GUILLERMO SCHAVELZON: «De qué vivirán los escritores en el mundo que viene»

Al comenzar la pandemia, la venta de libros acumulaba una caída del 40% en los diez últimos años, por lo que las editoriales, las librerías y los escritores llegaron muy debilitados a la crisis que estamos viviendo.

Publicado

11 Dic, 2020

Un artículo de Guillermo Schavelzon *

La transformación de la industria editorial.  

Al comenzar la pandemia, la venta de libros acumulaba una caída del 40% en los diez últimos años, por lo que las editoriales, las librerías y los escritores llegaron muy debilitados a la crisis que estamos viviendo.

Los escritores, que cobran según la venta de sus libros, suman la caída de ventas a otros ingresos que ya venían perdiendo, sin que hubiera habido una reacción proporcional a la magnitud de la pérdida. No comparto las teorías catastrofistas, ni creo en el fin del libro, pero sería necio no pensar en cómo cambiarán las cosas, con la tan anunciada transformación digital. Internet demuestra el vigor de la escritura y de la lectura, lo que está en cuestión ahora, son las formas en que ambas se encontrarán, y cómo será remunerado el trabajo del escritor.

Los escritores tienen un peso cultural, una función social y una representación internacional que todos los gobiernos aprovechan, sin que por eso reciban ninguna contrapartida legislativa, fiscal ni económica. En muchos países, ni siquiera son reconocidos por la administración como una actividad profesional, por lo que no tienen un régimen fiscal, previsional, ni sanitario específico para la singularidad de su trabajo.

Los escritores tendrán que posicionarse frente a este nuevo devenir. No se puede pedir mucho más a las editoriales, que enfrentan un gran desafío de transformación, sin suficiente tesorería para hacerlo. Las soluciones para los escritores tendrán que ser con, y no contra las editoriales, el problema es de ambos. Los escritores necesitan formar urgentemente sus propios Think Tanks. Hay mucho por hacer.

Cuando lo peor de la pandemia haya pasado, nos encontraremos con un paisaje arrasado. Además de la falta de dinero y las deudas adquiridas, asistiremos al cierre de librerías y a las consecuencias de la gran transformación digital. La urgente necesidad de recuperación económica obligará a las grandes editoriales a postergar las “decisiones de riesgo”, para concentrarse en libros que produzcan respuestas rápidas del mercado, lo que producirá un deterioro de la oferta cultural.

Habrá menos librerías.Las que no hayan podido sobrevivir, y las que, como las grandes cadenas, son compañías cuyo objetivo es la rentabilidad. ¿Qué inversor mantendrá un negocio si no da ganancias? Tendrán que decidir cómo seguir, o cómo se reconvertirán. La Fnac en toda Europa lo hizo volcándose a vender tecnología. El Corte Inglés, que en España vendía el 20% de todos los libros, ahora solo vende “las apuestas seguras”. En Estados Unidos cerraron dos cadenas, y la que queda lleva tiempo en crisis. Lo mismo sucede en otros rubros: Inditex (propietario de la cadena Zara, entre otras marcas), acaba de anunciar (23 de octubre) el cierre de 300 establecimientos en España “dentro de su estrategia global de transformación digital”. La transformación digital parece ser el paraguas que todo lo justifica, parece un logro, y al mismo tiempo es una amenaza.

La venta de libros de calidad literaria quedará, cada vez más, en manos de los libreros vocacionales, por llamar así a quienes mantienen su librería abierta, aunque la rentabilidad sea mínima o ninguna. Librerías a cargo de sus dueños, que saben lo que venden y que lo que quieren es vender libros, no lo que sea. La debilidad frente a los gigantes de la venta online (Amazon, Alibaba, Mercado Libre, eBay), todas compañías depredadoras, aumenta.

