Escribe Alexis Iparraguirre
Hace algunos años, Mario Vargas Llosa nos trajo la organización del HAY Festival a Arequipa. Oficialmente no fue así: la organización nos escogió, pero Vargas Llosa dio a entender a todos que el regalo venía como parte de las gracias que concedía al Perú luego de haber ganado el Nobel, y sus validos y ahijados se encargaron de enfatizarlo con multitud de gestos. Para la primera celebración hubo invitados internacionales de primer nivel y una selección de escritores arequipeños para establecer una alianza local. Como festival nuevo, ese año la escoba del Hay barrió bien.
Pero luego cayó en una serie de vicios propios de todos los eventos de escritores peruanos en que los imperativos del comercio y el entretenimiento definían la agenda: una que terminó siendo igual de decadente que la agenda del Vargas Llosa ultraderechista. La responsabilidad de esa debacle, desde luego, es compartida: de la organización, de las trasnacionales y de los escritores peruanos que se prestan, pues los extranjeros vienen pagados y en el 95 % de los casos no saben en lo que se meten.
Primero, la organización del Hay, que rápido descubrió que la gente en el Perú no iba por sí sola a conferencias de escritores. Iban si se divertían . Había que crear entonces espectáculo y circo para llenar salas: se dieron cuenta de que entretenían más los que tenían media training, los que sabían dar vueltas simpáticamente sobre obviedades y generar cierta vibración emotiva que satisfacía la necesidad de los públicos de una experiencia «trascendente», lo mismo que amena. No se les ocurrió que el público debía formarse aún por sobre los vaivenes de los números rojos. Los ayudó que los bestsellers peruanos que enviaban las trasnacionales ya tenían el media training incorporado, y los que no, pues se sometieron a talleres de actuación, coaching ontológico y otras rutinas del desarrollo de la personalidad para figurar. Porque nadie quería perderse la oportunidad de alternar en una vitrina de prestigio como el HAY Festival; que además les daba voz internacional por la conexión con el Consejo Británico y la BBC en español. En estos arreglos por los más aptos para comunicar, el festival no solo perdió diversidad y calidad local, se fue realmente alienando como evento cultural.

Segundo, las transnacionales llevan a los autores que más venden al HAY Festival y a las apuestas de sus editores, lo que están en su derecho de hacer. Pero de pronto les explota en la cara la fábula del burro y la flauta. Y no digo que los autores bestsellers sean buenos escritores pero pésimos intelectuales públicos -lo que seria una perogrullada- digo simplemente que las transnacionales en el Perú cargan tanto la figuración de sus autores en el factor ventas para conseguir caja, que realmente termina importando poco o nada la calidad de lo que alguien escriba. Y ello no solo porque la transnacional coloque entre paréntesis el valor literario cuando se trata de best sellers, sino porque el marketing e incluso la difusión periodística casi nunca se toman la molestia de confrontar las ventas exitosas con la calidad literaria. De hecho, si alguien lo hace, termina siendo mal visto para la industria porque atenta contra el negocio o tiene «celos» del éxito del otro. La consigna, en la práctica, termina siendo que mientras menos lo lean los expertos y más lo compren los lectores, ganan todos (el tema de los expertos nos lleva a las universidades, pero eso sí seria un gran desvío). Creación por lo mismo, del canon de las ventas, de la disciplina del media training para entretener, y victoria de los festivales literarios que, en verdad, son talk shows de la cultura, es decir, conversación no problemática de escritores-animadores, cuyo máximo logro es la diversión del público-comprador.
Tercero, es responsabilidad, como es natural, de estos escritores elevados por las ventas y sus adjuntos: los cultores del media training. Es un grupo de «amigos» que circulan internacionalmente todo el tiempo en los festivales (salvo honrosas excepciones), pero que, de veras, no tienen actividades culturales de las que aprenden, en la que enseñan o en las que compartan aportes propios para la literatura o el debate artístico. Más bien, son una burbuja con aura inexplicable de élite que se retroalimenta continuamente de sus propios criterios sobre la escritura, el éxito literario, los negocios, todos aprendidos sobre la marcha negociando sus libros, y también con supersticiones sobre su propia posición en el ámbito de la cultura y el pensamiento nacional. Son supersticiones porque ¿qué importancia puede tener circular en una burbuja de gente que tienen casi las mismas limitaciones?: se pasan los mismos libros, elogian los mismos libros (porque son los que consensualmente confirman sus ideas sobre el mundo) y tienen las mismas ideas en cosas políticas, sociales y económicas sobre el mundo, las que prefieran tampoco ventilar mucho porque saben -por marketing- que son «divisivas»; y en fin, todos los vicios de la endogamia. Y, a pesar de todo ello, les gusta que la gente del extranjero vinculada con la cultura las conozca como la literatura peruana, como la cultura peruana, y propagan entusiastamente esa visión.
Hasta que viene la BBC y «aportan ideas», y no son interesantes para nadie porque no las han contrastado con nadie; porque se han convencido de que la literatura es participar de un negocio entre amigos que siempre asienten, así digas galimatías; que dado que son representantes oficiales de la literatura peruana todos debieran encontrarle el lado amable a lo que dicen.
Y en eso están y seguirán y seguirán.