a publicar y participar de las actividades alrededor del libro: un anhelo de muchos escritores.

Los rechazos

El anecdotario de los rechazos de las editoriales es enorme, lo que me gusta de estas historias es que ayudan a entender que cuando una editorial dice que no, muchas veces solo quiere decir que a esa editorial no le interesó, o que ya tiene tomados otros compromisos, o quizás ni siquiera lo miró. No necesariamente que lo enviado no tiene calidad u originalidad.

Tampoco es justo echarle siempre la culpa a la editorial, que a veces dice que no porque el texto enviado no tiene el nivel que se espera, o está mal escrito, o no es atractivo para el lector, o -como sucede cada vez más- porque no tiene posibilidades de vender la cantidad de ejemplares suficiente para que sea negocio. Una editorial, cuánto más grande es, más piensa y actúa como lo hace cualquier inversor.

Algunas veces -pocas- hay rechazos que explican por qué dicen que no, o que adjuntan un informe de lectura. Esta es una oportunidad excepcional para el escritor, una ocasión para aprender algo más. Quizás la obra no esté totalmente terminada, quizás necesita una revisión, o encararla de otra manera. O no es suficientemente buena u original, o la consideran demasiado lejos de la tendencia del momento.

Hay muchísimas historias de manuscritos rechazados que, cuando finalmente se publican, se reconocen como una gran obra literaria o una de gran capacidad comercial, que antes nadie supo ver.

Virginia Woolf rechazó publicar el «Ulises», de James Joyce por considerarla «una escritura de clase obrera».

Virginia Wolf -nadie más literaria que ella-, tenía una editorial con su marido Leonard, en la que rechazó Ulises de Joyce diciendo que parecía “una escritura de clase obrera”. Carrie, la primera novela de Stephen King fue rechazada por veintiocho editoriales hasta que una la publicó, y desde entonces lleva vendidos 400 millones de ejemplares.

Tanto Onetti como Benedetti, Octavio Paz y García Márquez, tuvieron que pagar de su bolsillo la edición de sus primeros libros.

Son anécdotas, pero funcionan como ejemplos tranquilizadores para el escritor al que le dicen que no. Hay que aprender a gestionar la frustración, y no dejar de insistir. “El rechazo es una amarga realidad de la profesión de escritor” (Eduardo Vila-Matas)

Muchos de los rechazos -o los silencios, que son rechazos con mala educación-, se deben a que los escritores no saben presentar su obra bien, aunque hay millares de consejos en Internet. ¿Por qué alguien que ha dedicado meses o años a investigar, imaginar y pasarse noches enteras escribiendo un libro, no se toma unas horas para investigar la mejor manera de buscar editorial?

Aunque lo que se publica es solo una pequeña parte de lo que se escribe (y este proceso de selección da valor al efecto de consagración), no es tan poca como se suele decir. Cada año en español se publican 14.000 primeras novelas.

Para acceder a publicar, se requiere una obra de calidad, originalidad y bien escrita, y también ofrecerla de la manera adecuada, eligiendo con cuidado a qué editoriales se va a presentar. Todas cosas poco complicadas de saber en la época de Internet.

La jefa de manuscritos de Gallimard, declaró a la revista Lire que, cuando recibe un libro de jardinería, se llena de irritación porque el autor ni siquiera se tomó el trabajo de mirar qué publica la editorial.

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