Un reciente informe de la Federación de Gremios de Editores de España, dice que “durante el confinamiento, Amazon ha copado casi la mitad de la venta de libros a través de Internet” (Clara Morales, infolibre.es). Una pregunta es: ¿se mantendrá así cuando haya pasado la pandemia y las limitaciones a la movilidad?

“los futurólogos predicen que el medio del transporte del futuro no serán las máquinas voladoras… sino las bicicletas” (Dubravka Ugresic, Gracias por no leer)

La pandemia no ha perjudicado a todos por igual: Amazon triplicó sus beneficios, y Netflix obtuvo millones de nuevos suscriptores. Alibaba superó, en la bolsa de Nueva York, el valor de Amazon. El problema reside en que Amazon vende más, pero no crea nuevos lectores, se los quita a las librerías, sin que los algoritmos hayan logrado suplantar la capacidad prescriptora de los libreros. Vende cada vez más, pero no vende cada vez mejores libros. ¿cómo llegarán los lectores a elegir sus libros?

Los peligros del monopolio

Una compañía capaz de negociar sus impuestos mano a mano con los estados, que concentra ya la mitad de la venta de libros, podría llegar a determinar qué se publica y qué no, de la misma manera que ya impone condiciones comerciales. ¿Quién podrá publicar un libro que Amazon decida no ofrecer? No es una fantasía: “En 2009, en un disparatado intento de censura, Amazon borró sigilosamente de los Kindle de sus clientes la novela 1984, de George Orwell, alegando un supuesto conflicto de derechos de autor. Miles de lectores denunciaron que de pronto el libro desapareció de sus dispositivos, sin previo aviso”. (Irene Vallejo).

Peligroso es también que la venta de libros -que fue con lo que comenzó-, ya no sea buen negocio para Amazon, que se ha transformado en el mayor supermercado del mundo. Si después de haber logrado un enorme control del mercado, arrasando con la red de librerías, abandonara la venta de libros por falta de rentabilidad, llevará mucho tiempo reconstruir los canales comerciales destruidos. Un riesgo difícil de resolver.

“Es absurdo y paradojal”, dice la librería Zones sensibles, de Bélgica, “El primer vendedor de libros de las editoriales francesas es una empresa que no gana nada con estas ventas, mientras paga muy pocos impuestos y explota en exceso a los seres humanos, vigilados en un hangar por robots, bajo presión para que un libro llegue al día siguiente a la persona que lo compró”. Hoy el origen principal de sus beneficios lo obtiene a través de aws, más de 800 servicios en la Nube, que cuenta entre sus clientes a grandes industrias, y la administración completa de algunos estados.

La alcaldesa de París recomendó: “Se lo digo de verdad a los parisinos y parisinas: no compren en Amazon”, imploró Anne Hidalgo. Se refería a lo mucho que están sufriendo las librerías. “Amazon es la muerte de nuestras librerías y de nuestra vida de barrio”, sentenció. (Eusebio Val, La Vanguardia, 12 noviembre 2020)

Si la venta quedara en manos de las librerías online, las editoriales solo fabricarán los ejemplares que necesiten a medida que lleguen los pedidos, ya que no necesitará tenerlos impresos. Tampoco tendrá que tener oficinas amplias y caras, ni una ubicación preferencial, ni un gran equipo comercial. Cambiará la idea de “lanzamiento” de un libro, tal como lo conocíamos hasta ahora [tema de mi post anterior]. La mayoría del personal no tendrá que ir al trabajo todos los días. Muchos bienes y valores de representación podrían perder vigencia. La suspensión obligada de viajes, asistencia a ferias, reuniones internacionales y grandes convenciones comerciales, ha sido una fuerte reducción de gastos en las editoriales grandes, que pensarán si necesitan volver a ellos. ¿Intentarán reemplazarlo todo por Zoom? Habrá que ver las posibilidades y los alcances de la transformación digital.

