Escribe Alexis Iparraguirre
Nacido en 1923, en Cuba, por motivos de las investigaciones de sus padres, naturalistas, el italiano Ítalo Calvino probó la literatura de la vida y de las ideas sucesivamente: durante la Segunda Guerra Mundial fue partisano y parte de esa experiencia se recoge en su narrativa existencialista de la posguerra, en la que el personaje por excelencia era el soldado solitario que llega a un callejón sin salida. Declarado partidario de la literatura popular, dedicó también los años siguientes a recoger historias del folclor de su tierra, que motivó una de las colecciones más famosas de cuentos populares italianos.
En esta investigación llegó a la semiótica y sus modelos narrativos para los que la variedad de las historias se basaban en la variedad de permutaciones de algunos elementos básicos en ellas. Eso lo conectó definitivamente con Borges, quien alguna vez resumió a la literatura universal como la distinta entonación de algunas cuantas metáforas. Borges fue para Calvino el escritor más grande, pero existía una diferencia esencial con Borges: si la opción por la escasez de historias esenciales tenía algo de esencialmente melancólico en Borges, en Calvino la melancolía solo lo alcanzaba al final, en el puntillazo de algunas historias.

Las más de las veces que fueran pocas metáforas, pocas historias, pocos elementos que mezclar en una suerte de lotería de la imaginación le dio a Calvino la seguridad de contar con una máquina de virtualmente infinitas historias. En Calvino el encuentro con el infinito no es melancólico sino fértil. Quizás el problema con la vida real, en Calvino, es que no sea infinita y que las historias tengan fin. Los amantes en Calvino tienen que separarse por requerimiento dramático porque si no las aventuras serían incontables, e igual el Marco Polo de Calvino tiene que ser interrumpido por Kubilai Kan en el relato de sus viajes porque si no sería la de nunca acabar.
Me pregunto si ese vitalismo del contar que lo hacía elevarse siempre por sobre el agotamiento de una fórmula lo sacó del cuento popular que tanto amó, y que cuando no termina en un “felices para siempre” lo hace con “pero esa es otra historia”.
Dicho esto, 5 libros de Calvino que son indispensables y buenísimos ahora que cumple cien años, y sin ningún orden de preferencia:

1. El barón rampante.
2. El castillo de los destinos cruzados
3. Las ciudades invisibles.
4. Las cosmicómicas (cuya última edición si no me equivoco fue ”100 cosmicómicas”
5. Si una noche de invierno un viajero.
Y el bonus track para los escritores: Seis propuestas para el próximo milenio.