Escribe: Rhoda Desbordes
Recuerdo el «affaire Harding/Kerrigan» como si fuera ayer. Habiendo vivido siempre al lado del mar nunca me pude explicar la fascinación que tengo por el patinaje sobre hielo desde que tengo uso de razón. Así que era lógico que dicho incidente (así lo denomina este filme, yo lo llamo CRIMEN) me tuviera pegada a todas las revistas y canales norteamericanos que cubrieran el cobarde ataque que sufriera en aquel momento la mejor patinadora estadounidense -y casi del mundo- del momento, la formidable Nancy Kerrigan.
Su rostro adornando la portada de la revista People de aquel fatídico enero de 1994 con la leyenda «Terror on Ice» se ha quedado grabado en mi memoria. El deporte más bello del planeta había sido enlodado por el lumpen. Y el lumpen ha sido despercudido gracias al cine. Este increíble esfuerzo por sacar del barro a la autora intelectual de semejante delito (¿no es delito planear un asesinato que por circunstancias atenuantes se limitó a un «simple» fierrazo en la rodilla de Kerrigan?) se lo debemos a la productora y actriz australiana Margot Robbie.
Pero es que cuando ocurrieron los hechos, además de vivir al otro lado del planeta, Robbie tenía apenas tres añitos. La chica de ahora 27 primaveras no sabe nada del asunto. Ella y su marido solo se dedicaron a escarbar entre los guiones no realizados («The Black List» se llama) por falta de medios en Hollywood. Y es que la señora (ahora que ya tiene su propia productora) solo quería el rol de una rubia famosa (aunque sea infamous) que la pudiera convertir a ella en una artista oscarizable. Y casi, casi lo logra, Robbie. Lo malo es que para alcanzar sus sueños y fines de premiación por su prestación, la actriz se ha dedicado en cuerpo y en alma a reivindicar a una criminal y, en cierta forma, a hacer una apología a la delincuencia.
Vemos en la cinta a Robbie dándole de balazos al marido, quejarse de lo mucho que fue odiada por «cometer un único error» y porque nadie se apiadaba de su infeliz niñez. La cinta, gracias a Robbie, se centra en el único personaje de la malvada Tonya Harding y de su desdichada vida como niña maltratada y como esposa golpeada. Segun ella(s), el mundo (del patinaje) le debe mucho porque nació pobre (a diferencia de Nancy); no tenía la clase (de las demás competidoras sobre el hielo) necesaria y su vulgaridad y rudeza afloraba en cada una de sus rutinas.
Ahora bien, Robbie se ha esforzado en aprender algunos segmentos de las coreografías de Harding (gracias a la antigua entrenadora de Nancy Kerrigan), le ha copiado ciertos gestos (los de triunfo principalmente) y a pesar de que no se parece nada al modelo original (Tonya, hay que decirlo, era más jovencita y mucho más bonita en ese tiempo), la actriz (que luce mayor de lo que es) se desenvuelve bastante bien (quizá gracias a su pasado como parte de un equipo de hockey sobre hielo). El magnífico trabajo de edición hacen bastante creíbles los triples triples, los triples Lust y sobre todo el famoso triple Axel (del cual vive hasta ahora la ilusión de la verdadera Tonya) realizado en 1991 en el campeonato USA.
Robbie le da una verdadera dimensión humana a la patinadora (seguro porque esa es su única intención: limpiarla de polvo y paja) aunque no tenga la catadura atlética de Harding ni su aparente inocencia y gracia. Por momentos exagera un poco la tonalidad de los intercambios verbales (Tonya se cuidaba mucho de no parecer lo mala que era realmente) con su entorno, con los miembros del temible jurado de las competencias y especialmente con los medios de comunicación.
Otro punto favorable en la labor de Robbie radica en haberse rodeado muy bien de colegas que le facilitan el trabajo. El actor rumano Sebastian Stan le da una excelente réplica como el abusador marido Jeff. Paul Walter Hauser es también sumamente convincente y gracioso como el orquestador (según la película) del incidente. Por supuesto, y eso todo el mundo lo sabe, el papel de la madre de Tonya era un rol de oro. Habiendo sido confeccionado a medida para Allison Janney (quien en los últimos 20 años solo hace de madre de todas las actrices jóvenes, llegando incluso a tener su propia sitcom, Mom), era normal que el rol de la progenitora cínica, violenta y maltratadora de LaVona Harding le viniera como anillo al dedo. Es la única que se ciñe, en la personalidad, a lo que fue realmente un elemento clave de los eventos de aquel entonces.