La promoción

Los escritores tendrán un nuevo problema, que correspondería a las editoriales, pero como el escritor solo cobra si vende, tendrá que pensar cómo hacer para promover sus libros. El confinamiento detuvo un trabajo muy pesado: llevar sobre sus espaldas la carga promocional, con viajes, presentaciones, ferias y festivales, siempre arriba de un avión, en asientos cada vez más incómodos, en aeropuertos con un trato cada vez más vejatorio. No sabemos cómo se reemplazará.

Basar la promoción en la persona del autor, como ha venido sucediendo, implica que las posibilidades de difusión de una obra no dependen de la calidad del libro, ya sea literaria o comercial, en la capacidad de entretener, de enseñar, de innovar, de polemizar, sino en la capacidad mediática, histriónica de quien lo escribió. Un gran libro de un autor o autora que no sabe ser simpática, por ejemplo, quedara desplazado por uno mediocre, de un autor encantador. Es un tema que merece reflexión.

Las editoriales necesitan que la relación entre el dinero invertido y el impacto mediático, se revierta en ventas. Los escritores también. No está claro tampoco quién cumplirá la función consagratoria, necesaria para la internacionalización de una obra. Las redes sociales no lo pudieron lograr.

Hace cuarenta años Ricardo Piglia decía, polemizando con sus pares, que “los escritores necesitamos editoriales fuertes, para que puedan pagarnos bien”. Sigue siendo válido, pero el mundo digital lo complejizó.

La transformación digital

No soy reacio a los avances tecnológicos, aunque miro con cierto temor y desconfianza las posibles consecuencias del proceso de reconversión digital. Puede que sea algo magnífico, lo que me atemoriza es que, todavía hoy, la mayoría de la gente cree que usamos a Google, y no que Google nos usa a nosotros. Gracias a la información de los usuarios que obtiene, Google se transformó en la primera agencia de publicidad del mundo en facturación. Mucha gente sigue creyendo que es solo un buscador.

La gran propuesta de transformación tiene contradicciones muy fuertes. La Coovid19 apareció por una mutación en el mundo animal, producto de la destrucción del entorno ecológico. Resulta que “la nube” es uno de los mayores contaminadores, por el consumo de electricidad producida en su mayor parte por gas y carbón. Un informe de la revista Science dice que, si la nube fuera un país, sería el tercer contaminante del mundo, después de Estados Unidos y China, y más que Rusia e India. Estamos poniendo todas las esperanzas de cambio, en algo que acelerará aún más la destrucción del ecosistema, que ya mostró cómo reacciona de formas imprevistas y catastróficas.

Por ahora, la reconversión está produciendo una destrucción del tejido social, basta con ver los locales vacíos de lo que fueron comercios de barrio. La idea de “barrio” también se va a transformar, el barrio será solo la pantalla, una nueva forma de esclavitud, cuando se suponía que ganaríamos más libertad.

La gran duda será: la gente ¿estará mejor?

El mundo de la gran edición ¿volverá a mutar?

Los problemas del libro comenzaron cuando la edición se transformó de una actividad cultural en una industrial de ocio y entretenimiento, lo que la incorporó a los grandes conglomerados de la comunicación. Los propietarios de la gran edición, en todo el mundo, son inversores que ahora encuentran -utilizando una metáfora de la aviación-, que “No hay pasajeros para tanto aeropuerto”. Ese cambio de paradigma, ¿fue un error? ¿fue el camino inevitable de la evolución del sistema?

“Los inversores de hoy prefieren ver a las editoriales más como Big Tech que como Big Text. Por eso tienen menos paciencia. El cambio puso en evidencia lo difícil que es que una industria sea culturalmente interesante y económicamente próspera”. (Trama y Texturas, Nº 42).

