El escritor piurano Miguel Gutiérrez, falleció esta tarde en el Hospital Almenara, víctima de un infarto. Gutiérrez fue, sin duda, el más épico de los narradores peruanos del siglo XX. Su monumental novela La violencia del tiempo (1991) abarcó cinco generaciones de la familia Villar, un linaje de mestizos provenientes de la violación de la india Sacramento Chira y cuyo último descendiente, el joven Martin Villar, busca desentrañar las razones últimas de la amargura de su linaje en una Lima moderna pero atrapada en el racismo, el clasismo y decadentes modales aristocráticos. Como telón de fondo, emergía la historia de las revoluciones políticas de la Europa decimonónica y luego las grandes convulsiones sociales del siglo XX, es decir, el combate, la materia de la épica.
Artista prolífico y meticuloso como pocos, fue también el autor de una docena de novelas de corte realista, enclavadas en el centro de cruciales debates literarios y políticos del siglo XX peruano, entre las que destacaron Hombre de caminos, La destrucción del reino, Babel el Paraíso, Poderes secretos y El mundo sin Xóchitl (la que para muchos críticos es la novela de amor de la literatura peruana). Reunió, asimismo, varios relatos cortos referidos en sus novelas en el volumen recopilatorio titulado Las aventuras del Señor Bauman de Metz y otras historias. En el ámbito de la crítica practicó una aguda reflexión sobre la naturaleza de la literatura y, específicamente, de la novela moderna, de lo que dan cuenta ensayos como La generación del 50: un mundo dividido, La celebración de la novela o La invención novelesca.
Interesado vivamente por el mundo literario e intelectual desde su natal Piura, se inscribió recién llegado a Lima en la especialidad de historia de la Universidad Católica; luego se transfirió a la de Literatura en la Universidad Mayor de San Marcos. En 1966, fundó con una pléyade de escritores emergentes el grupo literario Narración. La revista que editaron, del mismo nombre, adscrita tanto a la discusión ideológica de izquierda como a la estética, marcó un hito en la vida cultural de la universidad peruana.
Justamente por su radicalismo, de orientación marxista, Gutiérrez y los demás miembros de Narración fueron objeto frecuente de inquina del establishment literario limeño de fines del siglo XX, elitista y -cuando manifestaba alguna militancia política- centralmente oligárquico o liberal. Esta distancia se acentuó durante la década de los ochenta, en el contexto de la guerra entre el Estado peruano y Sendero Luminoso, cuando Gutiérrez, en solitario, simpatizó públicamente con el radicalismo extremista de izquierda. Aunque no se diferenció en ello de muchos intelectuales que congeniaron con los primeros años de actividad de Sendero, a Gutiérrez le cupo luego rectificarse públicamente, pero el establishment cultural nunca lo olvidó y esgrimió una y otra vez esa acción como una prueba definitiva del escaso mérito de su obra. Por ello, Gutiérrez publicó su incomparable fresco histórico La violencia del tiempo en 1991, en medio del más ominoso silencio de la crítica periodística y sin la menor publicidad. La novela fue en ese entonces tachada de marxista y, por lo tanto, raigalmente equivocada. Se pasó por alto que Conversación en la Catedral, la obra mayor de Vargas Llosa, fue igualmente marxista y publicada por quien entonces era uno, y que la novela de Gutiérrez, en muchos otros aspectos, era tanto más rica o ambiciosa que la del escritor peruano de bandera. A pesar de las impugnaciones de todo orden, La violencia del tiempo agotó sus dos primeras ediciones entre intelectuales y público especializado. Luego, gracias al activismo de contados críticos literarios, en especial de Ricardo González Vigil y Víctor Vich, la novela mereció rigurosos análisis de sus méritos y fue elevada paulatinamente al centro del canon nacional. En 2010, la editorial Santillana reimprimió La violencia del tiempo para devolverla a la circulación entre los grandes públicos.
Así, la narrativa de Gutiérrez, por su amplitud y ambición, consiguió logros estéticos únicos en las letras peruanas contemporáneas, en especial en esos dos milagros de la sensibilidad y la aventura que significaron La violencia del tiempo y El mundo sin Xóchitl. Fue un narrador cuya destreza técnica y vigor intelectual estrictamente solo resultaban equiparables con los de los mejores trabajos de Mario Vargas Llosa. También ensayista de primer orden y narrador de cuentos natural, su trabajo y su vida imprimieron una inocultable y poco común cuota de lucidez y esplendor en la literatura peruana del siglo XX. Descanse en paz.