Sebastian Stan y Paul Walter Hauser en «I, Tonya» (2017)
El filme toma entonces muy claramente partido por «la seudo víctima» Tonya y TODOS sus sufrimientos. La cinta ignora en redondo a otros personajes claves del incidente. La perspectiva de Nancy Kerrigan es mostrada en forma ridículamente mínima y bajo su peor aspecto (¿qué tiene que la chica tenga cara de frustración cuando solo consigue la medalla de plata en las olimpiadas si lo que ella quería era el oro?). ¿Qué decir de la ausencia definitiva del padre en la cinta si en el ‘footage’ de los juegos olímpicos de 1994 solo enfocan al señor Harding aplaudiendo en las tribunas? ¿Y qué es eso de dejar un espacio casi burlón al papel que jugó la prensa en el ataque a Nancy Kerrigan? ¿Por qué se centran en la vida de una patinadora sospechosa y bajo investigación federal y deportiva que quedó OCTAVA en su última participación competitiva antes de que le retiraran sus títulos previos y la suspendieran de por vida de todo campeonato nacional o internacional de patinaje artístico? ¿Por qué no dar mayor cabida a otras estrellas de este deporte en esa competencia olímpica de 1994 como la alemana Katharina Witt o la francesa Surya Bonaly?
Sí, a todas ellas las recuerdo también. Eran fabulosas, excelentes patinadoras, mucho más que la horrenda Tonya. Por lo menos eran atletas de alto nivel sin alma fea. Es más, el filme apenas muestra sus desbandes (sus violaciones a las dietas estrictas, su informalidad a la hora de entrenar, sus escapadas a discotecas donde se amanecía bebiendo y bailando, y el increíble ego del que se vanagloria hasta el día de hoy). Si se trataba de hacer una cinta para mostrar lo bello que puede ser una historia personal en el mundo de patinaje sobre hielo o cómo se puede superar un contexto adverso hasta convertirse en un dios del olimpo, ¿por qué no tomar la historia más enriquecedora de Oksana Baiul? Esa niña ucraniana que se quedó huérfana de familia -y de entrenador- sumamente temprano hasta que tuvo la dicha de ser vista por el otrora maravilloso patinador Victor Petrenko (también campeón olímpico) quien la recomendó a su entrenadora para que adopte y prepare. Oksana Bauil, de 16 añitos, en medio de ese circo mediático provocado por el delito de Tonya, se hace de la medalla de oro en los juegos olímpicos de invierno en 1994, por delante de Nancy (quien al menos se sube al podium a diferencia de Tonya), en Lillehammer. De nada le valió a la Harding amenazar al comité olímpico de los Estados Unidos (quienes querían definitivamente borrarla de la selección) con acusarlos de daños y perjuicios reclamando 10 millones de dólares. Como lo dijo alguna vez Howard Stern en su famoso programa radial, «habiendo nacido con ese don, Tonya Harding no tenía derecho de destruir así su carrera deportiva».
Lo que sí tiene algo de interés en la cinta de Robbie (más que del director Gillespie), es la recreación de algunas entrevistas que los protagonistas de esta macabra historia dieron en algún momento a los medios de comunicación para ganarse unos frejoles. Otro recurso cinematográfico que no carece de interés (aunque a mi no me haya gustado porque le quita credibilidad a todo el asunto) es la utilización de esas interpelaciones de los actores directamente a la cámara, es decir al público, como si hubiera un doble lenguaje (el verdadero y el hipócrita), creando una doble realidad que se autodestruye en el intento de sustentarse una a la otra. La elección feliz de ciertos temas musicales (¡Devil Woman de Cliff Richard para introducir el personaje de la mama Harding es genial!) ayudan mucho a la edición del sonido y de las imágenes. Y el hecho de que ahora si se usan canciones vocalizadas para los programas de los patinadores en competencia les ha permitido a los realizadores de esta película el incluir cortinas musicales menos aburridas (que las de entonces) en las secuencias de patinaje de, por supuesto, únicamente la salvaje protagonista: Tonya.