“ViacomCBS, propietaria de las cadenas de televisión CBS, MTV, Comedy Central, Nickelodeon y ShowTime, así como de los estudios Paramount y Miramax, al anunciar recientemente la venta del grupo Simon & Schuster (30 editoriales) a Penguin Random House, dijo que la compañía no consideraba ya a la edición como una prioridad, por lo que buscaba venderla desde hacía meses” (Carles Geli, elpais.com, 26 de noviembre de 2020)

La edición de obras de calidad literaria, que no suelen ser las de mayor venta, quedará en manos de pequeñas y medianas editoriales, con propietarios visibles, interesados en lo que publican. Los textos científicos ya solo se publican online. Los libros de autoayuda y divulgación, tienen siempre caminos imprevisibles. ¿Cómo será la edición infantil?

Las dificultades de crecimiento de las grandes editoriales, las llevaron a comprar a otras, para sumar la facturación, aprovechando los autores del catálogo incorporado, eliminando los gastos y centralizando la gestión. Hoy ese camino no está claro: el tamaño de la empresa aumenta la altura del precipicio. La concentración no aumentó el número de lectores, ni la cantidad total de libros vendidos. Solamente reunió, en un solo proveedor, la misma cantidad de libros que antes se repartía entre varios. Pero afectó al empleo, y debilitó las posibilidades del escritor “mid list”, como se denomina a aquellos cuyos libros se venden, pero no en cantidades determinantes. “Mid List” es más del 80% del catálogo de cualquier editorial.

Ante la caída de los ingresos, las editoriales bajaron las tarifas a todos los colaboradores, entre ellos los autores. Las editoriales no pudieron ofrecer a sus autores otras formas de obtener ingresos. Los escritores, los traductores, los ilustradores, los correctores, los diseñadores y los editores, no hacen huelga.

Los escritores que todavía no han publicado y quieren hacerlo, ya estaban acostumbrados a esperar, ahora tendrán que esperar más, y buscar opciones responsables de difusión online. Hay historias publicadas en plataformas online que logran decenas de miles de lecturas. Falta saber cómo monetizarlas. Algunos de los sistemas de auto publicación lo hacen, pero hay demasiadas cosas en juego. La plataforma de publicación online Wattpad se promociona con valores analógicos: “Tus historias pertenecen a los anaqueles de las librerías” (justamente donde sus libros nunca estarán).

Los escritores no ven, en las ediciones electrónicas, un medio de consagración literaria. Esta cuestión de la consagración, y de quiénes tienen el capital simbólico para otorgarla, es un tema no poco importante. Los autores que ya publican libros, y fueron consiguiendo cierta regularidad en sus ingresos, aunque fueran escasos, los ven reducirse, sin hablar del castigo extra de los países con alta inflación, donde se liquidan los derechos de autor cada seis meses, pagándolos con otros dos o tres de demora. Solo con esto, se minimiza cualquier valor.

Las agencias literarias están logrando, a veces, modificar las condiciones de contratos antiguos, consiguiendo cierta proporcionalidad en las contrapartidas. Las grandes empresas del libro, aunque tengan propietarios anónimos o muy lejanos, están dirigidas por personas, no por robots. Quieren y aceptan interlocutores. Saben que, sin autores, no tendrían nada que vender.

“El concepto de editorial boutique viene del trato exquisito que buscamos para nuestros autores, ya que ellos son la base de nuestro negocio”, dice Luis Pugni, director para España de Harper Collins, el segundo grupo editorial a nivel internacional, que publica con 120 sellos. (Antonio Uribe, La Vanguardia, 31 octubre 2020).

Ni la escritura ni la lectura están en crisis, el problema es la industrialización de la edición. “De hecho, las mayores editoriales a nivel internacional, con valores bursátiles multimillonarios e ingresos ídem, producen cada vez menos ‘libros’. La mayor parte de su producción no es en forma de libro” (Angus Phillips y Michael Bhaskar, El universo de la edición).

Los escritores no viven solo de sus derechos de autor, sino de un conjunto de trabajos derivados de su actividad: talleres literarios, críticas, traducciones, charlas, clases, invitaciones de clubes del libro, de ferias y festivales, todas actividades que, cuando se exige, se pagan. “Vivo de la literatura pero no de la escritura, o si se prefiere, me gano la vida leyendo. En los últimos quince años he trabajo alternativamente como asesor o enseñando literatura” (Ricardo Piglia, 1982. En Crítica y Ficción)

El mundo audiovisual

De forma creciente, aunque no masiva, aumenta la adquisición de obras literarias para adaptaciones de cine y televisión. Las series son un negocio floreciente, que creció con la pandemia. Netflix, Amazon, Sony, HBO, Apple, Disney, invierten cada una entre 10 y 17 mil millones de dólares anuales en nuevas producciones audiovisuales,de los cuales los escritores, cuando logran venderles una novela, perciben una pequeña parte, pero significativa para su economía. Se dice que las grandes plataformas “están desesperadas por comprar contenidos”. Desesperadas me parece una exageración.

“Amazon, Google, Apple, Samsung, Huawei y Netflix son algunos de los nuevos actores en el mundo en expansión del libro”. Carlo Feltrinelli lamentó que se viva bajo el dominio de los colosos de las “tecno-finanzas y capitalismo de plataforma” y que “la palabra cultura haya sido substituida por la palabra contenidos”. Afirmó que “para proteger esta industria de futuro, es absolutamente necesario instaurar un diálogo sano y una relación estable con los sujetos que pueblan el nuevo ecosistema: los grandes players de la red, los protagonistas de movimientos sociales, los productores de series de televisión y el mundo del comercio online”. (Diana M. Horta, WMagazine, 19 de enero de 2020).

Jesús Badenes, director general del grupo Planeta, es optimista: “Creemos en la capacidad cruzada de incremento de negocio entre el mundo del libro y el mundo audiovisual” (PW en español, septiembre de 2020).

Las grandes plataformas audiovisuales son un gran atractivo para los escritores, y a la vez las que se quedaron con los lectores que el libro perdió. Los millones de lectores que sostenían a la gran industria del best seller, dedican el tiempo de ocio a ver series de televisión, el gran consumo cultural de hoy. Un golpe muy duro para el ecosistema del libro.

¿De qué hablamos cuando decimos “transformación”?

Los best sellers siempre sostuvieron a las grandes editoriales,y a la mayoría de las librerías.(El señor de los anillos vendió 150 millones de libros, El Código Da Vinci 186 millones, El Principito 400 millones, hay unos cuantos así).Estas cifras -previas al auge de las series-, difícilmente volverán.Los grandes best sellers siempre fueron un pilar del negocio del libro, incluso para quienes no los publican o los desprecian.Cuando cada tres o cuatro años aparecía un libro que vendía millones, las editoriales compensaban los años magros, y las librerías podían poner al día sus cuentas.

No parece que este profundo cambio en los hábitos del ocio y el entretenimiento sea reversible a corto plazo, y la diferencia de inversión entre un sector y el otro lo presagia. Lo que lleva a pensar en la necesaria redimensión del mundo de la edición industrial, que probablemente implique distanciarse de las “reglas del mercado”, que nos han llevado a donde estamos hoy. Todo esto es lo que tendrá que cambiar.

Llama la atención que el Papa -de quien se dice que es el estadista mejor informado-, enfrente esta cuestión: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente… La fragilidad de los sistemas mundiales frente a la pandemia ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado” (Jorge M. Bergoglio, Franciscus PP, en Fratelli Tutti, Encíclica del 3 de octubre de 2020).

A los escritores, en especial a la gran mayoría, que integra la llamada “mid list”,este redimensionamiento les enfrentará a decisiones difíciles. Para la literatura de calidad, en una editorial chica, agotar dos ediciones de 1.500 ejemplares es un éxito que se trasmite al autor, a los libreros y a los lectores. En una grande, que necesitará hacer una primera edición de 5.000, si vende 2.000 se considerará un fracaso, lo que también se trasmite al mercado y al autor.

Las grandes editoriales no tienen tiempo que perder. Las chicas tampoco: fuera de la competencia por los grandes anticipos, podrán poner en valor sus ventajas: vender más, vendiendo mejor. Una editorial chica conoce a sus lectores muy bien, sabe cómo son, dónde están y cómo llegar a ellos. Mucho mejor que quienes trabajan con algoritmos. Sus redes sociales funcionan, porque tienen contenidos personalísimos. Sus libros tienen un porcentaje de devolución bajo, porque no necesitan hacer grandes pilas, ni ejemplares de más. Tirajes más ajustados y reimpresiones más rápidas implica menor inversión, menos riesgo, y más posibilidades para experimentar. El riesgo es su esencia, y su gran aporte cultural. Su déficit, una poco ordenada administración, es un desafío que tendrán que resolver.

Las editoriales chicas ni siquiera necesitan de grandes librerías. Su promotor es el librero vocacional, el que lee y recomienda, el que pone los best sellers en una mesa de atrás. Gracias a sus gastos mínimos, podrán ofrecer libros a menor precio, y pagar mejor a sus autores.

Pese a todo, los escritores siguen escribiendo. Para la mayoría, es un mandato vital, no podrían vivir sin hacerlo. “Para mí escribir es algo ontológico, tiene que ver con el ser” (Claudia Piñeiro, Nueva Mujer, 12 de junio de 2020). El asunto no es cómo escribir, sino como lograr vivir de su trabajo. Los escritores tampoco tienen tiempo que perder.

El principal problema de los escritores es su debilidad como colectivo, frente al estado, a los gigantes de la información y al comercio online. El escritor tiene que luchar contra algo que hace a la esencia de su quehacer, el aislamiento.

En Estados Unidos, el país con más editoriales, más abogados, y más agencias literarias del mundo, existen dos sindicatos de escritores: el Writers Guilt of America (www.wga.org) y The Authors Guild  (www.authorsguild.org), que son siempre consultados por el Congreso cada vez que se discute un tema vinculado con sus intereses. Son tan poderosos, que ganaron un juicio a Google, que tuvo que pagarles 1.700 millones de dólares.

En América Latina y España, el negocio del libro tiene cifras insignificantes en términos de la economía nacional, lo que tendría que ser una ventaja para lograr cosas cada vez más necesarias. El coste de las reivindicaciones imprescindibles para los escritores, es casi intrascendente para los presupuestos de una nación. Hay un diálogo por generar. Excusas para postergarlo siempre las hay. Pero no ocuparse de los problemas del escritor no ayuda en nada a la siempre crítica situación de cada país. Las políticas culturales y educativas no pueden depender de las estrategias de los ministros de economía, y en todos lados parece ser así. Los ministros de cultura y educación no cumplen con su función.

Las experiencias estimulantes

En Francia “los editores diversifican los ingresos de sus autores” (titula Le Monde), al comentar las medidas “que los editores están llevando a cabo, para que los autores lleguen a fin de mes, sin tocar la cartera (billetera) de los editores”.

El grupo Editis, segundo grupo en Francia, propietario de 50 editoriales de gran prestigio, está proponiendo a las grandes compañías del país, con las que tienen vinculación, que contraten conferencias con los escritores, y que las paguen entre 5.000 y 10.000 euros, “una cifra que pocos novelistas llegan a reunir con sus derechos de autor”. La primera que se comprometió fue L’Oreal, una de las compañías más grandes del país.

Según un informe publicado en enero por el Ministerio de Cultura, los editores entienden que los autores están muy preocupados por la opacidad de las ventas. Hachette Livres, el primero de los grandes grupos (150 editoriales, 37% del mercado francés), abrió un portal desde el cual los autores y sus agentes tienen acceso, en tiempo real, a los datos de ventas de sus libros y al total de derechos de autor a cobrar.

Los editores franceses han creado también un GIE (Groupement d’Intérêt Économique) que reagrupa editores, plataformas, librerías y autores, para tratar de resolver las cuestiones del sector, indica Pierre Dutilleul, director del Syndicat National de l’edition, una especie de Cámara del Libro, única y por ello poderosa, que incluye a toda la edición francesa.

El Syndicat (una organización empresarial) está promoviendo también la creación de un Fondo de indemnización a los autores, para el caso de quiebra o impago de alguna editorial, informa Samantah Bailly, presidenta de la Ligue des auteurs professionnels.

La Société de Gens de Lettres,  fundada por Balzac en 1838, acaba de lograr la promulgación de un decreto de estado, el 28 de agosto de 2020, en el que se establecen los valores obligatorios para las llamadas tareas ‘accesorias’ de los escritores: jurados, directores de colección, presentaciones públicas, talleres, debates, asistencia a ferias, etc. Entrará en vigor el 1 de enero de 2021 (www.sgdl.org).

Las grandes editoriales francesas no son bondadosas. Saben que tienen que apostar a un futuro diferente, y quieren contar con el único de sus proveedores que les garantiza éxito y originalidad: el escritor.

[Agradezco la información de Francia a Oscar Caballero]

Para finalizar, intentaré un listado básico de propuestas que, adaptadas a la realidad de cada país, los colectivos de escritores tendrían que encarar cuanto antes, invitando  a las editoriales a que los acompañen y apoyen, sumando fuerzas.

  • El reconocimiento legal y fiscal del escritor como actividad económica. (Hoy esto tiene el mismo valor que tuvo el establecimiento de la Propiedad Intelectual del autor, en 1709).
  • Un régimen fiscal adaptado a la singularidad de la actividad (irregularidad de los ingresos).
  • Un sistema jubilatorio y de pensiones por incapacidad, adaptado a esa singularidad.
  • Una obra social con servicios asistenciales y sanitarios, que cobre en función de la irregularidad de los ingresos.
  • Un seguro de desocupación que -como en varios países- se “dispare” en forma automática, cada mes o cada trimestre en que un escritor no llegue a percibir el ingreso mínimo garantizado para la profesión.
  • Creación, mantenimiento y mayor dotación de los fondos de apoyo a la traducción de los escritores locales a otros idiomas.
  • Reducción de los plazos de liquidación y pago de los derechos de autor ante situaciones de devaluación o inflación de gran magnitud.
  • El pago inmediato de los derechos de autor que se generen por las ventas especiales a bibliotecas y otros organismos públicos o privados.
  • La emisión digital, de manera simplificada, de los certificados fiscales para cobrar trabajos o derechos en el exterior, con retenciones mínimas.
  • El cobro en la misma moneda en que se hayan pagado los derechos de autor que provengan del exterior.

Con estas reivindicaciones no se resuelven los problemas de los escritores, pero permiten ganar tiempo para pensarlos. No tiene sentido negar lo que los más serios analistas y las estadísticas muestran: el mercado del libro está disminuyendo. Cuando cada individuo invierte 8 horas y 41 minutos al día en consultar sus dispositivos electrónicos (más tiempo del que pasa durmiendo), como informa OFCOM, el regulador de medios del gobierno británico, ¿cómo podemos pensar que esto no alterará los hábitos del posible o antiguo lector?

“Nada intensifica más esta tendencia que el hecho de que los lectores [de libros] más ardientes estén en los grupos de edades más avanzadas” (Phillips-Bhaskar).

Lograr medidas que ayuden a paliar las cuestiones más agudas, y a ganar tiempo para comprender y actuar, ayudará a encontrar nuevas formas de monetizar el trabajo del escritor. Es el mismo criterio con que se aplicó al confinamiento: no como una solución a la pandemia, sino para dar tiempo a descongestionar y redimensionar las infraestructuras sanitarias.

Este es el desafío, y por eso la necesidad de Think Tanks, o como los queramos llamar.

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Este artículo ha sido tomado del blog de Guillermo Schavelzon

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